Cuando Nadia ni siquiera es 'naide'

Como autócrata habituado a transitar por las líneas rojas que promete no rebasar, la egolatría de Pedro Sánchez le hace asumir como suya una de las máximas de Rafael Guerra 'Guerrita'. Cuando al mejor lidiador del siglo XIX alguien tuvo la ocurrencia de inquirirle, como si no supiera cómo se las gastaba, quién fue el mejor torero de su época, su respuesta fue de estoconazo: "Después de mí, naide y después de naide, Fuentes" (por el sevillano Antonio Fuentes). De este modo, si Nadia Calviño, al ser promovida a la Vicepresidencia Primera tras desembarazarse Sánchez de la troika de la que se valió para el golpe de mano de la moción de censura Frankenstein contra Rajoy (José Luis Ábalos, Carmen Calvo e Iván Redondo, borrándolos del Gobierno como Lenin de las fotos a miembros claves de la Revolución de Octubre), albergaba la esperanza de ser, al menos, ese Naide, esta semana ha constatado cruelmente que no lo es varada en dique seco.

Cuando Nadia ni siquiera es 'naide'Tras traerse a España a esta alta funcionaria europea para tranquilizar a Bruselas, como Zapatero al eurocomisario Solbes y con parejo desenlace, Calviño es postergada sin miramientos en favor de quien cursa como la Antonio Fuentes de la situación, esto es, la vicepresidenta segunda -y ahora principal-, Yolanda Díaz, a la sazón jefa de filas de los ministros podemitas, aunque no milite en la formación. Así, Calviño ha sido reducida a la nada y relegada a la irrelevancia ante quien asumió la cartera de Trabajo sin saber lo que era un ERTE y ahora parece que hubiera parido ella la criatura de Fátima Báñez, su antecesora con Mariano Rajoy.

Luego de hacerla callar en Consejo de Ministros por insolvente y de hacer mohines de estupefacción cada vez que desbarra en las Cortes sobre economía, Calviño comprueba fatalmente como a Sánchez le importa una higa rectificarse a sí mismo y mucho menos a sus ministros económicos socialistas. Cualquier cosa con tal de asegurarse los Presupuestos que le despejan la legislatura a fin de coronarla con la Presidencia de turno de la UE en el último semestre de 2023 y, con esos laureles ciñendo su frente, atravesar con carro victorioso la línea de meta de las urnas.

Lo hace con la querencia que Zapatero mandaba suscribir acuerdos "¡como sea!" -como delató un indiscreto micrófono en la Cumbre Euromediterránea de Barcelona de 2005- y ha ordenado hacer al ministro Bolaños, así como dispensaba bonos-regalo para engordar la parroquia electoral. Sánchez se ha destapado un aventajado discípulo, hasta sobrepasarlo en osadía y temeridad, de a quien alumbra detrás de sí, parafraseando al poeta rumano de origen judío y habla alemana Paul Celan, antes de fenecer arrastrado por las aguas del Sena.

Todo le trae al pairo -luego se inventará una martingala- como esta claudicación a la nueva Ley de la Vivienda podemita. Como antes a la elevación del Salario Mínimo y mañana quién sabe si a suprimir la reforma laboral del PP de 2012 regalándole triunfos a la nueva "sonrisa del régimen" socialcomunista. Como lo fuera con Franco el simpar Solís Ruiz, quien tampoco andaba sobrado de latines y bien que le hubiera venido al egabrense, como le reconvino un procurador a cuenta de la lengua de Roma y el deporte, por evitarle un engorroso gentilicio a su Cabra natal. Ya está advertida Calviño por Díaz desde el acto del centenario del PCE. En caso de no hacer la contrarreforma, "se equivocará el país, el Gobierno y España". Ahí es nada lo del ojo y lo llevaba en la mano.

Haciendo añicos el jarrón chino que plantó en su Consejo de Ministros, pero con menos poder efectivo que el padre de Calviño como comisario político de Alfonso Guerra en la entonces televisión única como director general de RTVE, Sánchez entronizó el jueves como reina por un día a Díaz con un paseo de celebración de la aprobación del anteproyecto de Presupuestos por los jardines de La Moncloa. Yendo en contra de la línea del PSOE desde que Boyer fulminó las casas de renta antigua de la ley franquista de 1964, así como de su compromiso con los inversores internacionales en su garbeo de julio por EEUU por el mosqueo de estos sobre la falta de seguridad jurídica y de certidumbre del Gobierno socialcomunista, Sánchez se ha plegado a los postulados de Podemos que, bajo la retórica populista de ir contra los fondos buitres, penaliza a la clase media y a los pequeños ahorradores. Al tiempo, esa concesión puede complicar la recuperación de la economía europea más castigada durante el Covid -19 y la más tardía en resarcirse. Como acaba de acreditar el INE arruinando el vaticinio gubernamental y desairando a Calviño. Rebajando la crecida del PIB del segundo trimestre del 2,8% previsto al 1,1%., presagia que el nivel de actividad de 2019 no retornará hasta fines de 2022 o inicios de 2023.

Por eso, como vicepresidenta de la nada, como Chaves cuando Zapatero lo metió en su Gobierno para sacarlo de Andalucía, Calviño es hoy la triste figura de Solbes con Zapatero y su frenesí de gasto público para suturar la crisis de 2008. No parece, empero, que Calviño vaya a salvar la negra honrilla como aquel cuando no pudo más y lo reemplazó Elena Salgado para que atisbara los "brotes verdes" que nadie percibía, siendo el preludio de un ajuste de 15.000 millones y del adiós de Zapatero. Calviño parece inclinada a callar y a aferrarse al cargo para ver si le llega un tren con destino a otro puesto en consonancia con la vicepresidenta primera.

Entretanto, puede acabar siendo un juguete roto como ministra coartada de un Sánchez que ha arrumbado a quienes le encumbraron en la Secretaría General del PSOE y luego auspiciaron la moción que hundió a Rajoy con el bolso de su vicepresidenta en su escaño azul vacío como pecio del naufragio por estupidez e inepcia del timonel. Adorno ornamental, en todo caso, de un Ejecutivo en el que los que saben deben disimular y los ignorantes presumen poniendo escuela como el maestro Ciruela.

Para mayor desdoro, Calviño no ha podido salvar la cara esta vez como en febrero cuando Sánchez se sacó de la chistera un paquete de ayudas directas de 11.000 millones que la forzó a ingeniarse, junto a su colega de Hacienda, un decreto que ha sido un fiasco, pero que le vino de maravilla a quien nadie le recuerda el fraude ni le pide explicaciones.

Es más, ha vuelto a reincidir este septiembre, para diluir su responsabilidad en el prohibitivo precio de la luz, blandiendo un tajo a los "beneficios extraordinarios" de las eléctricas con un decreto del que ahora da disimulada marcha atrás para frenar la huida de los grandes fondos de inversión de unas compañías que han perdido en bolsa unos 15.000 millones, mientras la electricidad sigue en máximos y con perspectiva de sostenida pleamar, pese al compromiso de Sánchez de que, al final de año, se hallará al nivel de fines de 2018. De esta guisa, girando en cualquier dirección como un molino de viento, la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, desbaratará la cacicada con la naturalidad con la que la mandó publicar al BOE diciendo Diego donde antes dijo digo y mañana lo que sea menester.

No es que Sánchez esté dispuesto a hacer pactos con el diablo, como procedió para asaltar La Moncloa y luego para permanecer en ella con menos escaños propios que nadie, sino que se tiene por él sin atenerse a reglas ni moralidades. Algo que no entienden unos adversarios que oscilan entre la perplejidad y la impotencia. Con el sanchismo ya no sirve, por ejemplo, aquella antigua lección de vida que Juan Belmonte impartió a una hija, estudiante de Derecho, para discernir entre comunistas y socialistas: "Verás. Tú tienes una vaca. Si mandan comunistas, te la quitan; si son socialistas, te la dejan, pero te la ordeñan todos los días, privándote de su leche".

El sanchismo, maridado con Podemos, parece la versión vernácula del peronismo. No deja de ser esclarecedor que, al pregonar su segundo cheque regalo en dos días -esta vez cultural y para quienes cumplan 18 años-, Sánchez declare que su objetivo es convertir cada problema en un derecho y, repitió inconscientemente la teoría verbalizada por Eva Perón de que donde hay una necesidad hay un derecho.

Ello abrió la espoleta al sistema clientelar que enferma a una de las naciones más ricas y cultas del mundo girando, pese a la corrupción y a los desastres reiterados, en el tiovivo de los herederos del general Perón, quienes sobreviven al mando de una nación donde sus ciudadanos bromean con que es imposible enriquecerse trabajando. Es el mismo Sánchez que prometió que "ni antes ni después el PSOE va a pactar con el populismo" porque el "final del populismo es la Venezuela de Chávez, la pobreza, las cartillas de racionamiento, la falta de democracia y sobre todo la desigualdad". Ya no le origina insomnio, sino que transita de la mano y por el camino de Podemos.

Tampoco parece que a muchos españoles que, sobre la falsa premisa de que «eso no puede pasar aquí», se creen bien distintos de los habitantes de otros pagos que observaron con el mismo candor la mudanza de sus destinos hasta cuajar en irreversibles, fiados a quienes sólo persiguen el usufructo del poder subvirtiendo las reglas democráticas. Para ello, endulzan el transito con la golosina de cheques regalos como ahora prodiga ese buen filántropo en el que se erige Sánchez para su provecho electoral con el dinero que confisca a los padres de esos jóvenes a los que busca camelar con su juego de trilero.

Como Zapatero a estos efectos, Sánchez encabeza la brigada del gasto y convierte en prenda en desuso aquello de que todos los gobiernos son de coalición entre el presidente y su ministro de Economía y Hacienda, siguiendo el consejo del ex primer ministro sueco Palme a González. Si Zapatero solía inclinarse con Solbes del lado de los ministros del gasto, Sánchez los encabeza a galope tendido arrollando a Calviño. Sin duda, un proyecto político con las mejores expectativas electorales y con el peor final posible como aquel, en apariencia, invulnerable Titanic, cuya orquesta tocaba Nearer, my God, to Thee [Más cerca, Díos mío, de ti], mientras naufragaba. En los prolegómenos de la catástrofe, atendiendo a la oscarizada versión cinematográfica, los personajes de Leonardo DiCaprio y Kate Winslet festejan su radiante dicha como Sánchez y Díaz en su posado de luna de miel por la floresta monclovita. Aquel Titanic se fue a pique con las luces encendidas, pero el español puede hacerlo con ellas apagadas al precio que está la electricidad.

Como dice el proverbio italiano, "en lo peor no hay final". Más cuando Sánchez ha de conciliar dos retos: no quedar por debajo de los 100 escaños y que Podemos no se borre del mapa como en Madrid. Ello supone jugar a las 7 y media, donde o se queda corto o se pasa. Si se podemiza en exceso, se aleja de su electorado tradicional y, si no le hace el boca a boca a Pudimos (o cualquier sucedáneo como el que procura Díaz para transfundir sangre a lo que agoniza por la mala vida que le ha dado su nomenclatura), arriesga quedarse compuesto y sin novia con ajuar suficiente de escaños. Llegado a este punto, Rafael Guerra sostendría como antaño: "Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible". Quizá baste con apreciar el jarrón roto de la sala de Consejo de Ministros.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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