Cuando los mercados financieros malinterpretan la política

Cuando el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) desafió a los entendidos y encuestadores y recuperó la mayoría parlamentaria en las elecciones generales del 1 de noviembre en Turquía, los mercados financieros vitorearon. Al día siguiente, la bolsa de valores de Estambul subió más del 5 % y la lira turca tuvo un repunte.

Parece no importar que en estos días sea difícil encontrar a alguien en los círculos empresariales o financieros que pueda decir algo bueno sobre Recep Tayyip Erdoğan o el AKP que lideró antes de asumir la presidencia en 2014. Y no nos equivoquemos: aunque se supone que el presidente turco debe estar por encima de las políticas partidarias, es Erdoğan quien en gran medida lleva las riendas.

De hecho, fue su estrategia de dividir y conquistar –que alimentó el populismo religioso y el sentimiento nacionalista, e inflamó la tensión étnica con los kurdos– la que llevó al AKP a la victoria. Era, posiblemente, la única estrategia con probabilidades de éxito. Después de todo, su régimen ha distanciado a los liberales con sus ataques a los medios; a los líderes empresariales con su expropiación de empresas afiliadas a sus antiguos aliados en el así llamado movimiento Gülen; y a Occidente con sus polémicas afirmaciones y su postura incoherente sobre el Estado Islámico.

Sin embargo, los mercados financieros evidentemente valoraron la estabilidad y aclamaron el resultado. Aparentemente, los inversores creyeron que un gobierno mayoritario del AKP sería mucho mejor que la alternativa probable: un período de incertidumbre política seguido por el gobierno de una minoría o de una coalición débil e indecisa. Pero, en este caso, la sabiduría colectiva no pareció estar iluminada.

Es cierto que el AKP tuvo unos pocos buenos años después de asumir el gobierno a fines de 2002, pero el margen de maniobra del partido para causar daños estuvo limitado por la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional en el exterior y por los secularistas en el interior. Una vez que se eliminaron esos límites, los gobiernos de Erdoğan abrazaron el populismo económico y la política autoritaria. El aparente optimismo de los inversores después de la victoria del AKP recuerda la definición de locura propuesta por Einstein: hacer lo mismo una y otra vez, y esperar un resultado diferente.

Turquía ciertamente no es el único caso en que los mercados financieros han malinterpretado las políticas de un país. Pensemos en Brasil, cuya moneda, el real, ha recibido una paliza desde mediados de 2014 –mucho peor que la mayoría de las monedas de los demás mercados emergentes–, en gran medida debido al monumental escándalo de corrupción que se desató en ese país. Los fiscales han revelado un esquema de sobornos de amplio alcance centrado en la empresa petrolera estatal Petrobras, que involucra a ejecutivos, legisladores y funcionarios del gobierno. Parece natural entonces que los mercados financieros se hayan asustado.

Sin embargo, la consecuencia más importante del escándalo no fue destacar la debilidad, sino la notable solidez de las instituciones legales y democráticas brasileñas. Se permitió al fiscal y al juez del caso que hagan su trabajo, a pesar del impulso natural del gobierno de la presidenta Dilma Rousseff para aplastar la investigación. Todo parece indicar que la investigación ha seguido los procedimientos judiciales adecuados y que no se ha utilizado para promover la agenda política de la oposición.

Más allá del poder judicial, una gran cantidad de instituciones, entre ellas la policía federal y el ministerio de finanzas, han participado y trabajado sincronizadamente. Se encarceló a empresarios y políticos prominentes, entre ellos, al extesorero del partido oficialista, el Partido de los Trabajadores.

Se supone que los mercados financieros proyectan el futuro y muchos economistas creen que su manera de asignar los recursos refleja toda la información disponible, pero una comparación precisa de la experiencia brasileña con la de otras economías con mercados emergentes, –donde la corrupción es un problema similar– llevaría, en todo caso, a que los inversores mejoren su evaluación del Brasil.

Volviendo a Turquía, grabaciones de conversaciones telefónicas que se han filtrado implicaron directamente a Erdoğan y su familia, junto con varios ministros del gobierno, en un anillo de corrupción altamente lucrativo vinculado con el comercio con Irán y contratos de construcción.

Es un secreto a voces que se están usando las adquisiciones gubernamentales para enriquecer a los políticos y a sus amigos empresarios. Todo parece indicar que la corrupción es mayor y está más difundida que en Brasil, pero hoy son los funcionarios de la policía que lideraron la investigación por corrupción contra Erdoğan quienes están tras las rejas. Algunos medios de difusión que apoyaron la investigación fueron cerrados y apropiados por el gobierno.

El AKP sostiene que los funcionarios de la policía son partidarios del movimiento Gülen y que la investigación tuvo motivaciones políticas y buscaba derrocar a Erdoğan. Es altamente probable que ambas afirmaciones sean ciertas, pero ninguna de ellas justifica la descarada falta de procedimientos legales con que el gobierno del AKP ha procedido para poner un drástico freno a las acusaciones de corrupción. El resultado es que las instituciones turcas, a diferencia de las brasileñas, están siendo captadas y corrompidas en grado tal que obstaculizará el crecimiento y el desarrollo durante muchos años.

Tampoco es Turquía el único país donde la corrupción a gran escala continúa libre de obstáculos. En Malasia, el primer ministro Najib Razak se encuentra en el centro de un gran escándalo político desde que se descubrieron casi 700 millones de dólares en fondos no declarados en sus cuentas bancarias. Se dice que faltan miles de millones de dólares del fondo de inversión gubernamental 1MDB que controlaba Najib. Najib ha prometido un juicio completo, pero ha echado al fiscal general malayo, que estaba investigando al 1MDB.

En América Latina, Argentina y México se encuentran en la mitad inferior de la lista de países según el control de la corrupción y las garantías de transparencia, en puestos muy inferiores al de Brasil. El dramático secuestro y la truculenta matanza de 43 estudiantes al norte de Ciudad de México en 2014 es tan solo el último ejemplo de connivencia entre las pandillas criminales, la policía y los políticos en ese país.

Sabemos, gracias a dolorosas experiencias, que el foco cortoplacista de los mercados financieros y su comportamiento gregario a menudo los llevan a desatender significativos principios económicos fundamentales. No debiera sorprendernos que esas mismas características puedan distorsionar la evaluación que los mercados hacen de las perspectivas políticas y de gobernanza de los países.

Dani Rodrik is Professor of International Political Economy at Harvard University’s John F. Kennedy School of Government. He is the author of The Globalization Paradox: Democracy and the Future of the World Economy and, most recently, Economics Rules: The Rights and Wrongs of the Dismal Science. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *