Cuando el PSOE desenfunda

Tal vez sea porque el pasado miércoles participé en una mesa redonda sobre la situación económica organizada por el Colegio de Odontólogos, pero el caso es que no se me quita de la cabeza la trascendental noticia, publicada hace dos o tres semanas por nuestro especialista en el PSOE Manolo Sánchez, de que los asesores de imagen de Rubalcaba le han recomendado en vano que se ponga fundas en los dientes.

Teniendo en cuenta que, como decía Hogarth, gran retratista de pícaros y truhanes, «la cara es el índice de la mente» y que la belleza y el carisma van indisociablemente unidos en nuestra era a la sonrisa, no estamos ante una mera anécdota sino ante la doble metáfora de una candidatura desastrosa y un partido gangrenado, con todas sus vergüenzas al aire. Tanto es así que en dicho encuentro aconsejé a los dentistas madrileños que, si Rubalcaba cambia in extremis de opinión, no se presten a alterar el curso de la campaña: «Simplemente no le deis hora, decidle que estáis a tope, que a partir del 21 de noviembre lo que quiera…».

Lejos quedan los tiempos en que el fundador de los Salesianos consideraba «contrario al decoro cristiano» enseñar los dientes «puesto que la naturaleza nos ha dado labios tras los que ocultarlos». Se trataba, sensu stricto, de hacer de la necesidad virtud, ya que la civilización humana no había encontrado aún técnicas eficaces para el cuidado dental y menos aún para reponer las piezas dañadas. Cuando Washington tomó posesión como primer presidente de Estados Unidos sólo le quedaba un premolar inferior izquierdo que insertaba en una dentadura postiza de marfil de hipopótamo sujeta con alambre. Para paliar su desagradable sabor, la dejaba sumergida por las noches en un vaso de oporto. Todavía un siglo después Lord Palmerston, quintaesencia del caballero victoriano, despachaba los asuntos de Estado con una boca plagada de agujeros, fruto de sus accidentes de caza

Pero en la era de la telegenia una dentadura mal cuidada puede ser interpretada incluso como una ofensa desdeñosa a los votantes. Máxime si pertenece al aspirante más viejo, peor parecido y con mayor fama de killer que el PSOE o el PP han presentado nunca a la Presidencia del Gobierno. El riesgo de que el electorado perciba a un Rubalcaba de encías inflamadas, caninos afilados y colmillos retorcidos disparó todas las alarmas en su entorno y desembocó en el consejo de sus asesores: hay que ponerle unas fundas. Se trataba de evitar a toda costa que el estereotipo del taimado y maniobrero Fouché diera paso al, a mi modo de ver mucho más aproximado, del Ricardo III, ambicioso y sin escrúpulos que, según hace decir Shakespeare a una de sus víctimas, «cuando acaricia es para morder y cuando muerde, su diente es mortal».

La odontología moderna ha resuelto con prodigiosa eficiencia los problemas estéticos bucales. Bastan un par de sesiones con un buen dentista -no digamos ya con el doctor Vicente Jiménez y su equipo- para que cualquiera pueda salir diciendo «cheese» con toda garantía, fundas de porcelana mediante. ¿Por qué no ha accedido Rubalcaba a pasar por ese trance? Tal vez porque habría necesitado contactar también con la especialista en trasplante capilar de Bono, el zapatero de Sarkozy, el sastre de Zaplana -que no de Camps- y el equipo médico anti-ageing de Sánchez Dragó.

Su «cuando me nombrasteis sabíais que era así y así seguiré» es un desafiante y certero «de perdidos al río». A él no hay que decirle: «Joaquín, date a conocer, muéstrate como eres», como hizo González con Almunia. Pocas veces los hechos han precedido de forma tan elocuente a un candidato. Y claro, lo que no se puede pretender es decantarse por Rubalcaba, imponerlo sin primarias y colgarle la sonrisa de Chacón.

¿Dónde irá el buey que no are? Ni siquiera ha hecho falta que diera comienzo la campaña propiamente dicha para que el paladín socialista manifestara su verdadera naturaleza, tanto en su intencionalidad homicida como en su condición chapucera y autodestructiva. Habiéndolo tenido por antagonista unas cuantas veces puedo acreditar que es tan malo como se dice, pero mucho menos listo de lo que se supone. ¡Ay, aquellos viejos buenos tiempos en que como portavoz del Gobierno emitía nota informativa tras nota informativa con el propósito de desacreditar nuestras revelaciones sobre el caso Palomino y el resultado era que toda España se iba enterando de la implicación del cuñado del presidente en la construcción del búnker secreto de La Moncloa!

Esta vez se ha superado a sí mismo con el episodio del vídeo del niño cabrón que sólo piensa en perpetuar el predominio de su linaje sobre el de la empleada de hogar que le acompaña al colegio de pago. Si el sectarismo y la torpeza no fueran vasos comunicantes, sería imposible encontrar una explicación al hecho de que, como decía el otro día un colega en su portada, Rubalcaba se haya metido en «un charco» de esa dimensión tan tontamente. Porque, claro, el primer impulso antipático del personal se dirige contra la criatura que parece llevar el despotismo en los genes con la misma naturalidad que la gomina en el pelo. Pero el segundo movimiento de la indignación se vuelve, ipso facto, contra una cúpula socialista lo suficientemente hipócrita como para tratar de estimular el resentimiento y el odio social contra la enseñanza privada de la que ellos mismos proceden o a la que con tanto ahínco anhelan llevar a sus propios hijos.

Para muestra un botón. Un amigo mío estilista me llamó apenas se difundió el vídeo para contarme una curiosa historia que comenzó el año pasado cuando coincidió con el ministro de Fomento en una tienda de ropa. Blanco le abordó muy amable y pegaron la hebra de la conversación. A los ministros, como a los periodistas, nos conviene ampliar el perímetro de nuestras relaciones para salir de la endogamia en que vivimos. Blanco tuvo buen ojo porque mi amigo -percha espléndida al margen- es simpático, inteligente y con criterio sobre casi todo.

El ministro le preguntó sobre su situación laboral y cuando le dijo que estaba en el paro, prometió conseguirle un trabajo en alguna producción de Telecinco. Almorzaron o cenaron un par de veces. Pensando tal vez en captarle para su causa, el vicesecretario del PSOE organizó una noche en su casa de Las Rozas un encuentro con el líder del socialismo valenciano Jorge Alarte. Mi amigo no ha olvidado aquella velada de alto voltaje político.

Era verano, hacía calor. Alarte se dio un chapuzón en la piscina. Llevaba un traje de baño muy original. Blanco estaba de buen humor y ejercía de báculo político del valenciano. La sintonía entre ellos no podía ser más estrecha. A la hora de la cena repasaron la escena nacional desde la perspectiva del PSOE. Blanco estaba entusiasmado con la candidatura de Trinidad Jiménez a las primarias de Madrid y el otro hacía de palmero. Mi amigo les echó un jarro de agua fría comentando que esa mujer pretendía dar una imagen que no se correspondía con su verdadera personalidad y se le notaba mucho. Blanco y Alarte despellejaron a Pajín y lanzaron pullas contra Carmen Chacón. Su ídolo era ya Rubalcaba. ¿Maniobrero y peligroso? No, hombre no, eso piensan los que no le conocen…

«Parecían dos chiquillos de catorce años, haciendo planes. Oyéndolos hablar así se me cayó el alma a los pies, el nivel era bajísimo. Pensé que en qué manos estamos». Era la decepción del ciudadano de a pie al asomarse a las miserias de la clase gobernante. Mi amigo había leído con atención las recientes informaciones de Casimiro García-Abadillo y tanto la escena de la gasolinera con Dorribo con su do ut des -«Si tú te portas bien conmigo, yo me portaré bien contigo…»-, como el momento en que Blanco hace una llamada para resolverle a Orozco un problema en el aeropuerto de El Prat le han recordado cosas que oyó plantear al titular de Fomento en relación a asuntos de naturaleza diferente.

