Hace unas semanas Nicolás Maduro anunció que las Navidades se adelantarán en Venezuela a octubre, y hace unos días Diosdado Cabello reconoció a África como «madre patria» de Venezuela, despojando de ese título a España, a quien presentó como madrastra. Venezuela se encuentra ya a un paso de revivir la escena de Bananas, la película de Woody Allen: cuando Delcy Rodríguez, la gorgona del realismo mágico, proclame solemnemente que «a partir de ahora el sueco será el idioma oficial de Venezuela».
«Se irán conociendo los detalles de cuanto está sucediendo» en aquel país, ha declarado María Corina Machado en algún lugar ignoto de Venezuela. Desde él mantiene una lucha desigual, en verdad quijotesca, noble y sin desmayo, con el régimen dictatorial que trata de despojarles a ella, a Edmundo González y al pueblo venezolano de la victoria electoral que ha mandado al albañal de la historia a Maduro.
Este, no obstante, finge creerse más cerca de ser proclamado presidente fraudulento de la República dentro de cuatro meses que cuando fue barrido en las urnas, hace dos. Para lograrlo, él y sus ministros irán encadenando eventos dizque mágicos que hagan olvidar la única realidad insoslayable: las actas y lo que estas proclaman negro sobre blanco. Al fin y al cabo, ¿Cuba no sigue siendo la dictadura que le tutela, y su mentor Fidel Castro no murió en la cama después de cincuenta años en el poder, mejorando la marca que ostentaba Franco?
Si la magia suspende momentáneamente la verdad, la brujería es lo contrario que la magia. La magia blanca es por definición inocua y recreativa. La brujería persigue, mediante pactos oscuros, apropiarse de algo a un precio generalmente muy alto: un alma, una vida, la fama, el poder...
Al principio pareció que todo había sucedido como Ese y su banda dijeron respecto de la salida del presidente electo EGonzález desde la residencia del embajador español al exilio: se logró, dijeron, «por razones humanitarias». Con el sintagma «por razones humanitarias» se trataba de distraer nuestra atención de la misma manera que un mago se sirve de su mano izquierda para crear una «realidad paralela» en tanto que la derecha perpetra el truco. Pero lo cierto es que no era un mago: el brujo ya había cerrado sus pactos siniestros antes de presentarse ante el público. Albares, ministro de Exteriores, porfió neciamente con quienes, dijo, negaban la evidencia (la verdad). Incluso presentó a Rodríguez Zapatero como un buen samaritano, un verdadero mago de las negociaciones, y no como lo que realmente ha sido siempre: un sin vergüenza (concedámosle este espacio en blanco), activo en todos los celestinajes en los que ha mediado igualmente «por razones humanitarias».
A Ese, Zapatero y Albares les duró poco la tranquilidad, lo que tardaron Maduro y los suyos en airear la inmunda foto de la extorsión que conseguía la «capitulación» del presidente electo (algo en todo caso que excede la voluntad de EGonzález, pues este no es dueño de la voluntad popular que le hizo presidente, sino su depositario; el único que podría desposeerle de ella sería el pueblo venezolano en pleno).
Las razones por las que Maduro tiene a Albares, al embajador o a Zapatero por unos para poco (en realidad, unos para todo) y se permite desmentirles públicamente son en verdad oscuras y no las conocemos. Tampoco las de Zapatero para no sacudirse la humillación de verse tratado como un trainel más del burdel bolivariano, al igual que el embajador español presente en esa triste escena disfrazado de «bongosero de orquesta tropical» (Maite Rico) o el propio Albares, cuya mayor desdicha es ir disfrazado de sí mismo.
A nadie le queda la menor duda de quiénes son los verdaderos cooperadores necesarios para la perpetuación en el poder del dictador Maduro. Y a la cabeza de todos ellos, el adalid, el presidente del Gobierno español: ¡ha lanzado un plan para la regeneración democrática en España!, cuando hubiera podido empezarla reconociendo la victoria de EGonzález, y no votando en su contra, aquí, en el Parlamento español, y ordenando hacer lo mismo a sus servilones en el de Bruselas.
El mayor logro de la brujería chavista hasta el momento ha sido escamotear las actas electorales e ir distrayéndonos cada día con toda suerte de sonajeros y danzas tribales lejos de los hechos importantes. Mientras, los demócratas, entre distraídos y aturdidos, ni siquiera se atreven a formular su deseo: ver llevados ante la justicia a toda la colla de gánsteres venezolanos, responsables de crímenes aborrecibles y del exilio de ocho millones de ciudadanos. Un sufrimiento real y catastrófico: les han arruinado la vida, el sustento, los afectos, las expectativas y en muchos casos las esperanzas: jamás podrán volver a su país. Se han quedado por el camino.
«¿Reconciliación? ¿Diálogo?». Entre venezolanos particulares, desde luego. Pero no hay ni una sola razón para reconciliarse con Maduro ni nadie de su guardia pretoriana, Zapatero incluido, el verdadero brujo de esta historia de realismo trágico. En su mano está cambiar, si no la Historia, sí su papel en ella.
Parece que esto último le preocupa mucho. Bastaría con que diera cuenta de todo lo que lleva enredando en calidad de ex presidente del gobierno y en el nombre de España. Que el Parlamento español o el Senado se lo exigieran, o sea, donde las supercherías y ese embolismo suyo tan cargante se midiese con el Estado de derecho.
Andrés Trapiello, escritor.