Cuando la política puede contribuir a que Madrid sea París

Por Ana Ortiz, periodista (GEES, 22/11/05):

Definitivamente, este año la vieja Europa puede hacer suyas las palabras de Isabel II de Inglaterra cuando calificó el año 95 como “annus horribilis”: desde el “No” al actual proyecto de la Constitución Europea, pasando por el 7J de Londres, el conflicto de Ceuta y Melilla, para desembocar en la grave situación en la que se encuentra Francia.

Eldorado europeo está en llamas. El Estado del Bienestar que acoge a todos con el emblema de la tolerancia no es tal. Además, en la era de la globalización en la que es tan fácil crear, acceder y distribuir información, las opiniones, los conflictos, las ideas e ideales están al alcance de cualquiera.

Europa es un polvorín. Francia ha tomado medidas drásticas “tolerancia cero”, es decir, “el que no respete las reglas de juego, se marcha”.

Los españoles estamos siguiendo el conflicto galo con preocupante interés. España cuenta en la actualidad con unos cuatro millones de inmigrantes que sepamos, y acabamos de asistir a un insensato proceso masivo de regularización.

Zapatero manifiesta que apoya sin fisuras la determinación de Francia. ¿Qué hará si pasa lo mismo en nuestro país?, ¿Qué políticas está implementando el Gobierno de España para integrar a la población inmigrante en la sociedad española? ¿Se atreverá de verdad a poner orden en los guetos de las grandes ciudades que son el germen potencial de estos conflictos?

Inmigración, sí, por supuesto que sí, pero aceptando y respetando las reglas del juego del país de acogida. Porque en eso consiste la verdadera tolerancia.

Una Europa acomplejada

Los hechos acaecidos en Francia invitan a reflexionar sobre la manera en que Occidente reacciona ante la llegada de gente de otros países. Por un lado, Europa está segura de que el sistema de vida occidental es el menos malo: estados basados en el ejercicio de una democracia multipartidista, regido por un sistema legal ordenado, en el que conceptos como la libertad de pensamiento y credo, así como el derecho a la propiedad privada, la igualdad de oportunidades, el derecho a recibir una serie de prestaciones sociales (sanidad, educación, etc.), son el común denominador de Europa, sistema que buena parte del mundo esta deseoso de adoptar, de pertenecer a esta forma de convivencia.

Sin embargo, Europa no ha sido capaz de inculcar adecuadamente estos valores en la población inmigrante. La actitud de algunos gobiernos se ha reducido a regularizar su estancia ilegal en el país. En el ejercicio de un mal entendido afán de no coartar la libertad del que llega, se ha permitido que algunos de estos ciudadanos se erijan en cabecillas de movimientos antisistema en la reivindicación de una cultura de la que ellos mismos han salido huyendo, aprovechando la falta de firmeza de los Estados con determinadas prácticas, ante el miedo de ser tachados de fascistas y xenófobos.

Esta “manga ancha” ha contribuido a que jóvenes adolescentes, desarraigados y que viven en guetos, se sientan protagonistas por un día, y sean los mejores embajadores de movimientos encaminados a desestabilizar el mundo occidental, ataques que venimos padeciendo desde hace 3 años, ante la estupefacta mirada de una sociedad que creía que lo tenía todo controlado.

Vaya por delante que son más los inmigrantes honrados que vienen con ganas de trabajar, de integrarse y de prosperar, que crean negocios con el fin de ayudarse y ayudar a sus familias. Son muchos inmigrantes que se sienten dolidos cuando se les mete en el mismo saco con los que delinquen, que son quienes protagonizan los grandes titulares. Hay que decir también que en general, los ciudadanos de los países receptores acogen bien a los nuevos que llegan y consideran que además de ser un beneficio económico, puede ser un elemento enriquecedor en todos los ámbitos.

