Cuando Robespierre tira la silla de ruedas por las escaleras

Siempre que visito el Museo Carnavalet, en el parisino barrio del Marais, me paro a contemplar, durante un par de minutos, la silla de ruedas de Couthon. Se trata de un asiento, decentemente mullido, con respaldo de terciopelo amarillo, claveteado sobre un marco de madera noble, mediante su correspondiente herradura de remaches. El sillón está sujeto a una plataforma rígida, con dos ruedas delanteras macizas, sin apenas rotación, y dos ruedecitas traseras, como las de las carretillas de mano. El artilugio se movía mediante dos manivelas, superpuestas a los antebrazos y conectadas a las ruedas delanteras por varillas metálicas, semejantes a las de los paraguas o las puertas giratorias.

Lo fascinante era el empeño, la determinación revolucionaria ante la adversidad, con que su propietario, el diputado jacobino por el departamento del Puy de Dome, Georges Couthon, se desplazaba, a través del recinto de la Convención, moviendo con brío las manivelas, como si se tratara de aquellos molinillos de café que aun usaban nuestras abuelas. Cuanto más enérgica era la "molienda", más deprisa se movía el revolucionario paralítico.

Cuando Robespierre tira la silla de ruedas por las escaleras Couthon era un astuto abogado, tullido a raíz de una enfermedad degenerativa, que las malas lenguas vinculaban a un lance amoroso que le habría obligado a pasar una noche fatídica, a la helada intemperie, en un alféizar. Su minusvalía no le impedía desempeñar un papel protagonista como látigo de los luego guillotinados como "girondinos". Al decir de sus adversarios, en la práctica, Couthon había hecho de su triste condición un activo parlamentario:  "Te sorprendía mientras te inspiraba piedad".

Avanzando sobre su tosco vehículo, con sus labios escuetos y su nariz afilada, parecía un frágil estornino, incapaz tan siquiera de alcanzar el nido protector. Para acceder a la tribuna, un fornido compañero de escaño, apellidado Maure, le alzaba entre sus brazos y le depositaba sobre cualquier silla o taburete. Pero una vez ahí, el pajarito echaba fuego por el pico. Hasta el extremo de que, tras haber pedido la proscripción de veintidos diputados moderados, se atribuye a uno de ellos la exclamación: "¡Dadle un vaso de sangre! Couthon tiene sed.."..

Aquel lance fue el preludio del golpe de Estado del 2 de junio de 1793, auspiciado por Robespierre, Danton y Marat y descrito al detalle en mi libro "El primer naufragio", como gozne decisorio entre el periodo democrático y la etapa terrorista de la Revolución. Tras el triunfo de la conjura jacobina, Couthon se convirtió, junto al joven Saint-Just, en incondicional escudero de Robespierre, en el Comité de Salud Pública, que gobernaría Francia con las apelaciones morales en una mano y la guillotina en la otra, hasta el contragolpe de Thermidor. El mes próximo se cumplirá, por cierto, el 225 aniversario de tan controvertido episodio, digno de permanentes relecturas.

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Cuando Pablo Iglesias convirtió al imberbe Errejón y al discapacitado Echenique en sus hombres de confianza dentro de Podemos, el paralelismo estaba servido. Máxime si, como hicieron Robespierre, Saint-Just y Couthon, también ellos acometieron purgas a izquierda y derecha. Si la decapitación de Monedero jugó el papel de la de Hebert y otros extremistas sans culottes, la de Bescansa fue equivalente a la de Danton y sus "indulgentes".

Pero la guerra fratricida con Errejón y la fulminante destitución de Echenique han dado al traste con ese guión. Saint-Just y Couthon permanecieron junto a Robespierre, contra viento y marea, y él les fue leal hasta que subieron al patíbulo juntos. En medio del pandemonio que se originó, cuando las fuerzas thermidorianas irrumpieron en la sede de la alcaldía, en la que se habían refugiado los triunviros, el símbolo más dramático de aquel descarrilamiento fue la imagen de Couthon, arrojado con su silla, escaleras abajo, por los asaltantes. El tullido rebotó entre los peldaños, junto a su artesanal transporte, hasta terminar abriéndose la crisma.

