Cuatro errores en el IRPF

Recientemente los contribuyentes hemos asistido a un incremento significativo de los tipos marginales del IRPF. El alegato del Gobierno ha sido la imperiosa necesidad de aumentar la recaudación del impuesto, con objeto de sanear las más que maltrechas cuentas públicas heredadas. Aun compartiendo, como comparto, esa imperiosa necesidad, el Gobierno ha cometido al menos cuatro errores significativos. El primero, haber anticipado el incremento de la recaudación a una contención mucho más severa del gasto. El segundo, haber elegido el IRPF como la figura impositiva sobre la que fundamentar el incremento recaudatorio. El tercero, haber optado por la peor de las alternativas disponibles: elevar los tipos marginales. Y, por último, recuperar la perniciosa deducción por adquisición de vivienda habitual.

La evidencia empírica disponible sobre cómo atajar el problema del déficit público confirma que los procesos duraderos de consolidación fiscal son los que se realizan a través de la contención del gasto público y, en particular, del gasto corriente. Es decir, es el gasto público y no el ingreso la variable dominante en la determinación y evolución de los desequilibrios presupuestarios. Con esta premisa, en una situación tan delicada como la actual, el timing óptimo de las decisiones presupuestarias debería haber partido primero por apurar al máximo la contención del gasto y, sólo entonces, emprender la inevitable subida de la carga fiscal. Este orden de prioridades no se ha respetado porque cuando se decidió subir el IRPF quedaba margen para contener el gasto.

A pesar de esto, el elevado déficit confirma como inevitable el incremento impositivo. ¿Qué figura impositiva sería la más oportuna? Simplificando las cosas, el Gobierno tenía básicamente dos opciones con verdadero poder recaudatorio: el IRPF o el IVA. El primero redistribuye los costes del deterioro económico de un modo más equitativo, al menos en el corto plazo; el IVA, en cambio, reduce los costes de eficiencia asociados a ese incremento impositivo, minorando su impacto sobre PIB y empleo a medio plazo. Desafortunadamente, al elevar el IRPF el Gobierno ha optado por dar prioridad a las consideraciones de equidad cortoplacistas frente a la mejora distributiva y asignativa en el medio plazo. Haber elegido más redistribución en el corto plazo a costa de una mayor distorsión económica a medio plazo puede derivar en que las supuestas ganancias redistributivas se vean superadas con creces por la penuria económica de nuevos parados a los que poco les importe cuánto pagan de más los que aún tienen la suerte de liquidar el IRPF. Y si bien es cierto que el IVA también distorsiona, estas distorsiones son significativamente menores que las inducidas por el IRPF tanto cuantitativa como cualitativamente. Mientras el IRPF es un impuesto progresivo con una elasticidad recaudatoria superior a la unidad, el IVA es un impuesto proporcional inelástico. En términos cualitativos, el IVA es menos distorsionante porque distorsiona únicamente las decisiones de consumo, mientras que en el IRPF la distorsión se produce por partida doble: primero al generar las rentas, distorsionando los procesos productivos, y después sobre las decisiones de consumo, al minorar la renta disponible del contribuyente.

El menosprecio que tradicionalmente los policy-makers muestran a estos costes de eficiencia debe buscarse en la dificultad de su estimación y en la ausencia de personal cualificado en los grupos de trabajo ministeriales. Circunstancia que alienta la falsa creencia de que los contribuyentes no ajustan su comportamiento económico ante modificaciones de las reglas del juego. Nada más lejos de la realidad. Para colmo, estos costes de eficiencia producirán un frustrante desenlace: los 5.100 millones de euros de recaudación adicional estimados no se alcanzarán ya que dicha cifra no tiene en cuenta los efectos de segunda ronda asociados a la subida de los tipos marginales. Es decir, una vez que los contribuyentes ajusten su comportamiento a la nueva normativa.

Por otro lado, aun asumiendo como inevitable el incremento del IRPF, sorprendentemente se ha elegido la peor de las alternativas: incrementar los tipos marginales. Cuando se habla de tipos impositivos en el IRPF caben al menos dos alternativas: el tipo medio y el tipo marginal. Mientras el primero se identifica con la capacidad recaudatoria del impuesto, el segundo lo hace con los costes de eficiencia inducidos por el mismo. Es decir, si lo que preocupa es la recaudación, los cambios en el impuesto deberían haberse encaminado a subir los tipos medios, manteniendo constantes o incluso reduciendo los marginales. Una reforma de esa naturaleza ¿es factible sin costes en términos distributivos? La respuesta es sí.

Por último, llama la atención la recuperación de la deducción por adquisición de vivienda. Deducción que analistas y organismos internacionales califican unánimemente de fuertemente distorsionante, ineficaz e injusta, además de muy costosa: 6.700 millones de euros en 2009. Esta decisión con toda probabilidad ayudará a contener artificialmente el necesario ajuste a la baja de los precios de la vivienda y enviará una señal al mercado contradictoria y confusa donde el sector receptor es en buena medida destacado responsable de la situación económica actual.

Por José Félix Sanz, catedrático de Economía Aplicada y director de Estudios Tributarios de Funcas.

1 comentario


  1. Este tio sabe un huevo. Tuve la suerte de escucharle en una conferencia y os puedo asegurar que es impresionante. Este es el tipo de tecnicos que deberian gobernar el pais.

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