Pero es cierto que esta actitud convive con otra totalmente contraria: la llegada de gente nueva provoca también la sensación de desconfianza, de recelo y contribuye a que estos ciudadanos se refugien en su propio grupo, dificultando su integración y favoreciendo la creación de “zonas malditas”.

Desde luego, procesos de regularización como el llevado a cabo en España antes del verano, ha facilitado cierta actitud de rechazo por parte de los españoles hacia la nueva población que seguramente viene con ganas de vivir en paz y trabajar honradamente, de ofrecer a sus hijos un mundo mejor y de que se sientan ciudadanos de primera, y no de segunda que al final desemboquen en conflictos como el de Francia.

Consideraciones

La simple mención de 3 indicadores de los muchos que existen, son suficientes para hacer la foto fija de la España inmigrante:

El último proceso de regularización ha traído en solo 9 meses a 600.000 inmigrantes (datos del INE). Se calcula que puede haber un millón más sin papeles.
Madrid y Barcelona se llevan la palma en cuanto a número de inmigrantes, seguidos de la Comunidad Valenciana, Andalucía, Canarias, Murcia y Baleares.
De los extranjeros con residencia legal, un 21% viene de la Europa comunitaria, un 36% son latinoamericanos, un 24% africanos, un 12% europeos no comunitarios y un 6% asiáticos. El porcentaje que más ha crecido es el de los europeos no comunitarios, un 83%.

Porcentaje de inmigrantes en España por lugar de origen

Como puede comprobarse, ya contamos con 3 datos de primera magnitud: el aumento desmesurado de la inmigración no facilita la absorción de ésta en el sistema, ni a nivel económico, ni social, ni cultural. De repente, nuestra sociedad se ha encontrado con un aumento artificial de la población sin tiempo suficiente para su asimilación adecuada.

Otro aspecto que hay que tener presente, es que ya hay determinadas zonas de España susceptibles de verse implicadas en revueltas como las de Francia. A la hora de volver a ejecutar otro proceso de regularización, habrá que tener en cuenta que hay zonas que están más saturadas que otras. Habrá que estudiar que la mano de obra que venga, venga realmente donde se la necesita y no a las grandes ciudades por el mero hecho de serlo, o a la zona de la costa porque es de más fácil acceso.

Por último, el crisol de culturas de muy diversa índole que conviven en determinados barrios puede llegar a generar luchas internas: no es lo mismo la manera de vivir de un latino que de un musulmán. Hay que ser especialmente cuidadoso para que estos colectivos se integren adecuadamente entre ellos y en la sociedad española en su conjunto.

No es muy difícil concluir que hay determinadas zonas de España susceptibles de llegar a ser verdaderos polvorines si no se toman algunas medidas por parte del Gobierno previsoras del posible conflicto.

Políticas poco tranquilizadoras

En lo que al Gobierno respecta, se pueden señalar, a modo de ejemplo, dos políticas recientes que no contribuirán en modo alguno a garantizar la paz social de estos colectivos:

Zapatero ha asumido los complejos europeos al “llevarnos al corazón de Europa”: Al igual que los Estados Europeos no han sido capaces de afirmar nuestras raíces culturales en base al Cristianismo, como así es, han preferido obviar este punto en la nueva Constitución, entendiendo que la mención al respeto y tolerancia al multiculturalismo es suficiente: “La Unión se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías. Estos valores son comunes a los Estados miembros en una sociedad caracterizada por el pluralismo, la no discriminación, la tolerancia, la justicia, la solidaridad y la igualdad entre mujeres y hombres”. (Texto completo en http://europa.eu.int/constitution/es/lstoc1_es.htm).

Quizá tendría haberse añadido que la tolerancia tiene que ver también con el respeto a las raíces de nuestro modelo de convivencia, que se basa precisamente, en ese germen cristiano del mundo occidental. Esto nada tiene que ver con la defensa de Estados confesionales, en los que las jerarquías eclesiásticas, tanto católicas como protestantes, deban regir las políticas de los países. Tampoco se defiende un patrón común en cuanto a ideología religiosa. Esto quiere decir que nuestro modelo de familia, nuestro patrón de convivencia, está basado en unos determinados principios de los que no hay que avergonzarse y que es preciso conocer y fomentar, al margen de lo que luego practique cada uno.