Aquellos segundos confusos han dado para mucho y hay polémicas para todos los gustos. Por ejemplo, sobre si Robespierre intentó suicidarse en vano o fue alcanzado en la mandíbula por un disparo del gendarme Merde. En ambos supuestos el aullido de dolor debió ser el mismo: "Merde!".  También hay dudas de cómo cayó -o se arrojó- por una ventana el hermano pequeño de 'El Incorruptible'. Pero a nadie se le ha ocurrido que pudiera haber sido el propio Robespierre quien empujara el sillón articulado de Couthon, para intentar convertirle en el chivo expiatorio de las acusaciones dirigidas contra él.

Exactamente eso es lo que acaba de hacer Pablo Iglesias con su tocayo Echenique, mientras mantiene la guerra civil con el efebo traidor y la abuelita feroz. Se trataba de arrojar a su principal colaborador a las fauces de sus enemigos, con el sadismo añadido de disfrazarlo bajo el eufemismo orwelliano de una "rotación", poco menos que consustancial a la Secretaría de Organización.

Aunque una especie de sentido colectivo del pudor nos lleve a soslayar el agravante que supone hacerle eso a un hombre con las limitaciones físicas de Echenique -de igual manera, todo hay que decirlo, que tampoco se enfatizó el mérito adicional de su nombramiento-, la imagen que quedará del ascenso y caída de este Stephen Hawking argentino-aragonés irá siempre asociada a su silla de ruedas. Mucho más sofisticada que la de Couthon; pero más peligrosa también, en tanto que silla eléctrica, conectada al caprichoso designio de un supremo ejecutor.

De igual manera que antes se decía que el fútbol era un deporte en el que todos competían y siempre ganaba Alemania, ahora podría alegarse que Podemos es un juego de sillas musicales en el que todos "rotan" y siempre sigue sentado Pablo. O Pablo e Irene, según el principio maoista de que uno se divide en dos.

Su última víctima no era un hombre popular. Echenique, como Couthon, tiene el mérito de haber convertido su discapacidad en una oportunidad política, pero, más que en la silla de ruedas, ha vivido atrapado en la paradoja de un servilismo desafiante que le ha hecho doblemente antipático a propios y extraños. Por eso, a todo el mundo le parece bien que el Congreso adapte sus instalaciones, para hacerlas más accesibles a personas como él, pero muy pocos han sentido su caída.

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Lo ocurrido casi supone la trasposición de aquel grabado contrarrevolucionario británico que anunciaba que Robespierre guillotinaría "hasta al verdugo". A juzgar por la interminable relación de sucesivos descartes, eso es lo que está también sucediendo en Podemos: un proceso de automutilación que ha terminado por afectar a su propia razón social. ¿O acaso la reacción natural de alguien ajeno a los ilógicos vericuetos del llamado "lenguaje inclusivo", no es pensar que Unidas Podemos es un partido sólo de mujeres, o al menos con aplastante mayoría de mujeres?

La justicia poética llega cuando los estudios demoscópicos prueban que sólo un 35% de sus votantes son mujeres, el segundo porcentaje más bajo entre los partidos nacionales, después del de los machirulos de Vox. Como hay que reconocer que Pablo Iglesias añade a lo mucho que ha leído, un amplio conocimiento de gran parte de lo que no ha leído, es fácil explicarle que Podemos corre el riesgo de que le ocurra lo que a Jenny, la madre del protagonista de El mundo según Garp.

