Cuando lo imprescindible resulta imposible

«Cualquiera que sea el resultado, Rajoy y Zapatero tendrán que ponerse mañana mismo manos a la obra para definir un marco de colaboración política estable cuyo primer peldaño debe ser el desarrollo del Pacto Antiterrorista, pero en el que debe estar incluso previsto alcanzar el escalón final de un Gobierno de coalición si una determinada situación límite o una envenenada aritmética electoral lo hace aconsejable.«Frente a las estériles llamadas retóricas a la unidad de todas las fuerzas democráticas -¿unidad para qué?-, se trata de que los dos grandes partidos nacionales que van a representar al 80% de la población recuperen el espíritu de consenso con que vertebraron el proceso de elaboración de la Constitución. «Bienvenidos sean todos los demás partidos que, como acaban de hacer los aragoneses del PAR, vengan a sumarse al proceso, pero más importante que ampliar el Pacto Antiterrorista es darle profundidad e intensidad. Todas las demás fuerzas merecen respeto democrático, pero hoy por hoy pretender ponerse de acuerdo con la IU de Llamazares y Madrazo, con la Esquerra de Carod o con el PNV del plan Ibarretxe sólo será una pérdida de tiempo y esfuerzo que generaría más escepticismo y desapego ciudadano.

«Puesto que en lo esencial comparten una misma idea de España, son el PP y el PSOE -con o sin el PSC- quienes tienen que dar una respuesta equilibrada a las demandas nacionalistas que quepan en el espíritu constitucional, quienes tienen que cerrarse en banda frente a aquellas que pretendan desbordarlo y quienes tienen que respaldar el uso de todas las medidas legales, incluidas las que supongan la aplicación excepcional de medidas extremas, para impedir que nadie logre hacer de la violencia una ventaja negociadora».

Aunque habitualmente huyo del onanismo de la autocita como del agua hirviendo, hoy no he encontrado ninguna forma más elocuente de enfatizar la triste situación en la que nos hallamos que reproduciendo con melancolía estos cuatro párrafos de mi Carta del Director del domingo 14 de marzo de 2004. Como ustedes pueden ver, no habría que cambiarles ni una coma para aplicarlos al escenario creado tras el asesinato de anteayer, la cancelación de nuevo de los mítines de cierre de campaña y la celebración hoy de las segundas elecciones generales consecutivas cuyos resultados estarán marcados por la ingerencia del terrorismo y la distorsión del proceso democrático.

Pero con la misma lucidez con que hoy, como hace cuatro años, me doy cuenta de cuál es la receta para combatir la enfermedad que nos corroe, ya sé -de ahí lo de la melancolía- que, a menos que esta noche se produzca un espectacular vuelco de los pronósticos y expectativas, tampoco veremos aplicarla durante la próxima legislatura. Si gana Zapatero como han venido anunciando hasta ayer mismo las encuestas que los internautas españoles hemos podido consultar en páginas web domiciliadas en Londres o en Andorra, poniendo en evidencia la apolillada estulticia de la Ley Electoral, es evidente que lo que no hizo en el 2004 tras la conmoción nacional que ocasionaron las casi 200 víctimas mortales del 11-M no lo va a hacer en el 2008 tras el solitario asesinato de un ex concejal socialista. Aunque no pueda decirse que su reacción ética ante el terrorismo dependa del número de muertos, en el segundo debate con Rajoy sí que quedó patente que eso es lo que determina su valoración política.

Todo ayudaba a que hace cuatro años Zapatero se hubiera convertido en un gobernante conciliador. En un sanador de heridas, volcado en la tarea de impulsar la investigación de la masacre y de fortalecer los valores constitucionales alentando los grandes pactos con la oposición. La excepcionalidad de lo ocurrido justificaba más que de sobra que hubiera aparcado los aspectos más polémicos de su programa a favor de una nueva agenda basada en el consenso y la conciliación. Ni siquiera existía aún la excusa de alegar que el PP había elegido la senda de la crispación al no haber aceptado su derrota.

