Cuando el populismo cruza la línea roja

El Capitolio americano durante el asalto de los partidarios de Donald Trump. Leah Millis Reuters
El Capitolio americano durante el asalto de los partidarios de Donald Trump. Leah Millis Reuters

Mi relación con el sistema norteamericano viene de largo. Mi gran amigo Kevin Lanigan, abogado estadounidense y experto en cooperación internacional para el establecimiento del Estado de derecho en países con democracias no consolidadas, me regaló hace muchos años dos libros que despertaron mi interés jurídico y político por Estados Unidos. Constitución de América. Una Biografía, de Akhil Reed Amar, y El Arca de las libertades, de Ted Widmer.

De los estudios de derecho y política comparada se aprende que no hay dos naciones que organicen sus modelos de gobierno de idéntica manera, y que no hay sistemas perfectos. Pero hay un elemento común en todos ellos: el paso del tiempo.

Este crecimiento es necesario para la madurez de las democracias, como lo es en la vida, pues los sistemas, sus instituciones y las administraciones que las gestionan necesitan un rodaje para adquirir el officium, ese saber hacer de manera justa y equitativa.

La Constitución de Estados Unidos que entró en vigor en 1789 estableció dos principios fundamentales, el federalismo y la separación de poderes, y construyó un juego de frenos y contrapesos –checks and balances– entre los poderes y los territorios que debe garantizar el respeto a los derechos y libertades individuales.

Estos controles y equilibrios también afectan directamente a la misma presidencia de los Estados Unidos, pues su poder nunca puede ser omnímodo a pesar de (o mejor dicho por mor de) ser una democracia presidencialista. Incluso para el nombramiento de los cargos federales de más alto nivel, tanto judiciales como administrativos, siempre hay un control posterior por parte del Senado.

La democracia americana nos deja importantes lecciones sobre la necesidad de renovar constantemente nuestro compromiso democrático

El poder de la Presidencia de los Estados Unidos también es contrapesado en el ámbito de los vetos, consentimientos y objeciones que puede poner a las leyes del Congreso, ya que estos no son absolutos.

Pero sobre todo, y lo que nos importa aquí, es el freno o control en los supuestos de destitución o impeachment de la Presidencia, que tiene lugar cuando el presidente ha sido procesado por la Cámara de Representantes y condenado posteriormente por la mayoría de dos tercios del Senado.

Esto, digo, nos importa por los últimos acontecimientos sucedidos en la democracia más consolidada del planeta, aquella en la que muchos países del mundo se han fijado para construir sus propias estructuras. Aquella de cuyas experiencias hemos aprendido.

Esa misma democracia que durante la era Trump y el actual periodo electoral y transicional a la era Biden ha degenerado hasta su perversión. Pero que, incluso en estas circunstancias, nos deja importantes lecciones sobre la necesidad de renovar constantemente nuestro compromiso democrático.

Me estoy refiriendo a lo que politólogos y analistas vienen advirtiendo desde hace tiempo sobre los riesgos de la polarización política que sufrimos en todas nuestras sociedades. Polarización agravada últimamente por las dificultades impuestas por la pandemia y visualizada en esta última etapa de gestión, que muchos califican de fracasada, en Estados Unidos

El uso de las redes sociales para llegar masivamente a la ciudadanía ha simplificado los mensajes y los discursos políticos

Es cierto que la nueva forma característica de hacer política del siglo XXI ha creado el caldo de cultivo idóneo para este fenómeno y que el uso de las redes sociales para llegar masivamente a la ciudadanía ha simplificado los mensajes y los discursos políticos, construyendo propuestas a partir de lo inmediato, y permitiendo que los sentimientos y los pareceres individuales se impongan a los razonamientos y al pensamiento de largo plazo.

Pero la democracia es el poder de la razón frente al poder de la fuerza y la intimidación.

Todos dábamos por hecho que, en las muy asentadas democracias occidentales, la sangre nunca llegaría al río. Que no sería necesario adoptar medidas excepcionales de defensa de nuestros sistemas de gobierno y de nuestros valores frente a estos peligros. Nos creíamos, confiados, a salvo de los excesos. Pero ese río del populismo esconde peligrosas corrientes que recorren nuestros países, como nos advertía Stefan Zweig en El mundo de ayer.

Nuestra arrogancia, casi cándida, quedó este miércoles en evidencia cuando asistimos con consternación al asalto violento del Capitolio en Washington, atacado también a través de las redes sociales por mensajes que alentaban el uso de la fuerza en lugar del uso de la razón.

Esto nos debe hacer reflexionar sobre la impunidad y la inocuidad de estas conductas virtuales, y nos obliga a repensar el último proceso electoral norteamericano para la elección del 46º presidente de los Estados Unidos de América.

Observamos que este proceso ha estado repleto, incluso antes de la propia jornada electoral, de mensajes pseudopolíticos por un cuestionamiento falsario del sistema electoral americano, con un poderoso efecto polarizador. Esto trae su causa en que, tras las elecciones de noviembre, el aún presidente de los Estados Unidos no aceptó –y no lo digo yo, lo dice su voz en las redes sociales– las reglas del juego democrático.

La esperpéntica puesta en escena parece diseñada para alimentar la tormenta conspirativa perfecta en redes sociales

La pérdida de control del Senado y las dimisiones de cargos relevantes de su propia Administración entierran definitivamente el liderazgo de Trump, cuyos partidarios reaccionan de modo histriónico y violento contra el símbolo más sagrado de una democracia: la sede del poder legislativo, donde reside la soberanía popular.