Pero la escena que se le quedó especialmente grabada y ha aflorado ahora con una mezcla de estupor e indignación en su memoria fue el momento en que Blanco le enseñó orgulloso una fotografía. Estaba en el salón-comedor de la planta baja sobre una cómoda junto a la chimenea, rodeada de imágenes del ministro con diversas personalidades. Tenía el marco marrón y mostraba a dos niñas vestidas de ballet. «¿Son tus hijas?» «Sólo esta, la otra es la hija de Genoveva Casanova. Van juntas al Británico».

Ya entonces mi amigo se quedó atónito al comprobar lo ufano que se sentía el prohombre socialista de que su familia hubiera podido entablar relación, a través de las niñas, con la ex de Cayetano Martínez de Irujo. «Ha venido a casa alguna vez. Es elegante, simpática, muy culta…». Aún le dura la impresión que le produjo detectar cómo todos los requerimientos de la «ansiedad social» que el filósofo suizo Alain de Botton atribuye a los jóvenes cachorros del capitalismo instalados en las zonas residenciales de las grandes urbes, parecían colmarse en el subconsciente del primer ministro de Fomento sin estudios universitarios de la Historia de España, mediante ese lazo de complicidad establecido con una de las reinas del papel couché a través del modelo escolar elegido para sus hijas. «Genoveva Casanova le parecía lo más de lo más».

Pero lo que a mi amigo le escandaliza no es tanto haber descubierto en la élite socialista una ridícula obsesión por el estatus, propia de los nuevos ricos de provincias que tan bien retrata Alfonso Ussía, sino toparse a continuación con la obscena brecha entre el ser y el parecer, entre lo que se dice y lo que se hace en todos los ámbitos. Mil veces que viera el vídeo del PSOE, caricaturizando hasta la náusea la cursilería prepotente de los retoños de familia bien para contraponerla con el idealismo de las personas sencillas -«Corre, hija, corre…», dice la empleada de hogar mientras su niña sube las escaleras del colegio público-, mil veces que se acordaría de cómo se le hacía el ombligo gaseosa al vicesecretario general de ese partido al ver a su estirpe unida a la de una rica modelo mexicana en la orla del «Británico».

«Los escualos tienen dientes/ que cualquiera puede ver/ y Macheath tiene un cuchillo/ pero a él no se le ve», dicen los primeros versos de la Balada de Mack El Navaja con que empieza La Ópera de Cuatro Cuartos de Brecht. ¿Ha sido el PSOE siempre así de tramposo y navajero? Viendo a Felipe González emerger de su entorno de multimillonarios, empresarios de la noche, peleteras y joyeros para insultar a Rajoy y azotar a «la derecha» como plato fuerte de la campaña, cualquiera diría que el socialismo español lleva la impostura y la pulsión por las dentelladas en su ADN al menos desde el comienzo de la Transición y que durante la última década Zapatero se ha limitado a ponerle al dóberman que se miraba en el espejo la funda de porcelana del «buenismo» de la ceja.

Con la jubilación de ZP el PSOE se ha quedado sin fundas en los dientes y todas las caries, piorreas y gingivitis del pasado empiezan a reaparecer en la mandíbula colectiva de la que se ha dotado el candidato. El sarro y la halitosis serán pronto tan insoportables que sólo quedará el consuelo de que es menos malo desenfundar metafóricamente en una gasolinera gallega que hacerlo físicamente en un descampado vasco; y menos terrible pactar con los terroristas que asesinarles. Será asombroso que con cinco millones de parados y una dentadura así, esta gente pueda obtener más de cien diputados.

Por Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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