La Historia le brindaba a Zapatero la oportunidad de ser una especie de segundo Adolfo Suárez y bien a la vista está que ocurrió todo lo contrario. Hoy acudiremos a las urnas con la conciencia colectiva doblemente enlutada por la sombría indignación que produce el vil asesinato del viernes y por la frustrante impotencia que genera el rotundo fracaso del Estado a la hora de esclarecer plenamente el 11-M. Mientras el juez instructor ha puesto tierra de por medio y el presidente del Tribunal sigue dando el cante, el ritual de la democracia se repite sin que hayamos averiguado ni quién organizó la masacre, ni quién montó las bombas, ni qué complicidades o negligencias permitieron que una trama en la que había más confidentes policiales que agentes libres culminara su macabro propósito.

Por el contrario unos cuantos navíos averiados sí que han llegado a puerto durante estos cuatro años. España impulsa la Alianza de Civilizaciones y el «nuevo contrato del hombre con el Planeta», Cataluña cuenta con un Estatuto con mucho menos apoyo político en Madrid, mucho menos respaldo social en Barcelona y mucho menos encaje constitucional que el anteriormente vigente, ETA ha adquirido durante al menos media legislatura la condición de interlocutor político, tenemos dos millones y medio más de inmigrantes y a Zerolo no dejan de «darle» -al menos eso dice él- «orgasmos democráticos». En aspectos muy emblemáticos el cambio -o mejor dicho, la alteración- ha sido mayor en cuatro años de ceja y buen talante que en 14 de felipismo desorejado.

Si la inclusión del Pacto del Tinell -por el que se pretende situar al PP en los extramuros de toda combinación de poder- en el Libro Blanco de los logros de Zapatero explica cuál ha sido su estrategia política, el público abrazo al doctor Montes es el gesto definitivo que revela la trastienda emocional e ideológica en la que se asienta. Pensé que nunca se atrevería a dar ese paso, pero me equivoqué. Eso demuestra que incluso quienes nos hemos acercado a él profesionalmente acorazados por el escepticismo de unos cuantos trienios de vivencias similares hemos sido a menudo incapaces de detectar la hondura e intensidad del radicalismo que anida tras sus modos cordiales.

Literal y metafóricamente ese abrazo a quien ha sido acusado de forma unánime por 11 colegas de la más diversa trayectoria de la «mala práctica» de efectuar hasta 34 sedaciones irregulares sin consentimiento de los pacientes o sus familias equivale al «¡Viva la muerte!» de Millán Astray en Salamanca, y lleva implícito también un «muera la inteligencia» que en este caso son las normas y usos de la deontología médica aceptados por la sociedad.

¿Por qué enlazó Zapatero por los hombros al doctor Montes, lo atrajo hacia sí y le susurró al oído que había pensado mucho en él, cual si fuera el Cirineo que inesperadamente acudía a aliviar a Cristo del peso de su cruz durante la ascensión al Gólgota? No se nos diga que fue para compensar el «linchamiento» de la derecha. Eso está bien como consigna barata de tertulia radiofónica adicta, pero por esa regla de tres el consejero Lamela debería ser paseado en palanquín en cada mitin del PP.

No, la verdadera explicación de ésa y todas las demás transgresiones del acervo de la Transición que ya he mencionado y aludido está en la honda felicidad que a Zapatero le produce el desafío, la provocación, el órdago permanente a lo que -extrapolando la sociología norteamericana- podría definirse como la España bien pensante de familia, bandera e iglesia. Que el doctor Montes os parece lo peor de lo peor... pues yo lo sentaré a mi derecha en el lugar de honor más elevado y visible. Por eso es ministro Bermejo, por eso la Ley del Matrimonio Homosexual la redactó Zerolo, por eso se negoció políticamente con ETA, por eso Cataluña tiene el que será el Estatuto de los mil conflictos. Frente a la timorata moderación de esa España que él desdeña por carca y anticuada, «la audacia, siempre la audacia» que decía Danton.

La actitud de Zapatero durante estos cuatro años se ha asemejado más, en el fondo, a la del líder de una confesión religiosa, la Iglesia del Republicanismo Cívico del Séptimo Día, que a la de un simple gobernante democrático. De ahí que nada le haya hecho sentirse más en su salsa que la confrontación con la jerarquía católica, de monoteísta a monoteísta. ¿Acaso no es propio de todo Mesías «escandalizar» a quienes no siguen sus enseñanzas? Pues él se ha aplicado con fruición a esa tarea y ha cumplido con creces sus anhelos.

