Cuando la obediencia olvida la conciencia

Todos conocemos el exterminio de los judíos que los nazis llevaron a cabo en Alemania. Otto Adolf Eichmann, destacadísimo criminal de guerra, durante su juicio celebrado en Israel en 1961, no demostró ningún sentimiento de culpa alegando que él «solo cumplía órdenes». ¿Cómo es posible esto? En su tesis doctoral Hanna Arendt, víctima de este exterminio, explicó que quienes perpetraron ese genocidio no eran monstruos como algunos pudiéramos pensar. Eran personas normales que habían renunciado a su conciencia moral. Se limitaban a obedecer órdenes y cumplir leyes sin tener en cuenta la conciencia. Carecían de pensamiento crítico.

Hoy la mayor amenaza al pensamiento crítico se encuentra en las redes sociales. Hanna Arendt afirmó que la verdad existe, pero que «las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público». El mayor y más trabajado espacio para dar rienda suelta a la posverdad se encuentra en todas estas plataformas que sumergen a los usuarios del sistema en burbujas informativas alimentadas por algoritmos. Internet ha democratizado el conocimiento pero, paradójicamente, propaga la mayor uniformidad de patrones de comportamiento. Las redes sociales son poderosas herramientas para el control del relato y la manipulación de la opinión pública.

Cuando la sociedad acepta sin más y de forma irreflexiva una ideología o los planteamientos de un grupo político, renuncia entender, analizar y cuestionar. La realidad es que a los poderes fácticos poco o nada les interesan los individuos críticos y autónomos que no se dejan arrastrar por la palabrería y la propaganda. Se vulgarizan expresiones que alimentan la polarización y el odio: máquina del fango, fachosfera…, se prodigan insultos a quienes piensan o actúan de otra manera… Para que el mal triunfe solo se necesita no pensar.

Los continuos cambios en nuestro sistema educativo, deteriorando asignaturas como la Filosofía, la Historia y en definitiva las Humanidades, son el caldo de cultivo para acostumbrar a no pensar, para la ausencia de pensamiento crítico. Las campañas de desinformación y los algoritmos que solo permiten el acceso pleno a determinadas publicaciones provocan una percepción colectiva uniforme y, en consecuencia, la manipulación de la dirección en las discusiones políticas. Para que esto ocurra, solo se necesita una sociedad que no sepa o no quiera pensar, de esta forma se obedecen órdenes y se cumple la ley sin más.

Pero la conciencia sigue siendo el baluarte de la libertad frente a las imposiciones de la autoridad. Ella es la norma suprema que es preciso seguir siempre, incluso en contraste con la autoridad.

Seguramente Hitler y sus cómplices estaban profundamente convencidos de su causa y, en consecuencia, perdieron el sentido de culpa. Albert Górres muestra que la capacidad de reconocer la culpa, pertenece a la esencia misma de la estructura psicológica del hombre. El sentido de culpa, que rompe una falsa serenidad de conciencia y representa como una protesta de la conciencia contra la existencia satisfecha de sí misma, es tan necesario para el hombre como el dolor físico que permite reconocer las alteraciones de las funciones normales del organismo. El que ya no es capaz de percibir la culpa está espiritualmente enfermo, es «un cadáver viviente, una máscara de teatro», como dice Górres.

Para Newman, el término medio entre la conciencia y la autoridad es la verdad. Esa es en realidad la idea central de la concepción intelectual de Newman: la conciencia ocupa un puesto central en su pensamiento precisamente porque en el centro está la verdad. La conciencia no significa para Newman que el sujeto es el criterio decisivo frente a las pretensiones de la autoridad en un mundo en el que la verdad está ausente. Significa más bien la presencia perceptible e imperiosa de la voz de la verdad dentro del sujeto mismo. La conciencia es la superación de la mera subjetividad en el encuentro entre la interioridad del hombre y la verdad que procede de Dios. Lo que para Newman era realmente importante era el deber de obedecer más a la verdad reconocida que al propio gusto. Un hombre de conciencia es alguien que no compra jamás, a costa de renunciar a la verdad, el estar de acuerdo, el bienestar, el éxito, la consideración social y la aprobación por parte de la opinión dominante.

Manuel Sánchez Monge es obispo emérito de Santander.

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