Cuatro años después del 11-S

Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington (LA VANGUARDIA, 11/09/05).

Antes del 11 de septiembre del 2001 el terrorismo no ocupaba un lugar destacado entre las prioridades internacionales. Es cierto que los medios de comunicación informaban de vez en cuando de atentados en Oriente Medio, el Cáucaso, África o el Sudeste Asiático, pero lo hacían igual que si cubrieran un pequeño terremoto o una tragedia minera. No se consideraba un problema político importante. Ahora, al buscar terrorismo y terrorista en internet se obtienen más de cien millones de resultados, y sólo en Estados Unidos hay más de cinco mil libros a la venta sobre el tema, cuando hace diez años no se encontraba más que un puñado. Mucha gente habla ahora largo y tendido y con gran seguridad sobre la yihad y la charia, lo que seguramente deberíamos considerar parte de la educación general de la humanidad. ¿Quién había oído hablar de Kosovo antes de que estallara allí una guerra? Sin embargo, también es cierto que, como suele decirse, una información incompleta es algo peligroso, y las tentativas de dar una explicación al terrorismo actual, así como las propuestas de qué hacer al respecto, están reñidas muchas veces con el mundo real y el sentido común. Sigue habiendo mucha confusión en cuanto al problema terrorista, y eso se debe en gran parte a la equiparación del terrorismo con Iraq. Iraq es un problema de peso, igual que lo es el terrorismo, y existe cierta relación entre ambos, pero no son lo mismo.

Es cierto que muchos de los guerreros de la yihad, los soldados de la guerra santa, se han congregado en Iraq y que allí se producen muchos más atentados terroristas que en todo el resto del mundo. Sin embargo, si no existiera Iraq, seguramente se habrían reunido en algún otro país, tal vez en Somalia, en el Cáucaso o en Gaza. Es comprensible que, a consecuencia de la conmoción sufrida hace cuatro años en Nueva York y Washington, no dejara de hablarse de la guerra contra el terrorismo en todas partes. Los políticos sienten la necesidad de expresarse en un lenguaje fácilmente comprensible, son auténticos simplificadores por necesidad, no son catedráticos de Ciencias Políticas con sus por un lado y por otro lado y sus numerosas notas a pie de página. Sin embargo, con el tiempo debería haberse impuesto la sensatez, debería haberse comprendido que la lucha contra el terrorismo no es una guerra en el sentido generalmente aceptado de la palabra, que no debe ser librada como las guerras del pasado, con ejércitos, marinas y fuerzas aéreas (y quizá una pequeña dosis de propaganda), y que no podrá ganarse en Iraq.

El terrorismo es una de las principales formas de conflicto contemporáneas y ha sustituido a la guerra a gran escala, que se ha vuelto demasiado costosa en todos los sentidos. Puesto que no es probable que los conflictos desaparezcan del mundo en un futuro previsible, puede que se produzcan periodos con menor o mayor terrorismo, pero es evidente que no desaparecerá. La guerra contra el terrorismo no se ganará en Iraq, y la equiparación de Iraq con el terrorismo ha tenido ya lamentables consecuencias: hizo que se desatendieran, por ejemplo, muchos otros problemas y peligros de nuestro mundo, como la proliferación nuclear en Irán y Corea del Norte, el incremento del precio del petróleo y sus consecuencias para la economía mundial, o el futuro incierto de diversos países fallidos.

Cuatro años después de los ataques de Nueva York, ¿cuál es el balance provisional de la guerra contra el terrorismo? ¿Hay más terrorismo en el mundo o menos? La respuesta no es sencilla. Ossama Bin Laden no ha sido capturado, pero en la actualidad sólo es importante como símbolo. Quizá esté escondido en una cueva de Pakistán, en una casa de Karachi o de Lahore, pero no puede salir a pasear muy lejos y carece de control global de las actividades terroristas. Tal vez debiera reducirse a la mitad la recompensa por su captura. No se ha producido ningún atentado relevante en EE. UU., ni siquiera uno de poca importancia. Sí los ha habido en Europa, en Madrid y en Londres, y también en el Sinaí. En los restantes campos de batalla de mayor significación, como el de India-Pakistán, el de Israel-Palestina o el del Cáucaso, hay bastante menos actividad terrorista. ¿Por qué? Probablemente a causa de diversas razones, porque los diferentes grupos de la yihad y las ramificaciones de Al Qaeda, con su aterradora retórica y sus horribles amenazas, simplemente no son lo bastante fuertes para llevar a cabo frecuentes atentados a gran escala en muchos países. También es probable que se hayan dado cuenta de que los atentados que perpetraron no obtuvieron grandes resultados políticos. No debilitaron demasiado a los gobiernos y las sociedades que castigaron, sino que, por el contrario, reforzaron su consciencia respecto a un peligro que hasta entonces habían pasado por alto en gran medida. Con todo, también es cierto que sigue habiendo una reserva considerable de soldados de la guerra santa en muchos países. En la actualidad, la mayoría se concentra en Iraq. Sin embargo, por mucho que la guerra de Iraq terminara pronto, trasladarían sus actividades a otros países (como sucedió tras el fin de la guerra en Afganistán). Europa es un posible campo de batalla y, por supuesto, también Oriente Medio, el norte de África y el Sudeste Asiático.

Tampoco habría que olvidar que tarde o temprano esos terroristas podrían utilizar armas no convencionales. Bien puede ser que el impacto directo de esas armas fuera considerablemente menor al del huracán de Luisiana, Alabama y Mississippi, pero el pánico sería mayor; ése es un peligro que también debe tomarse en consideración y para el que no están preparados ni los gobiernos ni las sociedades. Cuatro años después del 11-S hay unos cuantos países afortunados, como China, Japón e incluso India y Brasil, que no tienen por qué preocuparse demasiado por el terrorismo (aunque eso también podría cambiar en un futuro). En cuanto al resto de la humanidad, cada vez existe una mayor consciencia de que el terrorismo estará entre nosotros hasta donde nos alcanza la vista. El gran problema al que se enfrentan gobiernos y sociedades es el de encontrar un punto medio entre atacar implacablemente al terrorismo y olvidar así que no es la única amenaza en el mundo contemporáneo; y, por otro lado, el peligro de bajar la guardia sólo porque hace unos meses que no se ha producido ningún atentado importante cerca de casa.