La multiculturalidad no tiene por qué ir en detrimento de nuestros modelos de actuación. Los derechos de las minorías no tienen por qué perjudicar los de la mayoría. Es preciso trabajar para que esas minorías se sientan bien y cómodas en el conjunto de la mayoría, pero eso no quiere decir que el común de los ciudadanos renuncie a sus valores.

En España, el tema es todavía más contradictorio si cabe. Mientras que ZP trabaja activamente para imponer su visión de un estado laico- que no quiere decir que por que no sea confesional, los ciudadanos no tengan derecho a practicar la religión católica si les place, a recibir esa disciplina en los colegios, por ejemplo, siendo además, el credo de la mayoría de la gente, con independencia del nivel de práctica que se lleve a cabo en la realidad-, se está dando todo tipo de facilidades para la divulgación del islamismo en los colegios, donde ya se han contratado profesores de esta asignatura, además de la laxa política de control que se sigue desarrollando en las mezquitas. A estas alturas, todos sabemos la labor que se ha llevado desde muchas de ellas. También sabemos perfectamente que los preceptos de esta religión nada tienen que ver con la igualdad de sexos, la tolerancia, la libertad de pensamiento, ni por su puesto, con el desarrollo de sociedades democráticas, en las que la soberanía emana de los ciudadanos, y no del dictador de turno.

Es justo reconocer que hay mucha gente de bien que practica esta religión, que conviven en armonía con su entorno y cuya diferencia estriba en su manera de adorar a Alá, que acude a su mezquita como los católicos o protestantes van a misa los domingos. Sin más intención que el encuentro con el Dios que une a unos y a otros.

Pero hay que tener presente que una tolerancia mal entendida puede llegar a favorecer que los cabecillas de esta “guerra contra Occidente” generada desde el 11 de septiembre, pueda encontrar fervientes seguidores dentro del mismo corazón de Europa, ya herido a la luz de los hechos.

Tolerar no quiere decir renunciar. La tolerancia debe ser un camino de dos direcciones.

La Educación, fundamental

El segundo ejemplo de mala orientación política del Gobierno actual que puede contribuir a que el polvorín estalle, tiene que ver con un asunto de máxima actualidad y que ha puesto en pie de de guerra a la sociedad española: el fracaso del sistema educativo español.

Al margen de los datos oficiales y oficiosos que se han dado de la manifestación de Madrid contra la LOE, es cierto que es un tema que ha levantado de la silla a padres, alumnos y profesores. Entre los motivos principales, la falta de consideración al esfuerzo del estudiante, la total falta de respecto hacia el profesor y la institución académica, así como la legalización de los novillos, sin olvidar el controvertido tema de la asignatura de religión, al que ya se ha hecho referencia.

Con estos mimbres que el Gobierno de Zapatero ha puesto como ejemplo a seguir y centrándonos en el tema que nos ocupa, está claro que se están sentando las bases para incrementar todavía más el fracaso escolar, sobre todo en las clases más humildes, entre las que se suele encontrar la mayoría de los inmigrantes.

El que tiene posibilidades económicas de sacar a su hijo de este sistema educativo lo hará. La educación pública no conseguirá liberarse del lastre de estar en peor consideración a los ojos de los padres. Al final, la brecha entre “ricos y pobres” que tanto gusta sacar a relucir a la izquierda será mayor. No nos engañemos, el grueso de los inmigrantes seguirán formando parte de esos guetos por falta de estímulo, de oportunidades para alcanzar el ansiado progreso En una filosofía de esferazo cero, de nula compensación a las ganas de luchar por un futuro mejor mediante el estudio, la recompensa al trabajo bien hecho, al final, se verán abocados a seguir el patrón de sus padres. Ciudadanos sin formación que seguirán desempeñando trabajos que los españoles ya no quieren asumir. Esa segunda y tercera generación de inmigrantes puede llegar a preguntarse si mereció la pena el éxodo. “¿Es este el Estado del Bienestar que nos prometieron? ¿Es esta la tolerancia, la igualdad de oportunidades? Tengo papeles, sí, pero ¿de qué me sirven?”

