Cuatro razones del éxito de Casado y del fracaso de Soraya

El proceso de primarias en el PP ha permitido que la derecha española se mire al espejo y decida su identidad y su futuro. El XIX Congreso Extraordinario pasará a la historia con el mismo rango que el de Sevilla en 1990: una nueva generación con un proyecto que retome la iniciativa política en España. He aquí cuatro de las razones del triunfo de Pablo Casado y, por contraste, del fracaso de Sáenz de Santamaría.

Renovación vs. continuismo

No fue brillante presentarse a unas primarias prometiendo hacer una versión corregida del marianismo, de la política que había llevado a la pérdida de tres millones de votos. Bastaba con que Casado anunciara de forma coherente una renovación para que se adueñara del discurso fuerte, revolucionario, y dejara el de la resistencia y el defensivo a Soraya.

Esto era de manual. La apropiación del discurso fuerte es clave en las primarias de aquellos partidos que entran en crisis estando en el gobierno, sobre todo si la caída es tan prolongada como en el PP, que comenzó en 2015. Ella había sido vicepresidenta del gobierno, personificación de la debacle, y él la eterna promesa cargada de buena imagen y principios.

Sáenz de Santamaría se apropiaba de las cifras macroeconómicas y culpaba de la corrupción a los demás, al tiempo que Casado responsabilizaba al partido de los éxitos gubernamentales y apelaba a la honestidad como marca de los populares. Han sido dos maneras distintas de interpretar los últimos años de vida política: la soberbia frente a la generosa con los cargos y la militancia.

Soraya jugó a presentarse como la ungida por Rajoy, y así lo hizo en el congreso del PP, donde se emocionó al recordar todo lo que había aprendido junto al ex presidente. Esto era aferrarse al viejo dedazo que ahondaba su imagen continuista frente a la renovadora de las primarias, de la soberanía del militante, adecuada a nuestros tiempos, que encarnaba Casado.

La continuidad no es un valor, ni siquiera corregida, cuando se ha producido una larga y profunda crisis que ha afectado a todas las facetas del PP, y que ha concluido con una moción de censura que les ha echado del poder. En una situación en la que está en juego la existencia misma de la organización es más útil, como ha hecho Casado, apelar a una renovación integral, generacional, integradora e ideológica.

Integración vs. capacidad de hacerse enemigos

La máxima de valorar a un político por la calidad de sus enemigos no vale para unas primarias, sino todo lo contrario. La trayectoria pública de Sáenz de Santamaría se puede seguir haciendo la lista de cadáveres y heridos políticos. Es más; se forjó una reputación que causaba miedo. Cualquier persona de la calle asociaba la palabra “dossier” a su nombre. En la campaña intentó corregir esto apelando a la unidad, al patriotismo de partido, pero se le volvió en contra.

La exigua victoria en la primera vuelta de las primarias, sumando poco más del 30% de los votos, con 1.542 sufragios de diferencia con Casado, invitaba a Soraya a repetir el mantra de la unidad como forma de dar por terminada la guerra. Incluso se entrevistó con Casado en Génova para convencerle de que se retirara, presionó a compromisarios, y en su discurso en el congreso del PP dijo que su contrincante no la había invitado a integrarse.

Al otro lado se constituyó de forma casi natural un frente anti-Soraya que reunía al resto de candidatos, desde García-Margallo, José Ramón García-Hernández, Elio Cabanes a Cospedal. El principio de unidad funcionaba mejor al otro lado, la integración basada en mantener la diversidad en el partido, sin miedo a purgas sorayistas. Esta baza era tan decisiva que Casado aseguró en el congreso del PP que no había llamado a ningún compromisario. Lo afirmó dos veces, y remató diciendo: “Solo os pido que votéis en libertad, con el corazón”. Frente a la unidad concebida como la paz de los cementerios, Casado prometió un partido a cielo abierto.

Ideología vs. tecnocracia posibilista

Soraya ha improvisado ser de derechas, mientras que Casado lo ha sido siempre, como recuerda toda la militancia, y se nota. El ahora presidente del PP no solo ha mostrado en sus discursos e intervenciones en los medios ser más culto, sino que sabe utilizar adecuadamente los conceptos y las ideas. Esto es importante en un momento de catarsis partidista, donde los afiliados sienten orfandad y necesitan guía, argumentación e identidad.

La candidata desplegó la fría retórica tecnocrática, fundada en la gestión como valor supremo y el diálogo para acercar posturas, posibilista, sin más valor que el respeto a la legalidad. Los únicos principios que defendió, incluso en el congreso del PP, eran una obviedad redundante: la Constitución y la unidad de España. Otra cosa hubiera chocado. Por cierto, el argumento de género en un partido que abandera el mérito y la capacidad, pionero en mujeres con cargo, era contraproducente.

La tecnocracia solo es una forma de gobernar sin alma, y no constituye un proyecto de oposición que ilusione a nadie. De hecho, Soraya fue la candidata favorita de la izquierda. Por eso salían encuestas ad hoc dándola como la deseada por el electorado y se repetía el tópico de que las elecciones se ganan en el centro, que no es más que una posición geométrica, no política.

Casado, al contrario, ha esgrimido un conjunto argumental liberal conservador, admisible para otras sensibilidades internas, que permitía al militante evocar sin complejos la época gloriosa del PP y sacarlo del discurso de administrador de fincas del tecnócrata. La ideología ha servido para levantar el orgullo de ser del Partido Popular, y eso se ha visto en el congreso.

Vibrante vs. aburrido

Las dos jornadas y los discursos han sido determinantes. De hecho, algunos dirigentes comprometidos con la candidatura de Sáenz de Santamaría fueron cambiando visiblemente de gesto según avanzaba el encuentro.

La puesta en escena de Soraya el viernes fue deficiente. Mientras Casado entraba en loor de multitudes al grito de “¡Presidente! ¡Presidente!”, fuera preparado o no, Soraya lo hacía con discreción y moderados aplausos. Los casadistas se pasearon el viernes por las salas y pasillos del hotel con la sonrisa puesta, apretando manos y haciendo corrillos, dando la sensación así de ser mayoría, pero los sorayistas estaban serios y estáticos. El sábado fue distinto. Las respectivas parroquias lo dieron todo en coreografías preparadas y soltaron los nervios.

Soraya inició su alegato con la voz quebrada, en un clásico discurso cremallera, de esos que alternan machaconamente tres ideas fuerza, útiles para reforzar un mensaje pero que dejan al descubierto la carencia de propuestas detalladas. Esto es propio de opciones atrapalotodo, posibilistas, dúctiles y tecnócratas, pero que no sirven para ganarse un auditorio.

El discurso de Sáenz de Santamaría fue francamente aburrido, sin alma ni enganche. Lo peor fue el momento abanico, cuando sacó dicho artilugio adornado con la bandera para mostrar de una manera visual y un poco infantil que quería abarcar todo, mientras que Casado solo era una varilla. Excesivo tedio para tanta soberbia, falta de autocrítica y ausencia de proyecto ilusionante. Una puesta en escena así no gana elecciones.

Casado, en un claro contraste, pronunció el discurso de su vida: vibrante, entregado, positivo y político. Hizo un auténtico alarde de dotes retóricas que permitía hacer creíbles y deseables sus promesas. Frente a la cremallera discursiva, Casado pronunció un programa organizado e inteligible que permitía al compromisario pensar que era un dignísimo candidato frente a Sánchez, Rivera e Iglesias.

El ahora presidente del PP se apropió de la ilusión utilizando erres: renovar, recuperar, reivindicar y retomar. Palabras con mucha fuerza discursiva en castellano porque crean representaciones positivas y, por tanto, de gran valor anímico e ilusionante. Si Soraya apelaba al miedo en todas sus formas -a perder en las urnas y a las purgas internas-, Casado se hacía con la ilusión. Esto es decisivo cuando la propuesta que apela al trabajo militante, como hicieron los dos candidatos, va acompañada de la promesa de integración y de ausencia de purgas.

El XIX Congreso, en definitiva, servirá de enseñanza para cómo debe la derecha afrontar las primarias. No hay más que ver la reacción de los otros partidos, como Ciudadanos o Podemos, apegados a la crítica de siempre. Ahora toca restañar heridas internas y cumplir.

Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense de Madrid y coautor del libro ‘Contra la socialdemocracia. Una defensa de la libertad’ (Deusto, 2017).

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