Cuba, en tiempo añadido

La muerte de Orlando Zapata ha disparado las alarmas en todo el mundo sobre los derechos humanos en Cuba. Un dato que el Gobierno cubano no puede obviar. Cuba explica la situación de control y represión por las amenazas para la seguridad del Estado de la política norteamericana. Es cierto que EEUU amenaza al régimen cubano. Basta con observar el conjunto de leyes coercitivas para la economía y la vida cotidiana cubana. Pero en esa dialéctica entre agresión norteamericana y vulneración de derechos fundamentales no puede ser pagano el pueblo cubano. Y ya no importa tanto quién tiene más cuota de responsabilidad cuanto que la situación es insostenible: está convirtiendo a Cuba en un país en el que el control es más importante que la política. La situación final, de seguir así, será el caos.

Dentro del régimen se porfían, en susurros, los cambios para que el futuro sea transitable. Existen cuadros del partido que sueñan con una apertura que no llega a realizarse. El debate promovido por Raúl Castro hace dos años reveló el anhelo profundo de la sociedad hacia cambios significativos que permitan descentralizar la economía y levantar las prohibiciones vigentes justificadas por las amenazas norteamericanas. En esta espiral, el régimen, en la muerte de Orlando Zapata, culpa a EEUU, y desde Washington y Europa se reclama la libertad de todos los presos por razones políticas.
El mundo entero está mirando a Cuba con motivo de este triste suceso. La política exterior de España –y de la Unión Europea– se puede tambalear si Cuba no realiza cambios imprescindibles; las democracias parlamentarias no pueden desarrollar políticas en contra de sus opiniones públicas. Cuba debe allanar la labor a quienes quieren una evolución pacífica y no están en la trinchera para derribar al régimen, sin ninguna garantía, en un cambio incierto.
No se trata de equidistancia, sino de mixtura entre principios e inteligencia política. Los principios son irrenunciables: el respeto a los derechos humanos en los que preservar la vida de un preso forma parte fundamental de la responsabilidad de cualquier Gobierno. Incluso cuando el prisionero esté dispuesto a sacrificar su existencia. La inteligencia política marca la necesidad de una evolución del régimen cubano hacia formas democráticamente transitables evitando los riesgos de cualquier convulsión social.
El propio Raúl Castro ha insinuado que, si desaparece la agresión norteamericana, muchas cosas pueden cambiar en los territorios de los derechos de los ciudadanos. Tomémosle la palabra. Acabemos con la dialéctica agotadora entre las denuncias de una agresión cierta, como es la norteamericana, y la de la falta de libertad en Cuba para defenderse de esa agresión.
Quizá Lula sea el intermediario posible entre el régimen y EEUU. Marco Aurelio García, el principal asesor de Lula en política internacional, lleva años trabajando con discreción en la salida pacífica de la situación cubana. Cuba, imbuidos muchos cubanos de la isla de un profundo sentido nacionalista, reclamará una negociación de igual a igual con EEUU. ¿Por qué no?
Barack Obama ha dado muestras de voluntad de cambiar el diapasón que ha tenido siempre EEUU con la revolución cubana. Le dijo personalmente a José Luis Rodríguez Zapatero que si Cuba no hacía gestos sería muy difícil proseguir en el camino de levantar las sanciones que objetivamente agreden a la isla. ¿Le interesa a Cuba demostrar la sinceridad de sus manifestaciones de acabar con el enfrentamiento con EEUU? ¿Se siente más cómodo el régimen cubano en la confrontación?
Raúl Castro y Obama debieran ayudarse mutua y discretamente para lograr un acercamiento sin recelos, y el mejor emisario de esos recados sería, sin duda, Lula. No de otro modo puede interpretarse su actuación en esta crisis, estando precisamente en La Habana al día siguiente de la muerte de Zapata.
El régimen puede pensar en sobrevivir al margen del mundo. Sería un error. Es un sistema tremendamente orgulloso y cualquier entendimiento que esté apoyado en una presión directa será rechazado. Pero, al mismo tiempo, su dependencia de Venezuela, China, Brasil y Rusia le deja al margen de muchas posibilidades de desarrollo. Pero, sobre todo, quienes aún creen en la revolución cubana y su capacidad de adaptación al siglo XXI tienen pendiente un problema que será juzgado severamente por la historia: la conjugación de los enunciados de solidaridad colectiva con el derecho de todo hombre y mujer cubanos, por el hecho de serlo, a constituirse en ciudadanos.

Tal vez la muerte terrible de Zapata sirva como punto de inflexión para un régimen que tiene que saber que no podrá sobrevivir mucho tiempo si no realiza por lo menos los cambios profundos y estructurales que ofreció Raúl Castro hace dos años y que reclamaron masivamente todos los cubanos que quisieron pronunciarse. Y en primer lugar, liberar a los compañeros de Zapata como signo de que el Gobierno ha entendido la situación en que se halla. Este principio –libertad para los presos– es absolutamente irrenunciable.

Carlos Carnicero, escritor.