Oportunidad para los demócratas

Después de haber alcanzado los 300 millones de habitantes, pero sin vislumbrar una salida del túnel de Irak, Estados Unidos se dispone a celebrar unas elecciones legislativas parciales, denominadas de la mitad del mandato presidencial (midterm), que pueden significar un viraje histórico si, como auguran las encuestas, se produce la tormenta perfecta en el paisaje político, es decir, si los demócratas consiguen forjar una nueva mayoría y desplazan a los republicanos del control del Congreso.
Los electores deberán renovar la Cámara de Representantes (465 escaños) y un tercio del Senado. Los pronósticos favorecen al Partido Demócrata, ya que el desgaste de la guerra de Irak y los escándalos de corrupción y de costumbres (la paidofilia en el Capitolio) han deteriorado la imagen del Partido Republicano y de sus líderes, que se encuentran "en estado de sitio". En una reciente encuesta interactiva de Harris, el número de electores que se negó a desvelar su preferencia por cualquier partido subió hasta el 25%, cuando en las elecciones anteriores, durante el último decenio, esa cifra de independientes nunca había superado el 12%.
dinamitó la coalición forjada por el demócrata El inicio de la supremacía conservadora se remonta a las elecciones de1980, cuando el republicano Ronald ReaganFranklin D. Roosevelt en 1932 (minorías, intelectuales liberales, clase obrera e inmigrantes urbanos), arrebató a los demócratas el voto de varios millones de obreros blancos, germen de la nueva clase media suburbial, y aplastó al demócrata Jimmy Carter. Desde entonces, la mayoría conservadora domina la vida política. Bill Clinton, el único demócrata elegido presidente desde entonces, lo fue dos veces en 1992 y 1996 por mayoría relativa debido a la existencia de un tercer candidato, Ross Perot.
Está por ver si la guerra de Irak, como sugieren algunos demócratas, tiene la misma potencia devastadora que tuvo la Gran Depresión, cuando Roosevelt derrotó en 1932 a Herbert Hoover, fallido profeta de la prosperidad, y organizó una coalición electoral que se mantuvo casi invencible hasta 1980. La situación se aproxima más a la de 1968, cuando la guerra de Vietnam obligó a Lyndon Johnson a tirar la toalla y dejó el camino expedito para la llegada de Richard Nixon a la Casa Blanca, acompañado por el decisivo Henry Kissinger. La diferencia es que los infortunios bélicos tienen mayor repercusión cuando los protagoniza un Ejército de recluta forzosa como el de 1968.

YA EN LAS elecciones parciales de 2002 estuvo de moda un libro titulado La emergente mayoría demócrata, publicado poco antes de que los republicanos hicieran historia al aumentar su mayoría en ambas cámaras en una consulta normalmente desfavorable para el partido presidencial. La mayoría conservadora, integrada por trabajadores de cuello blanco, protestantes evangélicos, sureños y sectores más acomodados y patrióticos, se amplió incluso en las elecciones presidenciales del 2004. ¿Lograrán romperla los demócratas en esta ocasión? ¿Acaso prevalecerá la sociedad irremediablemente conservadora que retratan algunos libros?
Como las encuestas se hacen a nivel nacional y los electores se pronuncian en sus circunscripciones estatales, ni siquiera se sabe en verdad cuál será la reacción de unos electores conservadores y religiosos ante el mal ejemplo del congresista republicano Mark Foley, involucrado en una sórdida historia de mensajes sexuales enviados a los becarios del Congreso, y del presidente de la Cámara de Representantes, el también republicano Dennis Hastert, empeñado en sofocar el escándalo. Algunos republicanos han expresado su repugnancia ante la hipocresía de unos líderes comprometidos con la defensa de los valores familiares.
Los demócratas, unificados por la consigna del cambio, tienen algunos problemas para promover un vuelco electoral. La situación económica resulta aceptable, el paro es irrisorio, los negocios marchan bien, los inmigrantes afluyen y EEUU sigue siendo la primera economía y la más competitiva del planeta. Carecen de un líder de la envergadura de Roosevelt y de un programa consistente como el del New Deal, promotor de una genuina revolución social. Sus eventuales candidatos a la presidencia no tienen ninguna solución milagrosa para salir de la guerra y ni siquiera están de acuerdo para decir si EEUU debe seguir en Irak o fijar un calendario para la repatriación de los 130.000 soldados.

EN LOS DOS años que le quedan a Bush no cabe esperar cambios radicales en la escena diplomática, un asunto que antes tenía escasa relevancia electoral, pero que desde la destrucción de las Torres Gemelas en el 2001 forma parte de los temores y prejuicios que se asocian con el terrorismo. Según las encuestas, Bush fue reelegido en el 2004 porque ofrecía más confianza frente a la amenaza terrorista y un perfil más convincente para proteger al país, pero, al contrario que Johnson en 1968, no puede aspirar a la reelección.
La guerra y sus secuelas son una amarga realidad estadounidense, constituyen una manifestación más de ese "imperio reluctante" que no acaba de armonizar sus intereses y valores nacionales con el intervencionismo armado o la diplomacia con botas. La era de triunfalismo imperial que siguió a la desintegración de la URSS probablemente no sobrevivirá al desastre de Irak, que paradójicamente solo ha servido para socavar la influencia y popularidad de EEUU en el mundo.

Mateo Madridejos, periodista e historiador.