A la intemperie, el auto Lada se ha ido llenando de polvo y el óxido ya le corroe las puertas y las defensas. Fue fabricado a finales de los años setenta en la lejana región del Volga central y llegó a Cuba por aquello del COMECOM y el "intercambio justo" entre los pueblos. Su dueña lo obtuvo a partir del sistema de méritos, para lo cual compitió -en interminables asambleas- con el resto de los trabajadores de su hospital. La pelea fue dura, pues varios doctores habían realizado misiones médicas en varios países africanos, pero la lista de los sacrificios que ella había acumulado era mucho más larga. Contaba hasta con un diploma de reconocimiento firmado por el mismísimo Máximo Líder. Así que se llevó el carro a casa, ante la mirada alegre de algunos y el gesto de envidia de muchos otros. Este se convirtió rápidamente en su más preciada posesión; conducirlo por las calles demostraba su éxito social y también su incondicionalidad ideológica.
Las décadas pasaron y muchos de los felices propietarios de entonces comenzaron a ver cómo se deterioraba su criatura de ruedas y timón. El mercado de autos no se liberalizó en todo ese tiempo, de manera que ellos seguían siendo los afortunados elegidos que disfrutaban de un privilegio remoto, extinto. Solo los viejos vehículos, con marcas rimbombantes como Chevrolet, Cadillac o Plymouth, podían ser comprados y vendidos legalmente en el improvisado entramado del intercambio popular. Pero aquellos otros, armados en Europa del Este, estaban condenados a permanecer en manos de los destacados trabajadores que se los habían ganado. Increíble contradicción: solo se respetaba como propiedad la de los carros comprados antes de 1959 bajo el sistema capitalista, mientras aquellos distribuidos por el socialismo no podían ser traspasados a otra persona. Si el dueño salía del país por más de 11 meses, le era confiscado en virtud de una justicia social que nunca fue tan justa ni tan equitativa. Ya la sonrisa altanera se les había borrado del rostro a quienes manejaban aquellos coches de probada fortaleza y penoso diseño.
Se terminó entonces aquella absurda meritocracia, al menos en su forma más pura. Para adquirir los flamantes Toyota, Mitsubishi y Peugeot que empezaron a importarse, había que contar con una mezcla de valores políticos y billetes convertibles en el bolsillo. Bajo esa nueva premisa, consiguieron adquirir un auto músicos famosos, deportistas de altos quilates, marinos mercantes y artistas que comercializaban sus obras en el extranjero. Durante largos años el documento de autorización para comprar uno de estos debía ser firmado por Carlos Lage, vicepresidente del Consejo de Estado que cayó en desgracia en marzo de 2008. El proceso para lograr el permiso resulta -aún hoy- tan complicado, que puede demorar cinco o 10 años entre la solicitud inicial y la obtención del vehículo. Para colmo estos relucientes automóviles tampoco pueden ser cedidos o vendidos a otra persona.
Tanto control sobre el comercio de automóviles ha tenido como motivación evitar que las diferencias sociales fueran visibles. De la misma manera artificial, se congeló también el mercado inmobiliario y otros símbolos de estatus. La igualdad se definía por decreto y no por la existencia de una verdadera premisa socialista de "de cada cual según su necesidad, a cada cual según su trabajo". Abrir concesionarios donde no se necesitara presentar la divisa de la fidelidad ideológica o la dichosa carta de un alto funcionario era una idea que lastimaba a los exégetas del igualitarismo ramplón. Fueron justamente esos burócratas -que ya tenían sus propios autos- los que inventaron más de 40 limitaciones legales, entre leyes, decretos y resoluciones, para impedir que otros pasaran de ser simples peatones a sentarse tras un timón. La inmovilidad se trocó así en norma de vida y un auto en un objeto inasible para el común de los cubanos.
Cuando parecía que a este tema no le cabía una pizca más de absurdo, llegó el sexto congreso del Partido Comunista de Cuba. Entre los lineamientos aprobados en esta cita partidista, se anunció finalmente el cese de tanto desatino. La apertura del mercado de compra y venta de autos estará vigente, según el último consejo ampliado de ministros, antes de que finalice este 2011. Los vehículos obtenidos por el caduco mecanismo del mérito laboral podrán ser finalmente traspasados a otro propietario. Se pondrá fin así al último reducto de unos tiempos en que no importaba cuánto dinero tenías, sino cuál ideología profesabas. La oferta y la demanda terminará por imponerse a lo que tuvo trazas de distribución racionada. Mientras, los orondos propietarios de antaño respiran aliviados frente a sus autos Lada, Moskovich y Fiat polaco. Podrán trasmutar el fruto de sus virtudes políticas en dinero constante y sonante. Canjearán aquel premio otorgado hace décadas por esta vigente moneda convertible, por este otro capital que niega todo lo que una vez soñaron.
Yoani Sánchez, periodista cubana y autora del blog Generación Y. Fue galardonada en 2008 con el Premio Ortega y Gasset de Periodismo. © Yoani Sánchez / bgagency-Milán.