Cuatro enseñanzas sobre genética y desigualdad

Hasta ahora el debate sobre la igualdad de oportunidades ha sido ajeno a las ciencias naturales. Esto es así porque hablar de naturaleza humana levanta para muchos el fantasma del racismo biologicista y de la eugenesia. Sin embargo, recientes investigaciones sobre genética y desigualdad nos hablan de una realidad muy alejada de estas visiones. En el informe Derribando el dique de la meritocracia del think tank Future Policy Lab, recogemos los últimos avances en este campo, que podemos resumir en cuatro grandes lecciones.

La primera es que las diferencias genéticas influyen a la hora de explicar la desigualdad, pero eso no implica que debamos resignarnos a aceptarlas sin más. Gran parte de las desigualdades actuales no se explican por el esfuerzo, sino por circunstancias que escapan al control individual. La filosofía política inspirada en John Rawls las incluyó en dos grandes categorías; la lotería social (en qué clase social y territorio naces) y la lotería natural (nacer con una enfermedad crónica, mucha capacidad de concentración, control de los impulsos, habilidades cognitivas, etc.).

La lotería natural se puede analizar a través de variantes genéticas. Varios estudios han demostrado que los “índices poligénicos” que recogen la presencia o ausencia de ciertos genes (miles de ellos, no uno solo) tienen una notable influencia en la trayectoria de las personas. Como explica Kathryn Paige Harden en su libro The Genetic Lottery, las personas que han nacido en las familias más educadas y las que han nacido con mayor suerte genética tienen ambas casi cuatro veces más probabilidades de graduarse en la universidad que los que vienen de los grupos menos favorecidos. Es decir, que la lotería genética o natural importa casi tanto como la social.

Lo importante de estas loterías es que, aunque ambas influyen enormemente en nuestra vida, son producidas por razones que escapan a nuestro control. Cada combinación de genes paternos podría llegar a producir billones de bebés genéticamente distintos, cada uno con una suerte diferente. Sin embargo, la igualdad de oportunidades exige que solo las desigualdades producidas por el esfuerzo y las decisiones individuales son justas. Nadie ha hecho nada para ganarse un talento nato (por ejemplo, para pintar) del mismo modo que nadie merece sufrir una enfermedad crónica que le impedirá realizar muchas actividades. Es decir, que mientras que el esfuerzo sí depende del individuo, los talentos y los defectos físicos son fruto de la suerte. Por tanto, si de verdad nos importa la igualdad de oportunidades, es necesario corregir las desventajas producidas tanto por la lotería social como por la lotería natural.

La segunda lección es que estas dos loterías están muy relacionadas. Aquellas personas que suelen nacer en familias con mayor nivel de ingresos y mayor nivel educativo también suelen nacer con índices poligénico más altos. Las loterías social y natural se retroalimentan porque si el contexto social y familiar no permite a los niños explotar sus capacidades, estas no se desarrollarán. Es más, algunos estudios muestran que aquellos niños menos afortunados genéticamente, pero nacidos en familias ricas siguen obteniendo mayores niveles educativos que los niños más afortunados genéticamente, pero provenientes de familias pobres. Es decir, que el contexto familiar influye en el “potencial” genético.

La tercera lección es que muchas de las ventajas producidas por la lotería natural dependen de que tengamos la suerte de nacer en una sociedad en la que se valore el tipo de talentos que poseemos. Tener una gran memoria es muy útil hoy en día para sacarse unas oposiciones, pero servía de poco si nacías campesino en la Edad Media y te faltaban las habilidades físicas para trabajar la tierra. Leo Messi, por ejemplo, tiene la suerte de haber nacido en una época en la que a mucha gente le gusta el fútbol, pero si hubiese nacido hace tres siglos, cuando ese deporte profesional no existía, ese talento no le habría valido de nada. Esta tercera lotería del reconocimiento social cambia de sociedad a sociedad y de época a época.

La genética nos ayuda a explicar que no todas las personas nacen genéticamente iguales, pero niega que esto implique nociones de superioridad o inferioridad. Las diferencias genéticas no implican jerarquías genéticas. Es más, estos estudios nos ayudan a entender que las jerarquías sociales no provienen de los genes en sí sino de valorar socialmente un tipo de genes, un tipo de habilidades y un tipo de cuerpos por encima de otros. Estas habilidades no son inherentemente valiosas, sino que son socialmente valoradas. Por tanto, no existe una sola definición objetiva de mérito, sino que existen muchas formas distintas de mérito y de talento. Es por eso que debemos caminar hacia una sociedad que valore más tipos de cuerpos, más diversidad funcional y más tipos de habilidades.

La cuarta lección es que la gran mayoría de desventajas de la lotería genética se pueden corregir fácilmente con intervenciones ambientales. Por ejemplo, a las personas que tienen mala visión, un factor que escapa a su control, les proporcionamos unas gafas para que disfruten de las mismas oportunidades que aquellos que han sido más afortunados y tienen buena vista. Adaptar los contenidos audiovisuales para sordos, ofrecer ayuda a las personas con déficit de atención o tratar médicamente un problema físico son todas medidas externas que pueden reducir eficazmente la desigualdad en la lotería natural.

Esto implica un rol más activo y constante del Estado puesto que, a diferencia de los efectos de la lotería social, que perduran a lo largo de toda la vida, pero actúan sobre todo al comienzo de esta (en los años formativos), los efectos de la lotería natural actúan constantemente a lo largo de toda la vida (o pueden incluso concentrarse al final de esta como una enfermedad degenerativa). Es decir, que requieren una intervención del Estado no solo para nivelar el campo de juego al comienzo de las carreras, sino en cada una de las fases vitales de las personas. Es por ello que las políticas sanitarias que garantizan el acceso a un sistema de salud gratuito y universal no son solo una cuestión de bienestar, sino que también son una condición necesaria para lograr una verdadera la igualdad de oportunidades.

En definitiva, a toda persona que de verdad le preocupen las desigualdades de oportunidades, debería preocuparle corregir tanto la mala suerte en la lotería social como en la lotería natural. Reconocer la importancia de la lotería natural supone también ser más humildes con los éxitos y más comprensivos con los fracasos ya que nadie se merece ni sus talentos ni sus enfermedades. La mayoría de las personas que tienen una posición desaventajada no son vagos o irresponsables, sino que son gente como todos los demás, pero con peor suerte. Crear una sociedad que de verdad tenga igualdad de oportunidades implica replantear algunos de los valores sociales dominantes, entender que no existe una sola definición objetiva de mérito y defender una acción decidida y constante del Estado para corregir las desigualdades fruto de las loterías social, natural y de reconocimiento social. Al final, de lo que se trata es de recuperar el control sobre nuestras vidas y de que dónde acabemos dependa de nuestras decisiones y no de nuestra buena o mala suerte en la lotería de la vida.

Javier Carbonell es investigador doctoral, profesor asociado en Sciences Po y colaborador de Agenda Pública.

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