Cuando las prestaciones sociales sabotean vidas

Cuando las prestaciones sociales sabotean vidas

En plena época navideña, el Reino Unido acelera el despliegue de un esquema de seguridad social que sólo podría gustarle a Ebenezer Scrooge. El programa de “crédito universal” reemplaza seis prestaciones sociales distintas (por ejemplo, el crédito fiscal por hijo y la ayuda para vivienda) con una sola. El objetivo es incentivar el empleo y crear un sistema electrónico más fácil de usar.

Al menos esa es la idea. Por desgracia, el despliegue del nuevo sistema fue complicado. La espera mínima de 42 días antes del primer pago dejó a algunas familias sin un centavo por hasta seis semanas, y cuando el dinero llegó, muchos receptores se encontraron con una reducción de los beneficios. En áreas donde la implementación del crédito universal está extendida se ve un aumento de las derivaciones a bancos de alimentos y de los desalojos.

Pero dejando a un lado las noticias dramáticas, la reforma del sistema de prestaciones británico tiene un problema más profundo del que nadie habla: en vez de reducir la pobreza, puede ser que la agrave.

En un precursor libro de 2013 titulado Scarcity: Why Having Too Little Means So Much [La escasez: por qué importa tanto tener muy poco], Sendhil Mullainathan, de la Universidad Harvard, y Eldar Shafir, de la Universidad de Princeton, examinaron cómo afecta el contexto a las personas cuando deben tomar decisiones relativas al empleo, la familia y la vida en general. Este estudio ofrece dos enseñanzas que hay que tener en cuenta para evaluar la última reforma del sistema de prestaciones británico.

La primera enseñanza es que la falta de un recurso clave (como dinero o tiempo) suele llevar a las personas, sean ricas o pobres, a decidir mal. Por ejemplo, para alguien que ande corto de dinero, la idea de pedir un “adelanto de sueldo” puede resultar atractiva, pero estos préstamos son ruinosamente caros, y sus condiciones tienden a agravar el endeudamiento de los receptores.

Esto no se debe a falta de formación de las personas. En estudios controlados, Mullainathan y Shafir enfrentaron a estudiantes de la Universidad de Princeton a un juego de computadora cronometrado en el que podían “pedir prestados” segundos extra, aunque el préstamo implicaba luego renunciar al doble de segundos del tiempo general asignado. Muchos usaron esa posibilidad, y los autores concluyen que las condiciones de escasez y estrés pueden generar malas decisiones.

Las últimas reformas del sistema de prestaciones británico enfrentarán a muchos receptores a un cálculo similar, ya que en muchos casos la ayuda recibida se redujo. No era el objetivo original del sistema de “crédito universal”, pero en aras de recortar el gasto, el gobierno halló irresistible reducir las prestaciones sociales. El resultado es un sistema que es 3000 millones de libras (4000 millones de dólares) menos generoso que el anterior.

Se calcula que unos 1,1 millones de familias biparentales perderán un promedio de 2770 libras al año, mientras que los padres solteros trabajadores perderán un promedio de 1350 libras al año. Es probable que estas reducciones perpetúen un círculo vicioso en el que las personas pobres, cada vez más privadas de recursos, planificarán y decidirán cada vez peor.

Una segunda enseñanza del trabajo de Shafir y Mullainathan tiene que ver con los límites del “ancho de banda” humano. Es bien sabido que usar el teléfono móvil al conducir aumenta la probabilidad de accidentes, o que los estudiantes que usan computadoras portátiles durante las lecciones aprenden menos. La distracción del poder cerebral de las personas por una preocupación apremiante lleva a un peor desempeño en situaciones de solución de problemas.

Algo parecido ocurre con el sistema de beneficios británico, un voraz consumidor de ancho de banda mental. Por ejemplo, la Ley de Reforma del Sistema de Bienestar (2012), que antecedió al esquema de crédito universal, impuso topes a las ayudas locales para vivienda y al total de prestaciones, y redujo la subvención a aquellos inquilinos que tuvieran cuartos vacíos; también modificó drásticamente las prestaciones por discapacidad y los criterios de acceso a las ayudas. Estas y otras numerosas “mejoras” generaron una maraña burocrática que puso a prueba la capacidad de decisión de los beneficiarios.

Y ahora se añaden los cambios nuevos que, en la práctica, agregan distracciones que obligan a los pobres a gastar todavía más energía mental explorando otro sistema con reglas y procedimientos distintos. Es como obligar a la gente a usar el teléfono móvil mientras conduce. ¿Podrán los destinatarios del sistema (pensado para incentivar la obtención de empleo) desempeñarse bien como padres y trabajadores a la vez?

El nuevo programa británico se defendió como una forma de reducir costos e incentivar a la gente a decidir mejor, para que más personas consigan empleo y se reduzcan los pedidos de ayuda. Pero por ahora, la realidad no parece convalidar esa imagen optimista.

La reducción de las prestaciones sociales sólo llevará a más pobreza y multiplicación de malas decisiones. Y al introducir cambios frecuentes al sistema y nuevos requisitos que lo hacen más inaccesible, el gobierno también obliga a los beneficiarios a consumir más ancho de banda mental; en conjunto, estos factores implican un empeoramiento de su situación.

Las autoridades deberían leer el trabajo de Mullainathan y Shafir, y pensar de qué manera puede aplicarse a futuras reformas del sistema de bienestar. Se necesitan prestaciones suficientemente estables y generosas para que los destinatarios se puedan concentrar en encontrar trabajo y al mismo tiempo ayudar a sus hijos con las tareas escolares y mantenerse sanos. Es un sistema factible; la alternativa es seguir imponiendo cargas a los que están en peor condición para soportarlas.

Ngaire Woods is Founding Dean of the Blavatnik School of Government at the University of Oxford. Traducción: Esteban Flamini.

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