Cuando los diarios huelen

El día que se inicia una campaña electoral los periódicos desprenden un olor característico; huelen a trampa, desde la primera página. Una campaña electoral es como lo que en mi infancia se llamaba “lucha libre”, donde subían unos tipos al ring, unos golfos baqueteados por la vida que exhibían sus malas artes en un combate en general amañado. Creo que la faceta supuestamente deportiva de la lucha libre ha desaparecido quizá porque no ha superado el descrédito. Se recicló en la pelea por las urnas.

Ahora están las campañas electorales. He echado una mirada hacia atrás, cosa que cada vez me gusta menos, y me he dado cuenta que he vivido con intensidad todas y cada una de las campañas electorales desde junio de 1977, incluidas las de Euskadi y Catalunya. Abrumador. Un detalle significativo: antes, los partidos que algunos llaman tradicionales –aquí nunca hubo nada menos tradicional que un partido político– se apoyaban en la publicidad de los periódicos, los carteles, un spot publicitario y una cuña radiofónica… Eso se acabó, y en mi condición de veterano en festejos electorales me pregunto por qué.

El mercado publicitario ha caído tan bajo como la economía española. Ahora se compran los medios de comunicación, es una fórmula sin demasiados costes porque todos están en la pomada y al final hacemos cuentas. Pero los partidos políticos que tienen gente muy sagaz para los negocios han descubierto una fórmula más barata, o como se dice ahora, “que reduce costos”. Comprar periodistas, o más precisamente alquilarlos, porque el periodista político tiene una caducidad similar a la de los yogures.

Una modesta proposición, al estilo de Jonathan Swift. Si los productos que compramos en las tiendas llevan unos códigos que nos instruyen sobre sus propiedades, lo que tienen y lo que carecen, yo pediría que los columnistas periodísticos, y a mayor abundamiento, los más corruptos por necesitados periodistas de pan y mantel, clase tropa, incluyeran a la hora de poner su nombre un asterisco donde al final del texto se detallaran sus múltiples actividades: asesor de tal o cual político, miembro de la Fundación X, colaborador en los programas del partido, y tertuliano en ocho, seis o cinco programas radiotelevisivos... Lo considero un deber de dignidad profesional. Si un periodista escribe editoriales para un diario de centro conservador, o nacionalista moderado, no puede luego escribir una columna por más salomónica que sea explicando las bondades de su propio editorial. A eso se llama engañar al lector.

Nos rechazan porque hacemos unos periódicos que avergonzarían a un adolescente de primero de Periodismo. Y dado que la gente es mayor de edad, que no anda muy bien de numerario y que tanta estafa verbalística le huele a chamusquina, ha renunciado a comprarnos. Cuando la lectura de un periódico apenas cubre el tiempo de tomarse el café matutino en la barra de un bar, es que estamos acabados. Somos kleenex.

Antes las campañas electorales se traducían en mucho dinero para los medios de comunicación. Los partidos hacían propaganda y por la cuenta que les traía la pagaban a muy buen precio. Nada de eso existe ya. Ahora el mundo es diferente y cada uno lo aborda a su insidiosa manera. Yo no puedo, sin pasarme las líneas rojas de mi propia autocensura, hacer una descripción de la campaña electoral en Catalunya, que es el lugar más cercano y más sufriente. Sólo algunos apuntes sin ánimo de ser exhaustivo, sencillamente por no avergonzarme de mi propia prosa.

¿Qué decir de las entrevistas al Pablo Iglesias de Podemos? Un agudo entrevistador le preguntó por “el corredor mediterráneo” y la unidad de la lengua catalana, y al parecer no tenía idea. Güevos –con g de gravedad– de plomo. Hace tres años, no más, el único corredor mediterráneo que operaba en la zona era mi amigo Eliseu Climent, con fondos de la Generalitat y no precisamente para intervenir en el marco europeo. Si Pablo Iglesias hubiera tenido reflejos de veterano le hubiera respondido al entrevistador arrogante: “Oiga, ilumíneme: cuando el valenciano Alfonso Rus cuenta los billetes y llega a dotze mil, dos milions de pessetes, ¿es catalán unificado o la variante golfa del levantino?”. Ya puestos a preguntar yo le hubiera sugerido que repitiera “Dotze jutges mengen fetge d’un penjat”, para gozo de la parroquia. En la meseta no nos entienden.

Confieso que lo de Pablo Iglesias y Catalunya me importa un carajo, aquí se dirime cómo liquidar a Ada Colau, por lo tanto Pablo Iglesias no es más un recurso. Sin embargo me divierte Albert Rivera, el de Ciutadans, porque está dotado para la política. No le votaré en mi vida, pero sabe lo que quiere y sobre todo distingue a un idiota irredimible de un compañero de viaje incómodo, algo poco común por estos lares donde domina el talento de Quico Homs, el prodigioso hablador.

¡Qué cosas se les ocurren a los columnistas-editorialistas-asesores de la política catalana! Un colega se cuestionaba si dejaría a un recién nacido en las manos de Oriol Junqueras. Somos únicos, en Catalunya, somos únicos haciéndonos preguntas exóticas para lectores sentimentales. Yo no dejaría un niño en manos de ningún político. Qué barbaridad. Pobre chaval, nacer a la vida en los brazos de un impostor, un estafador o un corrupto. Oriol Junqueras me produce fàstic, precisa expresión catalana inexistente en castellano. Todo en él resulta falso, desde su aspecto de mosén abotargado, sus maneras de pedagogo de las Congregaciones Marianas, su mirada turbia y su cinismo ingenuo. No me negarán que afirmar de Esquerra que está limpia de corrupción “como una patena” es ejercer de desvergonzado. Esquerra tiene la suerte de que sus líderes son tan efímeros que el tiempo los olvida.

Yo me quedo de todas maneras con un par de imágenes de estas elecciones a cara de perro. Debo de tener un lado sadomaso que lamentablemente no he trabajado en mi vida y que me llega demasiado tarde en edad y pasiones. A mí, Carme Forcadell me pone. La contemplo en la televisión en sus mítines en sus repetidos gestos de monja ante la llegada de los arrogantes anarquistas del 36, ay, dispuestos ellos a todo y ella a sacrificarse. Es suerte que esta chica poco agraciada de talento y demás no hubiera nacido en tiempos de Pilar Primo de Rivera. Es del 56. Lo entendí cuando en su entrevista de despedida de la ANC, en El País, afirmó con cara de brujita sin lobito, nariz larga, boca excesiva, ojos pálidos, orejitas de ratón con un puntito, pelo de carmelita de Bernanos y un cuello que no invita a ser besado: “El proceso soberanista ha sacado a la luz muchos casos de corrupción”. ¡Dígame uno! “El Estado español sabía lo de los Pujol y no hizo nada”. ¡Impresionante!

Pero quisiera cerrar este triste encuentro con una realidad que no nos merecemos con el caso de la candidata número 4 de la lista por Girona de Iniciativa; esa izquierda que se entromete en las palabras para disimularse. Se llama Marina Pibernat Vila, es decir, tiene el pedigrí que los García, Gómez, Fernández que inundan el independentismo gustarían poseer. Marina Pibernat Vila escribió en internet que la “derechona catalufa” le producía asco. Y hete aquí que la expresión “catalufa” la ha obligado a poner su cargo a disposición de su grupo político. Pero lo más humillante para este país de tigres de bengala es que su grupo aceptó la renuncia. Es como si yo, que nunca me presenté a nada, hubiera escrito la “derechona españolista me produce asco, miedo y desprecio”. Y me hubieran echado de la lista por políticamente incorrecto.

Pues lo repito, para los que se niegan a entenderlo: la derechona españolista y la catalufa, que proceden de la misma fuente y de parecidos negocios, producen asco y repulsión. Yo votaría por Marina Pibernat Vila, de Girona, a la que no conozco, aunque sólo fuera porque por primera vez desde 1980 los chicos del doblete editorial y la columna salomónica y el chanchullo mediático no saben qué va a ser de lo suyo.

Gregorio Morán

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *