Cuando no haya nietos que alegren la tarde del domingo

España tiene una pirámide poblacional que hace imposible el reemplazo generacional. Ya hay provincias en las que, por cada español que nace, mueren tres. Esto no sólo afecta al sistema de pensiones: compromete al conjunto de la economía. Es difícil que exista crecimiento económico si no hay crecimiento de población. Porque cuando la población envejece en exceso disminuye el consumo y la inversión. Además, el porcentaje creciente de población jubilada obligará a subir los impuestos constantemente para sostener el gasto sanitario y de pensiones. Un gasto que impedirá el crecimiento económico. De tal forma que el deterioro económico y el deterioro demográfico se retroalimentan: como no hay futuro no se tienen hijos, y como no se tienen hijos no hay futuro. El porvenir de España y de Europa depende de romper esa espiral. Mark Zuckerberg y Bill Gates fundaron Facebook y Microsoft con apenas 20 años cada uno, y Amancio Ortega creó su primera empresa con apenas 27. Necesitamos el dinamismo, la innovación y la capacidad de emprendimiento que caracterizan a la juventud y que son imprescindibles para el progreso económico.

Sorprende que una amenaza de tal envergadura sea ignorada por los fondos europeos, la Agenda 2030 o el Plan España 2050 de Sánchez, que en 700 folios tan solo dedica dos párrafos al asunto. La Comunidad de Madrid sí ha movilizado recursos para tratar de revertir la situación. En total 4.500 millones de euros para el plan de natalidad más ambicioso de la historia de España. Ochenta medidas que incluyen ayudas directas de 15.000 euros por hijo, deducciones fiscales, la exención total de la cuota autonómica para familias numerosas especiales, nuevas facilidades para conciliación y acceso a la vivienda o la construcción de nuevas guarderías. Pero España necesita el concurso de todas las administraciones para revertir una tendencia demográfica que dura décadas. Por eso sería deseable que este problema, que afecta y compromete el futuro de toda la nación, se abordara también desde el Gobierno de España. Lo pidió la joven escritora Ana Iris Simón en un encuentro con el presidente Sánchez: «Si realmente necesitamos plantarle cara al reto demográfico apostemos por las familias, por darles beneficios fiscales, ayudas directas a la natalidad y escuelas gratuitas de 0 a 3 años en todo el territorio».

Sabemos, sin embargo, que la crisis de natalidad no responde a razones exclusivamente materiales. Los países ricos no escapan al invierno demográfico. Y lo mismo ocurre con las familias con más recursos. Existe un discurso político que, amparado en versiones extravagantes del ecologismo o el feminismo, busca convertir la maternidad en algo sospechoso o directamente reaccionario. Se nos dice que las familias son espacios opresivos, los hombres un enemigo en potencia y los hijos un freno para el empoderamiento femenino. Desmentir estos disparates y reivindicar la familia como base de la sociedad también es hacer políticas de natalidad.

Porque se equivoca quien piense que el empobrecimiento al que nos enfrentamos es sólo material: es, sobre todo, emocional y afectivo. Una sociedad con menos hijos es una sociedad sin hermanos de los que aprender, pelearse y luego reconciliarse. Sin niños no hay primos, sobrinos o nietos. En Japón miles de personas mayores mueren cada año en sus casas sin un hijo que les cierre los ojos. El fenómeno, al que han bautizado como Kodokushi o muerte solitaria, ya empieza a replicarse en nuestras sociedades occidentales.

El hombre es un animal social y necesita de afecto. La soledad forzada y prolongada no sólo merma el ánimo y multiplica el riesgo de sufrir demencia o depresión, también es un grave peligro para la salud cardiovascular. Un reciente estudio de la Universidad de Málaga y la Fundación BBVA sobre la vida en pareja revela una realidad sociológica que suele ir acompañada de una profunda frustración vital: la soltería involuntaria. Jóvenes que se topan con un clima social, cultural y político cada vez más hostil a la familia. Lo que sigue a continuación son titulares de reportajes recientes del diario El País: «Tener un segundo hijo deteriora la salud mental de los padres», «Hazte vegetariano y ten menos hijos si quieres luchar contra el cambio climático», «Las mujeres solteras y sin hijos son el grupo social más sano y feliz» o «Mocos, piernas inquietas y nueve meses de contracciones: las reacciones del cuerpo al embarazo». En La Vanguardia se preguntan directamente: «¿Tiene sentido tener hijos en un planeta en declive?»; y en otra pieza advierten a los jóvenes que «El secreto de la felicidad no es casarse o tener hijos, sino viajar».

Frente a esta inédita campaña antinatalista se hace más necesario que nunca proteger a la familia como núcleo básico de la sociedad y fin último de las decisiones políticas. Y hacerlo a través del presupuesto, pero también promoviendo marcos mentales que doten de prestigio y consideración social a los jóvenes que decidan formar una familia. Sea ésta del tipo que sea. Pedro Herrero y Jorge San Miguel dicen lo siguiente en su libro Extremo Centro: El Manifiesto: «Si creemos que la vida en familia es el modelo más virtuoso con el que participar en la sociedad, ¿qué les decimos a aquellas personas con orientaciones no heterosexuales? ¿No los hacemos partícipes de dicha idea?».

Los ataques a la familia y a la maternidad ya parten incluso de organismos oficiales. Desde el Instituto de las Mujeres, adscrito al Ministerio de Igualdad, se advierte que «la maternidad está empobreciendo a las mujeres estructural y sistemáticamente». Desde hace unos meses el Ministerio de Seguridad Social ya penaliza fiscalmente a las madres de más de tres hijos. Y la televisión pública informaba hace pocos días de los perrhijos, el «nuevo modelo de familia que se afianza». Narrativas políticas que niegan el reconocimiento social a las madres, reivindican un individualismo feroz y establecen la soltería militante y el éxito material y profesional como único modelo de empoderamiento femenino.

Sin embargo las personas, en tanto que seres sociales, precisamos de una familia, de unos amigos y de una comunidad. De hijos que cuiden, primos con los que pasar el verano o nietos que alegren la tarde del domingo. El escalofriante aumento de casos de ansiedad, depresión y suicidio tiene mucho que ver con la ruptura de unas formas de vida que protegían la fragilidad humana.

Rafael Núñez Huesca es periodista.

2 comentarios


  1. Es una verdadera pena, no es solamente en España, y sí que marca el agotamiento de las sociedades europeas. Eso y la falta de recursos naturales propios. Hay que prepararse para lo que viene

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  2. En efecto, la decadencia inherente a la vejez se está notando cada vez con más intensidad en la sociedad española y europea. Las mujeres españolas se niegan literalmente a tener hijos y los hombres no quieren ningún compromiso que "los ate". Así nos va. En mi pueblo, sin embargo se gastan millones en poner columpios y juegos infantiles que siempre están vacíos y nunca se llenarán. Nuestra cada vez más escasa y hedonista juventud apuesta más bien por el aborto y la eutanasia, la esterilidad LGTBI y ven a los hijos como una molestia insufrible. casi como algo que hay que erradicar. Y están en ello.

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