Cuando 'Libertad' tiene efecto bumerán

Ganó ‘Libertad’, y lo hizo de una manera tal que resulta perentorio llegar al porqué. El baile que se ha desarrollado en el espacio semántico de esta palabra en el discurso público de la vida política española proporciona un ángulo interesante para interpretar qué ha pasado en Madrid.

Hasta hoy Libertad nunca ha formado parte de la estrategia de campaña de la derecha –curioso para ser un partido que se califica liberal– y lo ha hecho casi siempre de la de la izquierda. Construir un país en libertad fue la propuesta de Felipe González en 1982; y cuando la derecha amenaza con arrebatar el gobierno de la democracia, el PSOE recurre al famoso vídeo del dóberman para apelar al miedo, recordando el peligro que para la libertad supondría la vuelta al franquismo.

Desde entonces la izquierda ha blandido la libertad en lo que los estudiosos denominan la «estrategia de la división». Consiste en colgar al rival una etiqueta que la mayoría rechaza y posicionar el propio mensaje en el extremo opuesto. Esta estrategia fracasa cuando la línea divisoria que se dibuja está obsoleta, no define nada, no sintoniza con el votante, o cuando el ataque es poco creíble. En esos casos, su efecto es el del bumerán: el perjuicio se lo lleva quien ataca.

La campaña que revalida a Ayuso en el gobierno es la primera en la que el Partido Popular elabora más explícitamente la apuesta que anunció hace dos años, cuando la convención de Casado se celebró bajo el lema España en libertad (en las elecciones generales de 2019 este partido prefirió optar por el reclamo de la unidad de España).

Las expresiones a favor de Ayuso por parte de conocidos personajes de izquierdas procedentes del mundo de la política, la economía y las artes; la Ayusomanía cada vez más visible en ingeniosa simbología; las ovaciones lanzadas a esta mujer en barrios menos favorecidos; y los resultados (gana en todas las franjas de edad, en todos los distritos, y en municipios que tradicionalmente pertenecían a la izquierda, como Vallecas o Rivas-Vaciamadrid), parecen indicar que, por primera vez en la historia de la democracia española, la batalla en el espacio semántico de la palabra libertad se sentencia nítidamente a favor de la derecha.

La situación requiere un análisis sutil que vaya más allá de que con un populismo de cañas, copas y libertinaje es muy fácil ganar. Entre otras cosas, porque entraña el riesgo de que se sientan insultados, y con razón, el millón y medio de votantes del PP (entre los cuales pueden estar un no poco importante 8% de ex votantes del PSOE). Se ha de ir también más allá del «una vez más se ha votado con el bolsillo».

¿Qué ha habido de nuevo para que la derecha haya roto el juego a la izquierda en lo que se refiere a libertad? Cuando convocó las elecciones y vio que era Iglesias quien saltaba a la pista, Ayuso precisó su saque trasformando el dilema Libertad o socialismo en Libertad o comunismo. Consiguió con ello que la izquierda cayera en su propia trampa: le hizo recolocar todos sus cañones hacia donde habitúa, el pasado franquista, de forma que acabara apostando por Democracia o fascismo. Pero ahí la pelota ya no estaba.

El fragor de una dialéctica artificial impidió ver que, desde hacía tiempo, Libertad venía abriéndose camino de forma pertinaz. Libertad –ha sido el mensaje con que Ayuso ha puesto palabras a la gestión de estos dos años– es poder elegir hospital y colegio, decidir cuándo se abre y cierra un establecimiento o se entra y sale de casa.

«No me llames fascista», interpretó la izquierda en el grito Libertad de la derecha. Pero se lo llamó. No era consciente de que ya entonces el bumerán había emprendido su viaje de vuelta. No le quedó a la izquierda más opción que encajar un duro golpe: se hicieron creíbles las etiquetas que le había colgado el rival.

El PP puede haber arrebatado a la izquierda el término libertad enriqueciendo, con la ayuda de aquella, el espacio semántico que hasta ahora se asociaba a este término en la vida política española. Libertad hoy es, también, todo lo que se opone al sanchismo: al intervencionismo estatal, a la subida de impuestos, a la expropiación que supone la ocupación impune de una vivienda, a la intromisión en los medios de comunicación, al control político de los jueces, a la amenaza a la enseñanza concertada, a las sutiles imposiciones de la corrección política, a la asfixia de la excesiva burocracia, y, en fin, a todo lo que en la izquierda se define mediante la confrontación de lo público con lo privado.

Ayuso no solo ha conseguido que la apelación al fascismo noquee a quien la lanzó, sino que se ha hecho con toda la energía que se desprende del golpe para obtener, en consecuencia, una relevante conquista de Libertad.

En lo que respecta al PP, los resultados le permiten avanzar su argumentación de que «es menos malo con los dislates de la ultraderecha que con los de la ultraizquierda». Más allá de procesar las aristas de los distintos planteamientos para consolidar la reunificación de la derecha, este partido necesita avanzar en el fondo y en la forma de su propuesta de libertad. Pues lo de «vivir a la madrileña» ya no le servirá para escalar el éxito al nivel nacional. Y perdería una oportunidad si dejara que al final todo volviera a ser cuestión de voto económico. Con Libertad ha abierto un terreno importante para la fundamentación de su modelo liberal, pero lo tiene que labrar.

Por lo que respecta a la izquierda, quizá el golpe más fuerte del bumerán se lo ha propinado en la falta de sintonía con la sociedad que le han mostrado los resultados electorales. «La gente no está en eso», dijo Ayuso cuando también a ella le tocó recibir una carta con bala. La gente, que donde está es en medio de una pandemia –hasta un 75% afirmó que le afectaría la gestión de la Covid en el voto–, quizá haya interpretado que solo en Libertad se puede abordar con coraje lo difícil que es apostar tanto por la seguridad sanitaria como por la económica.

El incontestable triunfo de Ayuso no se explica solo por un acierto de relato. Bien es verdad que la realidad necesita palabras para hacerse presente, pero las palabras no son elásticas, y los espacios semánticos se abren solo cuando hay realidades que los soportan. Ayuso ha ganado diciendo y haciendo Libertad.

Por eso los resultados del 4 de mayo significan, también, un duro golpe a quienes conciben la comunicación política como una factoría de mensajes con los que ganar elecciones, y prestan menos atención a lo que hay que hacer para que las políticas que se narran sean verdaderamente transformadoras.

María José Canel es catedrática de Comunicación Política en la Universidad Complutense de Madrid.

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