Preguntas sin respuestas que pueden llegar a hacerse adolescentes que, como todos en esa edad, tienen afán de protagonismo, de hacerse notar, que son carne de cañón para las cabezas pensantes de este movimiento anti Occidente. Si el esfuerzo no es un valor cotizable, sí a lo mejor la quema de contenedores. Por ahí se empieza.

Ojo avizor

Tan solo un puñado de ejemplos al hilo de la actualidad política de España demuestra que la grave situación que está viviendo Francia puede ser posible en España en cualquier momento. La falta de firmeza en la defensa de nuestra cultura y valores están pasando ya factura en el Continente. El Estado del Bienestar conlleva a la asunción de unos deberes y derechos, en consonancia con la cultura receptora. Ello no quiere decir que se renuncie a la propia. Los españoles fuimos emigrantes en Europa y América Latina sobre todo. Asentamos nuestras bases de convivencia de acuerdo a los modelos sociales que nos fuimos encontrando. Estos países a su vez, respetaron nuestra cultura porque en nada les perjudicaba nuestra manera de ser y de pensar. Nos integramos en sus sociedades sin complejos y de forma respetuosa, en líneas generales.

Volviendo a España, es cierto que nuestro país es un potencial contenedor de inmigrantes por su lugar estratégico e incluso, su cultura. Pero precisamente por eso no se puede tomar el tema a la ligera, con el único fin de aumentar la masa electoral.

Es preciso que el Gobierno exija unos niveles mínimos para la convivencia y que no le tiemble la mano a la hora de no permitir determinados comportamientos, ni mucho menos fomentarlos por la cortedad de miras. Este compromiso ahuyentará a los líderes radicales, tanto de dentro del sistema – como el caso de Le Pen en Francia- como de los radicales de fuera. Si todos sabemos con nitidez lo que se espera de nosotros como sociedad, facilitaremos la convivencia pacífica de culturas.

Los ejemplos mencionados deberían ser suficientes para tomar buena nota: un alto grado de tasa de población inmigrante, incrementada en los últimos tiempos por el efecto llamada de “papeles para todos”, unido a una demagógica tolerancia con actitudes y credos en detrimento de los nuestros, que a todas luces son los menos malos, pueden resultar una mezcla explosiva. Si a todo ello le sumamos el déficit que se presenta en el horizonte de muchos jóvenes en edad escolar, en la que el colegio es un lugar donde pasar el rato, y del que no se sacará nada positivo, alimentan la llama del inconformismo, de la prepotencia y del aislamiento.

Nada sabemos con exactitud de las medidas que está tomando el Gobierno para que esto no pase, al margen de aumentar la vigilancia en las zonas de peligro y de predicar políticas demagógicas que se contradicen entre sí.

Regresando al planteamiento de cabeceara: ¿Será capaz ZP de tomar las riendas del asunto con la firmeza que requiera la situación si llega el momento? ¿Será capaz de asumir un cambio en la dirección del timón de su política del “todo vale”?

Será muy difícil de explicar a la opinión pública por que se toman medidas excepcionales, si llega el caso, contra una población que es fruto de caprichos electorales, que lejos de encontrar el Paraíso en la Tierra, puede verse envuelta, por la falta de información y futuro, en maniobras orquestadas por aquellos cuyo único fin es la destrucción del sistema de vida occidental, que con sus muchos defectos, parece ser que es el único que funciona.