En la novela que hizo mundialmente famoso a John Irving, el hijo de una aclamada feminista tiene una acalorada discusión con ella, a propósito del grupo radical que Jenny protege y ensalza, contratando a sus militantes como guardia de corps. Se trata de las "ellenjamesianas" o seguidoras de Ellen James, una chica de doce años a la que, como a la Lavinia de Tito Andrónico, sus violadores cortaron la lengua, para evitar ser denunciados. Garp no puede entender que las "ellenjamesianas" hagan lo propio, como acto de protesta, y estalla cuando su madre alega que "la violación es un problema que afecta a todas las mujeres" y que ese "sacrificio" merece "respeto":

-También es el problema de todos los hombres, mamá. Supón que la próxima vez que haya una violación me corte el pito y me lo cuelgue del cuello. ¿También respetarías eso?

Las cosas quedan en su sitio cuando la propia Ellen James entra en escena con un manifiesto titulado 'Por qué no soy ellenjamesiana', se hace íntima de Garp y le escribe: "Odio a las feministas que te obligan a ser como ellas o te consideran su enemiga". Es la prueba última de que el extremismo termina dañando la más noble de las causas, máxime cuando actúa al servicio de intereses políticos o económicos.

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Podemos abrió el camino de la "nueva política", sirvió de cauce a las desarticuladas protestas del 15-M y contribuyó a la participación de los jóvenes en la vida pública. Durante un breve periodo de tiempo vertebró una izquierda transversal, dispuesta a contribuir a la regeneración democrática, sin destruir el modelo de sociedad. Pronto degeneró a la vez en una máquina política al servicio del resentimiento y en un reflejo de la casta que pretendía combatir. Las banderías, la fragmentación y el chalé de Galapagar hicieron el resto.

La coalición morada es hoy una jungla en llamas, con incendios en cada una de sus taifas y Pablo Iglesias, yendo de allá para acá, cual bombero pirómano. En los debates de televisión se travistió de evangelista de los artículos sociales de la Constitución para preparar el terreno a su demanda de entrar en el Gobierno. Pero los hechos demuestran que su impulso es tan autodestructivo que sólo es capaz de definir su identidad restando.

Por eso, ya no están gran parte de los que estaban. Por esom el llamamiento de Unidos Podemos ha quedado desconcertantemente rebajado a esa mitad de la población aludida sensu estrictu por Unidas Podemos. Por eso, cuando Iglesias y su equipo han buscado una bandera emblemática, han optado por el camino de la automutilación, al modo de las ellenjamesianas, pidiendo a pacientes y hospitales que renuncien a las donaciones de Amancio Ortega. Puesto que hay violadores que mutilan, cortémonos la lengua. Puesto que hay ricos que defraudan, desenchufemos las máquinas que curan el cáncer, para renegar de la filantropía.

Es inevitable que tanto sus potenciales aliados como todos aquellos a quienes podrían afectar las políticas inspiradas, o no digamos ejecutadas, por Podemos se pregunten, a la vista de los acontecimientos, quién será al siguiente al que Pablo Iglesias tirará o, perdón, hará "rotar" por las escaleras, con silla de ruedas o sin ella. España entera, con todas sus taras y achaques, bien puede sentirse concernida.

La mejor prueba de que Sánchez es consciente de tan enorme factor de riesgo es que, además de a Iglesias, ha llamado también a Casado y Rivera para hablar, y tal vez negociar, sobre su investidura. Me dicen sus allegados que, cuando los vea el martes, van a encontrarse con un "hombre nuevo".

No sabemos hasta dónde llegará su capacidad de transformación proteica; pero sí sabemos que la aritmética parlamentaria implica que "o gobierna el PSOE" con la izquierda y los separatistas "o gobierna el PSOE", con la abstención del centro y/o la derecha; y ay del que fuerce otra repetición de elecciones. Pronto llegará, por lo tanto, el momento de tratar de convencer a los líderes del PP y Ciudadanos de que la defensa del mal menor es uno de los atributos que distinguen a los hombres de Estado de los zelotes de la política.

Pedro J. Ramírez, director de El Español.

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