Si Zapatero gana hoy las elecciones nada va a cambiar a ese respecto. Las dosis que habría que aplicar de esa receta centrípeta e integradora, más imprescindible todavía hoy que en el 2004, pueden prescribirse con facilidad: si el resultado se parece al alemán porque las diferencias son mínimas, pues coalición a la alemana; si, tal y como dicen los sondeos, se mantiene más o menos la ventaja de hace cuatro años, pacto de legislatura al canto; si, impulsado por una participación altísima -fruto de nuevo de la conmoción por un atentado-, el triunfo socialista rondara incluso la mayoría absoluta, relanzamiento al menos del Pacto Antiterrorista y grandes acuerdos nacionales para el Empleo, la Inmigración y la Enseñanza.

Pero ahora ya sabemos que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Zapatero tendría que volver a nacer porque nada de eso está en su naturaleza. Cualquiera puede darse cuenta de que toda estrategia encaminada a derrotar para siempre a ETA pasa no sólo por combatir sus medios criminales sino también por desacreditar sus fines independentistas, y en este sentido los problemas del terrorismo y el nacionalismo son vasos comunicantes. Pero Zapatero antes preferirá seguir prestigiando mediante el oportunismo lanar de los Montilla y Patxi López a los reaccionarios que dividen España en tribus que pactar con el centro-derecha para hacerles conjuntamente frente. Por cierto, ¿por qué en lugar de increpar a Rajoy el líder del PSE no concentró anteanoche su ira en los amigos del asesino de Isaías Carrasco que hasta hace poco eran sus interlocutores habituales? Pues eso.

Zapatero no merece ganar hoy, pero si lo hace siempre nos quedará el consuelo de que se lo tendrá bien merecido. ¡Qué ricos y variados son los usos coloquiales de un idioma como el castellano en el que una misma palabra puede expresar una idea y su contraria con la mera adición de un reflexivo!

Digo que se lo tendrá bien merecido, de acuerdo con la famosa Pottery Barn rule que Colin Powell invocó ante George Bush en vísperas de la invasión de Irak, según consta en la página 150 del libro de Bob Woodward Plan of Attack. Puesto que Pottery Barn es una cadena de establecimientos de menaje del hogar sin actividad en España, bien podemos traducirla aquí como «regla de la tienda de porcelana».

«You break it, you own it», le dijo el secretario de Estado al presidente, advirtiéndole que los problemas llegarían después de la invasión. «Si la rompes, te la quedas». Variantes menos sutiles, pero muy adecuadas a nuestro caso serían «You break it, you fix it» («Si la rompes, la pegas») o incluso «You break it, you pay it» («Si la rompes, la pagas»).

Habida cuenta de que a los graves estropicios causados por la frívola irrupción de Zapatero en el zoo de cristal de los delicados consensos y equilibrios de la Transición se une ahora el desmoronamiento de algunos pilares básicos de nuestra economía ante su pasividad culpable, no deja de tener sentido preguntarse si lo más conveniente es que esta noche nos encontremos con una escueta y probablemente pírrica victoria de un Rajoy que tendría que medio envainársela en la cuestión nacional para obtener el apoyo de CiU; o no sería preferible que el designio de las urnas repitiera el tormento de Sísifo e impusiera al irresponsable que ha permitido que la piedra cayera hasta el pie de la ladera la obligación de impulsarla ahora colina arriba, situándolo frente a todas sus contradicciones y falacias una vez que la fiesta del remar con el viento a favor se ha terminado. Nuestro suplemento MERCADOS explica hoy bien cual es el «regalo envenenado del 9-M». ¿A quién puede apetecerle ganar en una tómbola cuyo premio es «una inflación del 4,3%, morosidad y colas en el Inem»?

Para tranquilidad de quienes piensen que se trata de una idea temeraria y masoquista que en definitiva implica apostar por que el destino propine a Zapatero una buena patada en el trasero de todos los españoles, debo añadir que cuando salió el libro de Woodward un portavoz de Pottery Barn se apresuró a aclarar que ellos nunca aplicaban esa regla porque a la larga siempre era mucho más rentable desembarazarse cuanto antes del que hubiera roto la mercancía, dando entrada a un nuevo cliente más respetuoso y responsable, que obligar al patoso a permanecer en la tienda hasta que pagara o reparara el desperfecto. El problema es que no siempre los electores tienen la sabia prudencia de los buenos comerciantes.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.