Cuando los piolines son la democracia

De la ya sintomática e inolvidable frase del jefe de Gobierno Sánchez, que reza así, casi exactamente: «En cuanto a política territorial, Uds. (por el PP) enviaban piolines y nosotros hacemos que la Selección española juegue en Barcelona sin problemas» se ha escrito y comentado mucho sobre la segunda barbaridad, pero no se ha reparado en la primera. Se ha dado importancia a que el presidente utilizara adrede la palabra piolín o no. Si lo hizo, poco queda añadir sobre la ignominia y la ofensa que representa dicha sentencia. Una humillación, desprecio e insulto a las fuerzas de seguridad democráticas que él gobierna y le protegen. Una actitud que le descalifica para ser presidente del Gobierno. Otra más desde el engaño primigenio. Pero si fue un desliz malinterpretado, porque quería referirse, supuestamente, a un vate, cosa lexicalmente difícil de creer aunque nuestro Pedro/Antonio haya demostrado sus limitaciones a la hora de utilizar el castellano, supone un nivel de incompetencia e inconsciencia inauditas en las democracias europeas, que igual le descalifica para ser presidente del Gobierno del Reino de España. Porque lo grave, gravísimo, es utilizar y hacer propio, como presidente de Gobierno conminado a proteger y dignificar nuestra democracia, el vocabulario creado por delincuentes separatistas, callejeros o no, para mortificar y calumniar a quienes cumplían un mandato judicial para proteger nuestra maltrecha democracia.

Pero volvamos a la primera y desapercibida «barbaridad». Creemos llevar más de 25 años lamentando que España carezca, casi totalmente, de una política territorial. Hemos reclamado incluso un Ministerio de Ordenación Territorial. Se han hecho cosas, ciertamente, como el primer AVE y la red de AVES, o el acceso global a Internet, pero es mucho más sangrante lo que no se ha hecho. La ordenación territorial, o política territorial de una Nación es un elemento crucial para aumentar la cohesión social (y combatir la galopante desigualdad interindividual), propulsar la eficiencia y competitividad del tejido productivo, modular la solidaridad intergeneracional e impedir despilfarros contraproducentes. La característica clave de una política territorial de la Nación es su visión omnicompresiva de las necesidades sociales y económicas de todo el territorio, con sus desequilibrios y economías de escala y externas que, por esencia, no puede pararse en fronteras administrativas internas. Por supuesto la ordenación territorial, no es que sea mucho más que el añadido de diferentes políticas territoriales regionales, sino que es justo lo contrario, es tener una visión y una estrategia río arriba de las visiones regionales «autonómicas» y contemplando necesidades sociales y económicas del conjunto de los ciudadanos. La ausencia de una política de ordenación del territorio nacional ha erosionado nuestra cohesión social, ha yugulado en momento crítico nuestra movilidad de factores productivos, ha desatendido carencias graves en cantidad y, sobre todo, en calidad, y ha promovido despilfarros e ineficiencias que justifican en parte que España tenga mayores desequilibrios macroeconómicos que cualquiera que sus socios europeos (paro, deuda, inflación, etc..). Citemos, como mínimos ejemplos, la carencia de trasvases, la disparatada no planificación de nuestros sobreabundantes aeropuertos, el dislate de nuestra profusión de pseudo-universidades de lamentable calidad, nuestra red de hospitales, la alocada ubicación sin movilidad de nuestro funcionariado de segundos niveles, la gestión de los puertos, y un largo etc.

Pero todo lo que hemos expuesto tiene algo de carácter político, sin duda, pues se trata de trabajar por una mejor «polis», y por tanto por el interés general de los españoles, pero tiene mucho de carácter técnico e incluso científico. La barbaridad de la frase del nunca bien ponderado Doctor Sánchez es asociar Política Territorial a los «piolines». No tiene nada que ver, absolutamente nada. ¿Tienen relación el terrorismo callejero y el cotidiano corte de la Meridiana con la Autopista del Mediterráneo? Conceptualmente, nada. ¿Tiene que ver la falta de competitividad de algunos de nuestros puertos muy célebres en Europa con la impunidad de la exaltación de terrorismo de ETA (ongi etorri)? Conceptualmente nada. ¿Tiene que ver el desacato a la sentencia del 25%, entre muchas otras, con la construcción en Barcelona de un macro aeropuerto, posiblemente sobredimensionado? Conceptualmente nada.

Y así muchas cosas. Y la barbaridad consiste en darle una vuelta de tuerca a la banalización del mayor mal que nos asuela como sociedad: el secesionismo de raíces racistas con uso de violencia, cruenta o no, de intensidad variable, pero siempre presente, sobre los ciudadanos españoles «de segunda», tristemente desprotegidos. Reducir el problema de la Cataluña Hispana a un problema de política territorial, o el de la ETA, o el del secesionismo vasco, o el valenciano, o el balear, no solo es indecente, es suicida. Cualquier Gobierno de España, del color que sea, tiene que saber que lo que sigue acaeciendo en Cataluña es un ataque a nuestra convivencia constitucional, a nuestras libertades, a nuestros derechos civiles y, por supuesto, a nuestra democracia. Y es un problema de, y para todos, los españoles, que contamina y pudre radicalmente cualquier política sectorial o territorial. Y es desleal política de avestruz o intentar camuflar la gravedad a los ciudadanos. Y en la lucha entre la democracia y sus enemigos totalitarios, los «piolines» son la democracia.

Por Enrique Calvet Chambon, ex europarlamentario y Presidente de ULIS.

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