¿Cuánto sexo nos hace felices?

John Updike escribió que “el sexo es como el dinero: solo demasiado es suficiente”. Resulta que eso no es estrictamente cierto, al menos no en el contexto de las relaciones monógamas. Entonces, ¿cuánto sexo es suficiente? En 2015, un grupo de psicólogos de la Universidad de Toronto se propusieron averiguarlo.

En su estudio “Sexual Frequency Predicts Greater Well-Being, But More is Not Always Better” (La frecuencia sexual predice un mayor bienestar, pero no siempre más es mejor), Amy Muise, Ulrich Schimmack y Emily Impett revelan que, de hecho, existe una frecuencia precisa de sexo que beneficia de manera óptima a la pareja promedio: una vez por semana.

El estudio determinó que la diferencia en el bienestar de las personas con relaciones con sexo una vez a la semana, en comparación con quienes tienen sexo menos de una vez al mes, es superior a la diferencia en el bienestar de aquellas que ganan $75.000 frente a $25.000. En otras palabras, tener el cuádruple de sexo elevó el ánimo de los participantes tanto como $50.000 adicionales al año.

Pero, tal como tener sexo con demasiada poca frecuencia puede dejar a las parejas menos satisfechas, tenerlo muy a menudo puede acabar causando más estrés que placer, en particular si las parejas en cuestión se sienten bajo presión para ello. Pero se trata de una presión (que se origina, al menos en parte, de expectativas y comparaciones sociales) muy real.

El sociólogo de la Universidad de Colorado Tim Wadsworth, repite en su estudio de 2014 “Sex and the Pursuit of Happiness: How Other People’s Sex Lives are Related to our Sense of Well-Being“ (El sexo y la búsqueda de la felicidad: cómo la vida sexual de los demás se relaciona con nuestra sensación de bienestar) la afirmación de Updike de que el sexo es como el dinero. Pero, en la argumentación de Wadsworth, el elemento que tienen en común es que ambos derivan valor de una comparación.

Como señala Wadsworth, los estudios realizados en el pasado han demostrado que lo que determina la felicidad no son los niveles de ingreso absolutos, sino más bien su relación con los ingresos de quienes nos rodean: los colegas, vecinos, ex compañeros de clase y otros que forman parte de nuestro grupo de referencia. Por esta razón un aumento del ingreso no necesariamente conlleva un aumento de la felicidad: es crucial que tampoco aumenten los ingresos de nuestro grupo de referencia.

De manera similar, Wadsworth encontró que las personas que respondieron y creen que tienen más sexo que su grupo de referencia son más felices, mientras quienes creen que sus cohortes están teniendo más sexo que ellos lo están menos. Por consiguiente, Wadsworth concluye que la felicidad se correlaciona positivamente con la frecuencia sexual propia de una persona, pero negativamente con la frecuencia sexual de los demás.

Pero más allá de cierto punto (aparentemente una vez por semana) se desvanecen los beneficios derivados del sexo para la pareja. Esto sugiere que entre sexo y felicidad hay más elementos que solo tener lo mismo que los vecinos. Y, de hecho, al presionar a las parejas a tener tanto sexo como sea posible, la sensación de competencia puede hacer más mal que bien.

Un estudio reciente, titulado “More Than Just Sex: Affection Mediates the Association Between Sexual Activity and Well-Being” (Más que solo sexo: el afecto media en la asociación entre actividad sexual y bienestar) ofrece una nueva teoría sobre lo que vincula sexo y felicidad. Sus autoras (Anik Debrot, Nathalie Meuwly, Amy Muise, Emily Impett y Dominik Schoebi) plantean que el verdadero poder del sexo en una relación radica en su capacidad de fomentar una conexión más sólida entre los miembros de la pareja a través del afecto en común, no solo compartir placer.

Las autoras incluso sugieren que el sexo y el afecto se podrían compensar entre sí para dar sustento al bienestar: mayores niveles de afecto harían de contrapeso para la reducción de la actividad sexual durante algunas fases vitales, como justo después del parto, un periodo que a veces se asocia con un mayor riesgo de infidelidad masculina. La idea es que un mayor nivel de expresiones alternativas de afecto puede ayudar a sostener el bienestar, con lo que se reduciría la tentación de buscar por fuera (si bien, puesto que por lo general los hombres señalan tener un mayor deseo sexual, pueden ver el sexo más como un modo de sentir afecto que como lo ve una mujer promedio).

Parece ser que la psicología puede refutar la sentencia de Updike de que solo demasiado sexo es suficiente. De hecho, si bien una vida sexual regular es vital para promover la intimidad y la felicidad mediante el afecto en común, más no siempre es mejor. Sí, el sexo puede ser como el dinero, pero solo en que su escasez es poco deseable.

Adrian Furnham is Professor of Psychology at University College London. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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