Cuando los estados dicen lo siento

El arrepentimiento nacional vuelve a estar en las noticias, como lo ha estado con una frecuencia considerable en los últimos años. En 2008, el entonces primer ministro de Australia Kevin Rudd pidió disculpas a los aborígenes de su país, mientras que la reina Isabel II ofreció un gesto conmovedor de contrición en Irlanda hace unos meses. Y ahora el presidente francés, Nicolas Sarkozy, en una visita reciente al Cáucaso, reiteró su consejo a los turcos de "arrepentirse" por las masacres de armenios cometidas en 1915 por el régimen otomano en decadencia.

Por supuesto, Sarkozy se sorprendería si le dijeran que la misma lógica debería conducir a una declaración de arrepentimiento por parte del estado francés hacia Argelia, para no mencionar a los soldados argelinos que combatieron bajo el estandarte francés, los llamados "harkis", muchos de los cuales quedaron librados a un destino terrible cuando Francia abandonó el país a las apuradas. En cuanto a aquellos que lograron sobrevivir y cruzar el Mediterráneo, Francia se encargó de sumergirlos en guetos segregados y marginados.

Para muchos líderes y analistas políticos, el arrepentimiento es una forma inapropiada y excesiva de sensibilidad. La historia es dura, dicen. Además, ¿dónde es que uno empieza, o más bien termina de pedir disculpas? ¿Deberíamos pedir disculpas por las Cruzadas, por la destrucción de ciudades alemanas por parte de los ejércitos del rey Luis XIV en el siglo XVII, para no mencionar a los ejércitos de Napoleón? ¿El resultado no sería simplemente transformar a la historia en un ciclo perpetuo de arrepentimiento?

Sin embargo, en una era globalizada, que exige transparencia y propone interdependencia, el arrepentimiento puede considerarse un instrumento de buena gobernancia. Un país que levantó la alfombra del mito y la indiferencia bajo la cual se ocultaron los aspectos negativos de su pasado está mejor preparado para gobernarse a sí mismo y complacer a otros.

Japón nunca aprendió a interactuar con sus vecinos asiáticos de la misma manera que Alemania después de la Segunda Guerra Mundial aprendió a cooperar con sus futuros socios europeos, en parte porque sus disculpas parecieron una formalidad poco entusiasta, si es que alguna vez existieron. La Unión Europea existe (más allá de sus actuales dificultades) porque Alemania pidió perdón. Y Alemania hoy puede distanciarse -aunque claramente de manera tangencial- del actual gobierno de Israel porque los alemanes confrontaron plenamente su pasado como muchos de sus vecinos no lo hicieron.

Pedir perdón nos permite hablarle al "otro" sin ambigüedad, con la libertad de expresión necesaria para expresar la verdad. De hecho, el ex presidente francés Jacques Chirac se ganó un lugar en la historia francesa al proclamar la responsabilidad de Francia en los crímenes cometidos por el gobierno colaboracionista de Vichy contra sus ciudadanos judíos durante la ocupación nazi. La ficción, popularizada por el general Charles de Gaulle y reivindicada por François Mitterrand, de que "Vichy no era Francia" finalmente había quedado sepultada.

¿Quién será el presidente francés lo suficientemente valiente como para pedir perdón por Argelia y los harkis? Por supuesto, los crímenes franceses durante la guerra de independencia de Argelia no se asemejan a los de la Alemania nazi ni en escala ni en motivación. Se podría decir que durante la era colonial, Francia deseó la felicidad de los argelinos, no sólo la grandeza de Francia. Pero fueron los franceses los que definieron "felicidad", sin consultar con los argelinos, muchos menos pidiendo su consentimiento.

Hoy, mientras Francia se involucra con las fuerzas progresistas de la "primavera árabe" -políticamente, si no militarmente, como en Libia-, ¿puede seguir manteniendo una postura hipócrita frente a Argelia, pagando un precio alto en materia de credibilidad por perpetuar su silencio sobre el pasado? En términos de perdón, es la parte más fuerte la que debe pedir disculpas primero. Y la democracia es un componente esencial de esa fuerza, ya que constituye el terreno más favorable para una pedagogía responsable de honestidad histórica.

Por supuesto, no deberíamos albergar demasiadas ilusiones. El gobierno argelino actual se siente muy cómodo denunciando a Francia, y podría seguir haciéndolo más allá de cualquier cosa que la ex potencia colonial haga o diga.

Pero eso no debería servir como una coartada para no hacer nada. En julio de 2012, Francia y Argelia conmemorarán el 50 aniversario del nacimiento de la República de Argelia. Al producirse inmediatamente después de la próxima elección presidencial francesa, el acontecimiento ofrece una oportunidad única para que Sarkozy o su sucesor lleven a cabo un acto simbólico de arrepentimiento. Un gesto así fortalecería a Francia tanto externamente como en términos de los sentimientos de sus ciudadanos de descendencia argelina, cuya dificultad para reconciliar su identidad dual ha llevado a algunos a convertirse al Islam fundamentalista.

El arrepentimiento no es una señal de debilidad. Por el contrario, es una manifestación de fortaleza serena y concienzuda -y un requisito previo para una buena gobernancia realista.

Por Dominique Moisi, autor de The Geopolitics of Emotion.

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