Cuba, la arrogancia y la confianza

Todo el mundo tiene una opinión sobre Cuba y, sin embargo, cuando se viaja a la isla nadie encuentra lo que esperaba. Ni el anticastrista ni el admirador de la revolución. Comprender la sociedad cubana es un verdadero reto intelectual para quienes no temen arriesgarse a que la realidad venga a desmentirles los prejuicios. Porque la realidad cubana es mucho más matizada y compleja que la visión caricaturesca con que la retratan detractores y partidarios.

La nueva política de diálogo con las autoridades de Cuba, propugnada por el Gobierno de Zapatero, admite la complejidad del caso cubano. La presentación de Cuba como un infierno de terror no responde a la realidad de la vida en la isla, y no me refiero a la realidad que ve el turista desde su hotel, sino a la otra, la que viven los cubanos de a pie y a la que también puede acceder el viajero si opta por viajar a la isla al margen de viajes programados. Esa vida cotidiana resulta extraordinariamente contradictoria, mezcla de sueños y burocracia, limitaciones y desenfado, imaginación y arbitrariedad. Frente a ella, las posiciones simplistas, además de equivocadas, solo pueden tener nefastas consecuencias, pues precisamente lo que la sociedad cubana necesita es salir de los arrogantes esquemas de una confrontación que conlleva una paradoja esencial: un país tan orgulloso de su independencia como Cuba está, sin embargo, permanentemente condicionado desde 1960 por la intervención de otros países. Hay un vínculo directo entre la situación interna del país y la actitud de países como EEUU o España. Como dice una canción del rapero cubano Equis Alfonso: "El problema es internacional".

En ese terreno internacional, se han empezado a dar pasos para superar la lógica de confrontación, como la oferta de diálogo de la UE al Gobierno de Cuba, poco después de que este acordara con el de España la apertura de un espacio de diálogo permanente sobre los derechos humanos en la isla. Se trata de medidas opuestas a la política de acoso y derribo impulsada en su día por el expresidente Aznar en sintonía con el asedio preconizado por EEUU. Pero si representan un realista cambio de criterio por parte de UE, realista es también la disposición del Gobierno cubano, presidido por Raúl Castro, a hablar del siempre conflictivo asunto de los derechos humanos.

El hecho de que la ONU haya decidido excluir a Cuba del listado de países donde las violaciones de derechos humanos son especialmente graves contribuye a sacar este asunto del terreno de la propaganda para colocarlo en su verdadera dimensión. El sistema político cubano ha conseguido grandes logros en materia de derechos humanos como la vivienda, la sanidad, la educación o la igualdad, pero sigue teniendo graves restricciones en otros derechos como el de asociación y manifestación, y la libertad de prensa es inexistente. Al mismo tiempo, el terreno de la libertad de expresión artística se ha abierto enormemente y hace unos meses se asistía a la protesta masiva de escritores residentes en la isla contra los intentos de justificar las políticas de represión cultural de los años 70.

Sin embargo, las sombras en este nuevo e incipiente clima de diálogo y distensión permanecen. La primera es la amenaza de injerencia por parte de EEUU, una amenaza que muchas veces sirve para justificar los propios errores y carencias del sistema cubano, pero que está lejos de ser una paranoia. Decenas de invasiones en países de América Latina a lo largo del siglo XX (Granada, Panamá y Haití en las dos últimas décadas) y las propias agresiones directas contra Cuba, como la invasión de 1961 y los planes para asesinar a Fidel Castro, ahora confirmados en los papeles secretos de la CIA publicados, justifican la obsesión de las autoridades cubanas con Estados Unidos. La segunda es la permanencia de presos por delitos de índole política en Cuba y el hostigamiento a muchos de quienes mantienen opiniones contrarias al Gobierno. El reciente caso de la muerte en una comisaría de un disidente, aparentemente por suicidio, plantea la necesidad de que las autoridades garanticen el trato digno a los presos.

Se trata de crear un clima de respeto y no injerencia que permita que las críticas hacia las deficiencias del sistema cubano (de igual modo que las autoridades cubanas critican las deficiencias de otros sistemas políticos) dejen de ser instrumentos para derribar dicho sistema y se conviertan en elementos que ayuden a que la vida política cubana pueda abandonar por fin la situación de excepción prebélica, que es la base de la mayoría de las restricciones de derechos existentes en la isla. Porque Cuba no es una gran prisión, como denuncian los más cerriles anticastristas, sino un país militarizado que vive hace décadas en estado de guerra virtual contra el mayor imperio de la historia. Y, al igual que los individuos, una sociedad sometida permanentemente a presión termina por padecer alteraciones graves de conducta.

Para que Cuba pueda liberarse de tantos años de paralizante angustia por la supervivencia y desarrollar su tremendo potencial humano, que es en gran medida fruto de la propia revolución, es preciso sustituir la arrogancia numantina y la imperial por un espacio de confianza en el que la crítica pueda ser percibida como una contribución, condición esencial para que Cuba pueda abrirse al pluralismo. Es un camino difícil, pero la realidad siempre lo es.

José Manuel Fajardo, escritor.