Cuando la nave se hunde

De pronto, escribió Leonardo da Vinci, ya no hay a bordo ricos o pobres, jóvenes o ancianos, blancos o negros… solo pasajeros afanados, trabajando en común para sobrevivir, para evitar el naufragio.

Ese es el consejo que ahora deberíamos difundir por todos los medios para que los pueblos tomen conciencia de la situación en la que, por primera vez en la historia, se halla la humanidad. En efecto, desde hace unos años, han aparecido una serie de amenazas globales como procesos potencialmente irreversibles, que exigen que se las aborde a tiempo, antes de que sea demasiado tarde.

El cambio climático es ya una realidad incontestable. El océano Glacial Ártico ha desaparecido prácticamente y la Antártida empieza a agrietarse. No se ha logrado reducir los gases “con efecto invernadero…” y la habitabilidad de la Tierra se deteriora. La puesta en práctica de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, sabiamente adoptados por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2015 “para transformar el mundo”, no se llevan a cabo porque no cuentan con el respaldo efectivo de los grandes países… y los ciudadanos se hallan bajo la presión de un inmenso poder mediático que les aturde y les convierte en espectadores impasibles en lugar de actores responsables.

El neoliberalismo, capitaneado por el Partido Republicano de EE UU, ha debilitado el Estado-nación y ha sustituido el multilateralismo democrático de las Naciones Unidas por la gobernanza de unos grupos oligárquicos plutocráticos (G6, G7, G8, G20) que han conducido a la presente deriva, en la cual solo cuenta el PIB, los intercambios mercantiles… y la discrecionalidad del presidente Trump, al que nadie se atreve a enfrentarse.

Lo más preocupante es cómo germinan aquí y allá semillas de supremacismo, de racismo, de fanatismo, de dogmatismo… sin que nadie parezca acordarse de lo que sucedió entre los años 1933 y 1939. Una mayoría de la ciudadanía sigue aturdida y obsesionada por sus equipos de fútbol o atenta en exclusiva al pasado inmediato y al presente, con reivindicaciones que, fundamentadas con frecuencia en torpezas de los que han gobernado a uno y otro lado, tendrían cabida en situaciones de menor apremio, y no se da cuenta de que las generaciones jóvenes son las únicas que merecen atención para conseguir mantener el mundo a flote y asegurarles una vida en condiciones aceptables.

Aunque haya razones para soñar y procurar otros sistemas de gobernanza, aunque se estime que, por fin, se está cerca de convertirse en realidad lo que siempre se dijo que era imposible, lo único cierto es que ha llegado el momento de la unión de manos y voces y no de rupturas; el momento del multilateralismo eficiente y con autoridad a escala planetaria; de la democracia genuina… porque, de otro modo, la zozobra será irremediable.

Que los medios de comunicación transmitan fidedignamente los datos sobre la sostenibilidad de la Tierra y alerten al mundo, sustrayéndose de las intencionadas noticias mercantiles y políticas que les incitan a lo contrario. Que los grandes consorcios financieros se aperciban de la responsabilidad histórica que tienen, en situaciones sin retorno, de alentar y contribuir a la toma de conciencia y no a la confusión y la desmesura. Que los pueblos —“Nosotros, los pueblos”, como tan lúcidamente se inicia la Carta de las Naciones Unidas— tomen en sus manos, ahora que ya saben lo que acontece y que pueden expresarse libremente, ahora que ya son hombre y mujer, las riendas del destino común.

La nave, por no haber prestado atención a las recomendaciones de las últimas décadas, se está hundiendo. Es urgente que, como en el relato leonardino, reaccionemos todos, porque a todos nos concierne, para lograr mantener en toda su grandeza el misterio de la existencia humana. “Todo es posible…, pero ¿quién si no todos?”, nos advirtió Miquel Martí i Pol.

Repito los versos de José Ángel Valente en Sobre el tiempo presente: “Escribo desde un naufragio. Escribo sobre la latitud del dolor, sobre lo que hemos destruido ante todo en nosotros… Escribo desde la noche, desde el clamor del hambre y del trasmundo, desde la mano que se cierra opaca…, desde los niños infinitamente muertos…, desde el árbol herido en sus raíces… Pero escribo también desde la vida, desde su grito poderoso… desde la muchedumbre que padece… Escribo, hermano mío, de un tiempo venidero”.

Inspirados por Da Vinci, Martí i Pol y Valente, depongamos cualquier actitud adversa al rápido restablecimiento de una adecuada y serena navegación. En los nuevos tiempos no será la razón de la fuerza la que prevalezca sino la fuerza de la razón, no las armas sino la palabra, no el gregarismo sino cada ser humano capaz de crear, de reflexionar y decidir por sí mismo.

Si logramos mantener el buque a flote, con todos los pasajeros, la humanidad podría inaugurar una nueva era.

Federico Mayor Zaragoza es catedrático de Bioquímica y Biología Molecular y ex director general de la Unesco.

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