La esperpéntica puesta en escena parece diseñada para alimentar la tormenta conspirativa perfecta en redes sociales, donde el populismo y su arma virtual, las fake news, han tenido su mejor combustible incendiario. Fake news mezcladas con un decidido flashback anclado en la añoranza de valores ideológicos antidemocráticos de siglos pasados.

La decisión del vicepresidente estadounidense, Mike Pence, que presidía la sesión conjunta del Congreso, y de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, de retomar la sesión para cumplir con el proceso parlamentario puso en valor el relevante papel de las Cámaras en el equilibrio entre los poderes del Estado.

Al hacerlo, Pence y Pelosi pusieron al pueblo norteamericano al frente de un proceso que le pertenece, protegiendo así la soberanía de ese pueblo frente a cualquier imposición por la fuerza, frente al abuso de poder de unos contra otros y, por supuesto, frente a la tiranía.

Reanudar y finalizar cuanto antes la sesión de proclamación para continuar con la tramitación parlamentaria, una vez hubo sido restablecido el orden y la seguridad dentro y fuera del edificio, fue vital. Las instituciones y quienes estaban al frente de las mismas respondieron adecuadamente.

La administración electoral ha garantizado la transparencia y el juego limpio antes, durante y después del proceso electoral

La ciudadanía estadounidense y con ella todos nosotros hemos podido ver unas instituciones políticas norteamericanas fuertes y decididas, capaces de poner la razón y el derecho al servicio de un interés general superior al de cualquier persona o grupo de personas.

La administración electoral ha garantizado la transparencia y el juego limpio antes, durante y después del proceso electoral; han certificado los resultados electorales y han dignificado el trabajo de los cientos de funcionarios y voluntarios que han participado en las elecciones presidenciales.

Las instituciones avalan la legitimidad del sistema democrático y la lógica del juego de alternancia en el poder que le es propio. Las instituciones dan forma a la democracia, protegen los derechos fundamentales y aseguran el ejercicio de los derechos políticos y de los derechos a la participación y conformación del bien común en la toma de decisiones de la comunidad política a la que sirven. Eso es lo que significa garantizar la soberanía. El famoso we the people.

La democracia presupone la aceptación de la derrota. Por eso es necesario que quienes no asuman las funciones ejecutivas acepten con lealtad institucional el importante papel de la oposición y el control al gobierno.

Por eso, la actuación de las instituciones estadounidenses el miércoles, lejos de debilitarnos, nos fortaleció. O debería habernos fortalecido, como demócratas, independientemente de las ideas particulares de cada cual.

Ya no hacen falta más predicciones. Hemos visto cómo el populismo se convierte en polarización, la polarización en crispación, y la crispación en antipolítica que destruye las instituciones y que abandona la razón y el derecho para dejarnos en manos del abuso de poder, de la imposición por la fuerza y, finalmente, del autoritarismo.

Todos tenemos un compromiso en el mantenimiento de la paz, la estabilidad y el orden

Por ello, quienes tenemos responsabilidades políticas debemos rechazar contundentemente cualquier movimiento o idea que presuponga la deslegitimación de las instituciones democráticas.

Tomemos muy en serio lo que tenemos entre manos, desde los responsables de las instituciones hasta el ciudadano más desafecto. A todos se debe hacer un llamamiento, porque todos tenemos un compromiso en el mantenimiento de la paz, la estabilidad y el orden.

Cada persona, de forma individual, ostenta un liderazgo claro en su ámbito. De cada uno de nosotros depende el modelo de sociedad que queremos construir y en la que estamos llamados a participar ejerciendo nuestros derechos políticos. De nosotros depende el legado que queremos dejar para las generaciones futuras. Los responsables de las instituciones debemos liderar a un nivel más global el camino de la pacificación social.

Lo que ha sucedido en Estados Unidos esta semana es muy grave. No se debe minimizar.

Pero también hemos aprendido otra lección. Que una democracia consolidada, una democracia madura, unas instituciones fuertes que la sustentan, hacen que el Estado de Derecho triunfe por encima de todo. Que una sociedad civil responsable, comprometida con los derechos humanos y consciente de la importancia de la preservación del sistema institucional, es un pilar esencial para la estabilidad en todos los países del mundo.

Mi amigo Kevin Lanigan también me regaló un último libro, The Illustrated Battle Cry of Freedom. The Civil War Era, de James M. McPherson. Un ejemplar, por cierto, firmado por el autor.

En una de las últimas páginas aparece una ilustración a vista de pájaro de Washington en 1871, con el Capitolio potente y sobresaliente protagonizando la escena, y el río Potomac al fondo, simbolizando la unidad renovada y una nueva fuerza de la nación y de su Gobierno tras el sacrificio y el sufrimiento de millones de hombres y mujeres que perdieron su infancia, su felicidad y su vida en una guerra civil para que el pueblo americano del futuro nunca las perdiera navegando en su arca de las libertades.

Cultivemos estas ideas, pongámoslas al servicio de todos y no demos nunca por concluido este trabajo. El populismo ha perdido en las urnas. Ha ganado la democracia.

Ese es el reto de este siglo.

Pilar Llop Cuenca es presidenta del Senado.

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