Cuando la prevención es mejor que el socorro

Cuando el terremoto y el maremoto azotaron al Japón en marzo, Brian Tucker estaba en Padang (Indonesia) trabajando con un colega para idear un refugio que podría salvar miles de vidas, si un maremoto como el que en 1797 se alzó del océano Índico, a casi mil kilómetros al sudeste de donde se originó el maremoto asiático de 2004, volviera a golpear o, mejor dicho, cuando lo haga. Tucker es el fundador y presidente de GeoHazards International, organización sin ánimo de lucro cuya misión es la de reducir las muertes y el sufrimiento causados por terremotos en las comunidades más vulnerables del mundo.

Padang es una de esas comunidades. Justo al nordoeste de ella, en Banda Aceh, el maremoto de 2004 causó 160.000 víctimas mortales. Ahora, según dicen los geólogos, lo más probable es que la falla que desencadeno aquel maremoto se rompa más al sur, con lo que las ciudades costeras bajas, como Padang, con una población de 900.000 habitantes, corren un gran riesgo de padecer un terremoto y maremoto muy potentes durante los treinta próximos años.

En Banda Aceh, el maremoto mató a más de la mitad de la población de la ciudad. En Padang, según un cálculo del director de la oficina de gestión de desastres de la ciudad, un maremoto similar podría matar a más de 400.000 personas.

Tucker dice que se ha quedado mirando al océano en la playa de Padang para intentar imaginar lo que sería ver una pared de agua, de cinco metros de altura y a lo ancho de todo el horizonte, abalanzándose sobre la ciudad. Ahora que hemos visto las imágenes del maremoto que golpeó al Japón, no necesitamos pedir tantos esfuerzos a nuestra imaginación, excepto que debemos imaginar la falta de los muros que el Japón había construido para reducir el impacto del maremoto.

Es cierto que dichos muros no funcionaron tan bien como se había esperado, pero, aun así, el Japón estaba mucho mejor preparado para un maremoto que Padang. En esta última, aun con un aviso por adelantado de un maremoto, las tierras más altas están demasiado lejos y las estrechas calles demasiado congestionadas con el tráfico para que muchas personas llegaran a ellas a salvo y con tiempo.

Así, pues, GeoHazards International está trabajando con una idea más práctica, llamada Parque de Terreno Elevado de Evacuación ante Maremotos (PTEEM). Se trata de construir pequeñas colinas con la cima llana en las partes bajas de la ciudad que se podrían utilizar como parques o campos de deportes. Con los minutos de aviso que la fuerte sacudida de un terremoto daría automáticamente, la población podría caminar hasta un PTEEM y quedar a salvo por encima del nivel más alto que pudiera alcanzar un maremoto.

Semejantes parques de terreno elevado son una solución poco costosa para el peligro de maremotos en las zonas costeras bajas. Requieren sólo la utilización de materiales locales, brindan un recurso comunitario valioso para tiempos normales y ofrecen la posibilidad de salvar centenares de miles de vidas cuando azote un maremoto.

No obstante, GeoHazards International carece de los recursos para construir  los suficientes PTEEM necesarios. Después de veinte años de funcionamiento, la organización sigue siendo pequeña, sobre todo si se la compara con organizaciones como la Cruz Roja, que se encargan primordialmente de las tareas de socorro en casos de desastre. Las personas están dispuestas a donar centenares de millones de dólares para ayudar a otras personas después de un desastre –incluso en el caso de un desastre en un país rico como el Japón–, pero no están dispuestas a invertir nada parecido para salvar vidas antes de que azote un desastre predecible.

Una razón es la de que la prevención de un desastre no resulta interesante en la televisión. La gente dona para las víctimas identificables. Si construimos parques de terreno elevado, nunca veremos a las personas que, de no ser por nuestra ayuda, habrían muerto: en los telediarios de la noche no aparecerán huérfanos desesperadamente necesitados, pero, ¿acaso no es mucho mejor mantener a salvo a los padres que ayudar a los huérfanos después de que sus padres hayan resultado muertos?

Se trata de una situación en la que debemos ejercer la imaginación para entender y sentirnos motivados por el bien que hacemos. Lamentablemente, no todo el mundo puede hacerlo.

Otra razón por la que no donamos para prevenir desastres ha de resultar familiar a quienquiera que haya retrasado la visita al dentista porque la perspectiva de un dolor intenso en las próximas semanas o meses no era tan motivadora como la renuencia a afrontar una ligera incomodidad más inmediata. Nos decimos que, al fin y al cabo, tal vez no nos dé un dolor de muelas, aun sabiendo que lo más probable es que así sea.

La mayoría de nosotros no somos muy duchos en sopesar adecuadamente los acontecimientos futuros, sobre todo si son inciertos. Así, pues, podemos decirnos que los geólogos podrían estar equivocados y tal vez ningún maremoto golpee a Padang en los treinta próximos años y en ese momento tal vez contemos con nuevas y mejores tecnologías para predecirlos, con lo que la población dispondrá de más tiempo para trasladarse a tierras más altas.

En cambio, deberíamos guiarnos por los cálculos más fiables de las probabilidades de que una intervención salve vidas, además de por el número de vidas que se salvarían y el costo de salvarlas. Las pruebas de que disponemos indican que la construcción de parques de terreno elevado en lugares como Padang sería en verdad muy valiosa.

Por Peter Singer, profesor de Bioética en la Universidad de Princeton. Su libro más reciente es The Life You Can Save. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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