Cuando la corrupción es lo de menos

Y por fin la justicia decidió que era el momento políticamente oportuno para dar a conocer la sentencia de los ERES de Andalucía. Entre 800 y 1.200 millones de euros que se utilizaron para comprar voluntades, crear redes clientelares, prostitución, drogas… cientos y cientos de millones de euros que tenían que haber ido a parar a ayudar a los más necesitados, los parados, pero que se utilizaron, como digo, para otros menesteres harto vergonzantes.

Políticos corruptos utilizando el dinero de todos para su propio beneficio. Porque no es cierto lo que dice Sánchez, y con él la dirección socialista y por supuesto los medios afines al régimen que se creó en Andalucía, de que como Chaves y Griñán no se quedaron con dinero, pues debemos considerarlos como pobres víctimas, justos que pagan por pecadores. Y digo que no es cierto porque no pagan como justos, sino porque pagaron a multitud de personas afines con el fin de crear una red clientelar que les permitiera seguir ganando elecciones sine díe. Y esto, comprar voluntades con dinero público, dopar con los millones de los parados los comicios electorales para seguir mandando y gobernando es, sin ninguna duda, CORRUPCIÓN con mayúsculas.

Pero lo verdaderamente preocupante no es tanto que existan políticos corruptos, que corrupción y corruptos hay en todos los sectores de la sociedad, sino que los partidos políticos tapen, escondan, excusen… a los corruptos de sus filas. Porque cuando un político roba, la responsabilidad es personal y ahí debería de quedar. Pero cuando un partido político protege al corrupto, el delito pasa a elevarse de un ámbito personal a otro institucional y esto es muchísimo más grave. Porque si seguimos tirando del hilo de esta perversa costumbre existente en la política española, nos encontramos con que corrupción la hay y la ha habido en todos los partidos y que, en general, todos los partidos han intentado tapar la propia y denunciar la ajena con lo que dicha corrupción queda en el imaginario social como algo intrínseco a la política. Y ya tenemos el perfecto caldo de cultivo creado para que formaciones de nuevo cuño y antisistema hagan su agosto electoral denunciando la corrupción generalizada y como parte inherente a nuestro enfermo y podrido sistema. Así, hemos pasado de unos delitos que nacieron en el ámbito personal, por la impericia de los partidos políticos se han ido elevando a un ámbito institucional para terminar poniendo en grave cuestión a nuestro propio sistema, que no es otro que la democracia.

Este cúmulo de errores permitieron en un pasado muy cercano que formaciones como Podemos denunciaran en su día el sistema (democracia) corrupto en el que estábamos sumidos para proponer un nuevo sistema limpio y salvador, el suyo, el de Venezuela, Cuba o Irán, modelos de país deseado por los antisistema pero que se cuidan muy mucho de exponer públicamente.

Y en esta tremenda trampa, peligrosa para la propia democracia, ha vuelto a caer el PSOE intentando convertir en mártires a quienes la justicia ha condenado.

Pero es que incluso analizado el asunto desde un punto de vista egoísta, podemos afirmar sin lugar a dudas porque así se ha demostrado en numerosas ocasiones, que tapar la corrupción propia es una acción que acaba siempre siendo castigada por el electorado. Y al contrario, cuando se afronta de cara y se denuncia dicha corrupción en las propias filas, el electorado premia a quien así actúa. Ejemplos de la primera afirmación tenemos muchos y de sobra conocidos por todos. Quizá los más sonados fueron la época de Felipe González que llegó a no poder finalizar su última legislatura o los escándalos de Bárcenas y compañía que acabaron con el Gobierno de Rajoy. En ambos casos, la verdad percibida, la percepción social, fue coincidente en culpar a ambos líderes no de haberse beneficiado de manera directa y personal de un dinero público, pero sí de haber escondido la basura bajo las alfombras de Ferraz y Génova respectivamente. Ejemplo de enfrentar públicamente las denuncias de corrupción en sus filas y haber recibido posteriormente el premio del voto de los electores, fue en Baleares José Ramón Bauzá. Sus huestes sufrieron denuncias, persecución y detenciones del telediario una semana sí y otra también y Bauzá optó por no tapar nada sino más bien enfrentar todos los problemas tanto internamente como públicamente a la vez que denunciaba a aquellos que formulaban acusaciones falsas. Meses más tarde, recuperó el Gobierno balear que estaba en manos socialistas, y lo hizo con mayoría absoluta.

Tan acertado en política es pedir perdón y exigir responsabilidades como errado empecinarse en convertir a unos delincuentes en mártires.

Probablemente, España sea uno de los países menos corruptos del mundo, pero para nada estamos libres de sufrir esa lacra. La cuestión no es tanto si tenemos o no corrupción sino cómo nuestros gobernantes actúan ante ella. Y en esto último, no somos un buen ejemplo en absoluto.

Alfonso Ibáñez es consultor político.

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