Cuando la política europea se convierte en un tema personal

La mayoría de las veces se invoca a Europa en términos abstractos; como por ejemplo, cuando los políticos debaten acerca de que la soberanía europea es el único camino que conduce a la seguridad, dentro de un mundo dominado por grandes potencias. Sin embargo, en el transcurso de estas últimas semanas, a medida que la fecha límite original de Brexit (29 de marzo) se avecinaba más y más, la idea de una identidad europea se hizo más concreta; lo político de repente se convirtió en un tema personal. Detrás de la cacofonía de los argumentos parlamentarios sobre “salvaguardas” y votos “indicativos” y “significativos”, se encuentran unos 16 millones de votantes británicos que emitieron su voto a favor de “permanecer”, ellos se encuentran en un estado de profundo temor con respecto a perder su ciudadanía de la Unión Europea.

Sin duda, algunos de quienes votaron a favor de permanecer, también participaron el pasado fin de semana en la marcha en Londres que pidió una “Votación Popular”; dicha marcha atrajo a más de un millón de personas y mostró la mayor manifestación pública de sentimientos pro-Unión Europea que Europa ha presenciado en años. Por mi parte, sólo vi ondear banderas de la UE con tanta apasionada efusividad en la Plaza Maidan de Ucrania en el año 2014, y en Europa Central y Oriental tras el colapso del comunismo. Pero, mientras los manifestantes a favor de la democracia de aquel entonces soñaban con un retorno a su pasado europeo, los votantes a favor de permanecer de hoy temen a un futuro post-europeo.

Yo comparto su temor. Debido a que crecí en Bruselas como hijo de un padre británico y una madre judía germánica que nació en Francia, es mi identidad europea la que trajo unidad y significado a la historia de mi familia. Mis familiares se encuentran esparcidos a lo largo de Europa: viven en Manchester, Luxemburgo, París y Bonn; además, una de las personas más influyentes en mi vida temprana fue mi abuela, una sobreviviente del Holocausto que quedó huérfana a la edad de diez años. Para escapar de la claustrofobia de su educación conservadora en Würzburg, Alemania, ella se enseñó a sí misma siete idiomas europeos. Y, después, en el ocaso de su vida, resistió los dolores agobiantes de la vejez recitando de memoria poemas de Dante, Heine, Keats, Kipling y Wordsworth.

Cuando regresé al Reino Unido como estudiante en el año 1992, acepté mi identidad británica y me sumergí en la historia y cultura del país. Al leer historiadores como Linda Colley, Eric Hobsbawm y Norman Davies, aprendí que la historia británica en los hechos tiene muy poco que ver con el “espléndido aislamiento”. La historia británica únicamente puede entenderse como parte de una historia europea.

La élite británica siempre ha sido europea – tanto en términos de identidad como de patrimonio. La reina Isabel II, al pertenecer a la Casa de Windsor, es en parte de ascendencia alemana. Además, el idioma británico se deriva de influencias latinas y germánicas, al igual que parte de su literatura más importante se desarrolla en Italia, Dinamarca y Grecia. Asimismo, en la era moderna, los líderes británicos siempre han abrazado una identidad europea durante tiempos difíciles. Incluso Winston Churchill, ese gran imperialista, estuvo dispuesto a sacrificar los atavíos del imperio mundial por el bien de Europa, cuando declaró la guerra a la Alemania nazi y propuso una unión con Francia.

Más recientemente, la europeización se ha transformado de un privilegio de elite en un fenómeno cultural de masas. Gracias a la caída de los costos de viaje, decenas de millones de personas a ambos lados del Canal de la Mancha van y vienen en una y otra dirección cada año. Incluso en las partes más remotas del Reino Unido, los supermercados tienen a la venta pasta italiana, aceite de oliva griego, queso francés, mantequilla danesa y vino español. Unos dos millones de británicos se han asentado en otros países de la Unión Europea, mientras que tres millones de europeos han establecido su residencia en el Reino Unido.

En la década de 1990, lideré una iniciativa que exploró cómo Gran Bretaña podía crear para sí una nueva marca de identidad para la era moderna. La idea era enmarcar el carácter británico como una identidad cívica con visión de futuro, en lugar del carácter chovinista, étnico y arcaico que la ex primera ministra Margaret Thatcher había defendido.

Al enfatizar la creatividad, el dinamismo y las profundas conexiones históricas de Gran Bretaña con Europa y el mundo, yo tenía la esperanza de que los británicos marginados (los jóvenes, las minorías étnicas, los londinenses, los escoceses, los galeses y los irlandeses del norte) también pudieran comenzar a ver a Gran Bretaña como su hogar. Me causó sorpresa que los hallazgos que emanaron del proyecto fueron tomados en cuenta por los gobiernos tanto de Tony Blair como de David Cameron. Pero, 20 años después, los mismos grupos de ciudadanos británicos que fueron incorporados tardíamente a la historia nacional ahora temen ser excluidos, una vez más. La Brexit británica se ha convertido en un lugar de identidades exclusivas estrechamente definidas.

Después del referéndum del año 2016, mi propio temor de perder la ciudadanía europea me llevó a solicitar la ciudadanía alemana. Algunos de mis amigos judíos han señalado la ironía de buscar refugio en el país que intentó exterminar a mis antepasados. Sin embargo, reclamar un derecho de nacimiento que había sido robado a mi familia resultó convirtiéndose en una experiencia profundamente conmovedora. Fue tan natural para mí como lo fue para mi abuela, mi madre y mi tía, quienes tomaron la extraordinaria decisión de regresar a Alemania en los años cincuenta.

Mi madre fue profesora de literatura alemana, por lo que aprendí desde muy joven sobre el doloroso ajuste de cuentas con su pasado por el que atravesó Alemania, así como su viaje de regreso hacia la civilización europea. Esto, a su vez, me hizo tomar consciencia de mi identidad europea, que se fundamenta no sólo en los pilares de la historia británica y alemana, sino también en una síntesis de esperanza y temor. Cuando mi abuela me enseñó sobre el ideal de la Ilustración que sitúa la razón por encima de todo lo demás, ella no se inspiraba en una tradición claramente británica o alemana, sino en una europea. También me enseñó a apreciar la idea de Europa como un refugio para la trágica historia de nuestra propia familia.

En los hechos, ese ha sido el motivo del proyecto europeo: engendrar ideales compartidos y evitar un retorno al pasado asesino del continente. La Unión Europea fue creada para trascender las historias nacionales del nazismo, el fascismo y el comunismo. Sin embargo, hoy en día muchas personas tienen tanto miedo al futuro que buscan recrear un pasado nacional que nunca llegó a concretarse.

Sin embargo, uno puede encontrar esperanza en el hecho de que el brote en ascenso de un sentimiento pro-europeo en el Reino Unido está resultando ser contagioso. En el período previo a las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán este mes de mayo, cantidades récord de personas proclaman su identidad europea. Sin embargo, a medida que lo político se torna en un tema personal para un mayor número de personas, el desafío será garantizar que esta identidad europea sea inclusiva y que mire al futuro, en lugar de convertirse en una identidad irremediablemente nostálgica y sin esperanzas.

Mark Leonard is Director of the European Council on Foreign Relations. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *