Cuba, con la misma moneda

El 15 de junio de 1962, a tres años del triunfo de las fuerzas revolucionarias de Fidel Castro, un grupo de mujeres de la ciudad de Cárdenas salió a las calles en cacerolada. Había sido impuesto el racionamiento, ellas protestaban por la falta de comida, y fueron violentamente reprimidas por las fuerzas armadas.

Cuarenta y cinco años después, todavía existe en Cuba el racionamiento, recrudecido por la circulación de dos monedas. En una de ellas, el peso cubano, se pagan los salarios. En la otra, peso convertible, cobran cuanto queda fuera de la cartilla de racionamiento. El Estado, como empleador único, malpaga en pesos cubanos. Y, como único mercader, vende en moneda fuerte (veinticuatro pesos cubanos hacen un peso convertible) los artículos imprescindibles que la cartilla desatiende.

El pasado 21 de noviembre, un grupo de mujeres pertenecientes al capítulo cubano de la Federación Latinoamericana de Mujeres Rurales (FLAMUR-Cuba) presentó ante la Asamblea Nacional del Poder Popular 10 738 firmas que abogan por el fin de este doble sistema. "Con la misma moneda", han nombrado a su iniciativa, y exigen terminar con lo que consideran un apartheid económico. Según Lourdes Yen Rodríguez, directora ejecutiva de la organización: "En realidad lo que pedimos es una moneda que cubra las necesidades del cubano de a pie".

La constitución vigente en Cuba exige por lo menos 10.000 firmas para que una iniciativa de ley pueda ser considerada. Hace cinco años, los activistas del Proyecto Varela presentaron más de 25.000 firmas de electores que exigían reformas económicas, libertad de expresión y elecciones pluripartidistas. En respuesta, fueron encarcelados varios de esos activistas y una aplastante mayoría de la población cubana votó por la irrevocabilidad del socialismo.

Las mujeres de FLAMUR-Cuba han hecho un largo camino hasta llegar a la Asamblea Nacional del Poder Popular. La organización, surgida en 1996 con el fin de mejorar las condiciones de vida, fortalecer la iniciativa individual y combatir la violencia de género, no ha dejado de ser considerada ilegal. Compuesta por 1.006 mujeres, muchas de ellas provenientes de las zonas más empobrecidas, sus integrantes han recorrido la isla desde hace más de un año en recogida de firmas y en labores preparatorias para una encuesta sobre pobreza rural. De parte del régimen que cargara en Cárdenas contra mujeres han sufrido detenciones, allanamientos, intimidaciones. Tal como cabría esperar, han sido acusadas de agentes imperialistas. Y, al llegar a la Asamblea Nacional, fueron recibidas con estupefacción. No sólo por el increíble número de firmas reunidas, sino también por el escándalo de que pudiesen llegar hasta allí.

Ahora estas activistas han de esperar los sesenta días reglamentarios para obtener una respuesta. Su petición llega en un momento en que las autoridades cubanas pretenden encauzar debates entre la población: buscan oír la crisis de boca de la gente, aceptan ruegos de cambio. En un alarde de autocontención, dichas autoridades han llamado a escuchar, aun cuando lo que se diga les resulte incómodo.

Es fomentada la discusión pública, y puede que la vuelta a una sola moneda constituya también un anhelo entre la clase dirigente. No obstante, ésta preferiría administrar la discusión dentro de ciertos límites, en el seno de los comités de vecinos. Y esas más de diez mil firmas aportadas por un grupo de activistas equivalen a una protesta pública, a toda una ciudad en cacerolada.

Se trata, además, de un reclamo ambicioso. Los firmantes del proyecto "Con la misma moneda" piden acceder mediante su trabajo a un ámbito más alto, piden el fin de un apartheid. Sus exigencias llegan en el preciso instante en que la discusión es instaurada desde arriba. Falta por ver ahora cómo las autoridades cubanas administran una verdad tan incómoda.

Pero si atendemos a lo ocurrido en los últimos días a propósito del Proyecto Universitario Sin Fronteras, caben pocas esperanzas. El 27 de noviembre esta organización presentó 5.000 firmas que reclaman la autonomía universitaria suprimida hace cuatro décadas por el régimen revolucionario, y no tardaron en sobrevenir las detenciones policiales. ¿En verdad quieren oír las autoridades cubanas?

Las mujeres de FLAMUR-Cuba continúan en la recolección de firmas. Cuentan el tiempo que falta para recibir respuesta, y dicen reconocerse en el ejemplo de Rosa Parks, la costurera negra que un buen día descargara todo su cansancio en el puesto reservado para blancos del bus donde viajaba.

Antonio José Ponte, escritor cubano.