¿Cuba perdió su última oportunidad?

La consolidación de Raúl Castro de su posición como sucesor de su hermano Fidel confirma que su Cuba le dará al ejército hegemonía a nivel nacional, lo que torna aparentemente imposible cualquier apertura política o económica seria en el futuro cercano. El reciente VI Congreso del Partido Comunista de Cuba fue un reflejo de esto, al ofrecer escasa novedad y refritar mucho de lo viejo.

Desde que la mala salud obligó a Fidel Castro a retirarse del liderazgo de Cuba, Raúl le abrió las puertas al ejército y expulsó incluso a aquellos civiles que habían sido los socios de confianza de su hermano. Mientras Fidel escribía artículos doctrinarios en la prensa oficial, las fuerzas armadas se adueñaron de la política y la producción. La aparición de Fidel en el congreso del Partido –un evento lleno de significado político, ya que sus apariciones públicas fueron escasas desde que se enfermó en 2006- pareció confirmar su apoyo a este desenlace.

Ahora sabemos que el congreso había sido pospuesto durante 14 años, debido a las profundas divisiones entre los líderes cubanos. El grupo civil que fue desbancado quería adaptar el “modelo chino” de reformas económicas graduales iniciado por el Partido. Raúl y sus compinches militares, en cambio, arrinconaron a Fidel e impusieron los criterios de su grupo.

En el  comunismo asiático –en particular, como se lo practica en China y Vietnam-, el liderazgo del Partido rota periódicamente, y un liderazgo civil controla al ejército. El nepotismo sistémico en  la cúpula política y militar sólo existe en Corea del Norte.

Por el contrario, la nueva estructura política raulista toma su inspiración de la tradición más pura del caudillismo militar latinoamericano, y utiliza la ideología comunista de manera pragmática. El modelo se revela claramente en la naturaleza de las reformas propuestas por Raúl. Las industrias más dinámicas de la economía –a saber, la minería y el turismo- están reservadas al ejército, que las administra de una manera comercial y con búsqueda de lucro.

Sólo en esos sectores privilegiados se pueden ver algunas reformas. La “nueva clase” que los conforma no demoniza al capital extranjero. De hecho, existen conversaciones centradas en la deuda y hasta hay algunos acreedores interesados en la mecánica de la capitalización.

Para el resto de la economía, la posición del Partido recuerda la famosa línea de Il Gatopardo de Lampedusa: algo debe cambiar para que todo lo demás siga igual. La venta de edificios y vehículos será legalizada y el autoempleo autorizado, principalmente en el sector de servicios. Pero, carentes de capital y obligadas a pagar impuestos, ¿qué destino les espera a las industrias impulsadas al mercado por el Estado?

Cerca de 1,5 millones de cubanos nunca tendrán una participación en las industrias controladas por la burguesía militar. Tampoco se resolvió la cuestión de la propiedad de la tierra: sólo unos pocos terrenos se arrendarán de alguna forma.

Como resultado, Cuba seguirá importando muchos alimentos, en su mayoría a un precio que la población no puede afrontar. Es más, los cubanos en general temen que sus tarjetas de racionamiento –el único medio que tienen para conseguir comida- sean canceladas. De hecho, según Raúl, el sistema de racionamiento de alimentos controlado por el Estado es un “factor de inmovilidad”, pero nadie sabe qué podría reemplazarlo.

El VI Congreso ignoró cuestiones vinculadas a los derechos humanos. Ni la libertad de prensa ni el acceso a la información estuvieron en la agenda, y la oposición seguirá siendo ignorada, siendo sus únicas opciones la libertad condicional o el exilio. La migración, una opción financiada por las remesas enviadas por parientes en Estados Unidos, tampoco se hizo más flexible.

Cuando se derrumbó la Unión Soviética, muchos creyeron que el régimen cubano emprendería el camino de la reforma, aunque a regañadientes. Pero las transiciones democráticas en Europa del este le generaron dudas a Fidel Castro, de manera que se perdió la primera oportunidad de una transición similar en Cuba. De la misma manera, hoy también se perdió la oportunidad de introducir sangre joven y nuevas ideas: si bien el VI Congreso adoptó un límite de diez años para ocupar el poder, las dos personas designadas para suceder a Raúl Castro son octogenarios.

En los años 1980, Deng Xiaoping advirtió que China colapsaría si no cambiaba; Raúl ha dicho lo mismo. Pero Deng optó por una reforma real y un cambio real, invitando a los chinos en el exterior, a quienes el Partido había demonizado durante muchos años, a apostar al futuro del país e invertir. La diáspora escuchó –el comienzo y el secreto de las reformas que pusieron a China en el camino hacia su actual éxito económico.

Cuba no puede permanecer aislada, dependiente de los petrodólares venezolanos y castigada por un embargo comercial mal concebido de Estados Unidos. Cualquier agenda realista para un cambio en Cuba inexorablemente requiere una apertura al mundo, al mismo tiempo que se asegure una libertad plena dentro del país. Desafortunadamente, el VI Congreso demostró que el Partido Comunista de Cuba sigue negando las perspectivas y opciones del país.

Por Carlos Pérez Llana, vicepresidente de la Universidad del Siglo XXI en Córdoba, Argentina, y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad T. Di Tella en Buenos Aires.

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