Cuba, reformar o matar es el dilema

Protesta contra el Gobierno cubano en La Habana, el pasado 11 de julio.STRINGER / Reuters
Protesta contra el Gobierno cubano en La Habana, el pasado 11 de julio.STRINGER / Reuters

Una unidad policial asalta sorpresivamente una casa en un apacible barrio de la capital estadounidense. El jefe de la unidad captura a Howard Marks mientras le dice: “Por mandato de la unidad de pre-crimen del distrito de Columbia está usted arrestado por el futuro asesinato de Sara Marks y Donald Dubin”. Es el año 2054 y esta es la primera escena de la película de ciencia ficción Sentencia Previa de Steven Spielberg. Presenta el sistema de seguridad más eficaz del mundo, basado en actuar antes de que un crimen ocurra. Existe un viejo debate sobre por qué el régimen cubano ha sobrevivido en condiciones extremas ¿Por qué en Cuba no ocurrían protestas masivas a pesar del total fracaso económico, mientras sí las hay en Chile con una economía exitosa?; ¿por qué en Cuba el hambre y la escasez sistémica no generaba descontento y Gobiernos democráticos pierden el poder con un pequeño aumento de la inflación? Luego de 62 años, decir que los cubanos aman la revolución es comida para tontos.

Las protestas que están ocurriendo en Cuba no tienen precedentes, nunca habían sido masivas, simultáneas y a nivel nacional, nunca había habido saqueos, nunca habían destruido vehículos oficiales, nunca habían roto fotos de Fidel Castro y nunca habían demandado abiertamente el fin de la dictadura. La respuesta al debate acerca de la sobrevivencia del régimen no es el carisma Fidel, ni la salud subsidiada con dinero de otros. El castrismo, luego de consolidarse en el poder fusilando a muchos, logró construir un sistema de seguridad basado en el mismo principio de la película de Spielberg: enterarse antes, disuadir antes y actuar antes. Las dictaduras de la derecha latinoamericana tenían sistemas represivos que asesinaban y desaparecían abiertamente. La dictadura cubana es diferente, funciona con un sistema preventivo que reprime selectivamente a partir de la inteligencia que le proporciona un control social masivo.

Cuando los sandinistas derrocaron a Somoza sufrieron una gran frustración al encontrar los archivos de inteligencia. El supuesto es que existía un sistema muy sofisticado, pero lo que encontraron fueron fotos viejas, fichas mal escritas y escasa información seria. Los archivos de la antigua seguridad del Estado de la Alemania Oriental estaban compuestos por millones de documentos que 32 años después de la caída del muro de Berlín es muy poco lo que se ha estudiado. Casi todos los habitantes tenían una ficha. El documental Stasi, de Christian Gierke, muestra estos inmensos archivos y hace una excelente descripción histórica y conceptual sobre cómo funcionaba el sistema. Uno de sus principios era “evitar matar” y para ello necesitaba espiar masivamente. Los 15.000 efectivos de la temida Gestapo de los nazis fueron nada comparados con las más de 200 instalaciones y los cientos de miles de miembros de la Stasi, sin contar los informantes. La seguridad cubana fue construida a imagen y semejanza de la Stasi. Ambos países eran fronteras directas con su enemigo, además Berlín y La Habana eran vitrinas del comunismo.

En Cuba, los hijos espían a los padres y estos a sus hijos, los vigilantes de las prisiones espían a los presos y estos a los vigilantes, en fin, todo mundo espía a todo mundo hasta arraigar el principio central del sistema: “miedo y desconfianza”. El Partido Comunista de Cuba tiene cientos de miles de militantes y quienes integran los comités de defensa de la revolución son millones. Espiar asegura privilegios y ser descubierto como potencial opositor asegura castigos de exclusión en comida, salud y estudios. En Cuba no hay miles de desaparecidos como en la dictadura argentina ni masacres como las de los militares centroamericanos. Las capturas son selectivas, la tortura no debe dejar huella y algunos opositores, en vez de ser asesinados, mueren en “accidentes” o se “suicidan”. Las actuales protestas superaron a los grupos de choque que golpeaban a las damas de blanco y, lo más importante, han derrumbado el extenso sistema de espionaje y prevención. El Gobierno esta vez ni se enteró; se debilitó el miedo y su autoridad sobre los de abajo.

No hay solución posible a la crisis social porque nadie va a subsidiar al régimen, Rusia se cansó, China no regala y Venezuela está acabada. En 1980 no había hambruna y 10.000 cubanos pidieron asilo diplomático en la Embajada de Perú. El mayor caso de asilo en la historia del mundo. Luego más de 100.000 cubanos salieron de la Isla en el éxodo de Mariel. Las protestas de 1994 en el Malecón, que controló el propio Fidel Castro, demandaban igualmente que se les dejara salir de Cuba y la solución fue la crisis de los balseros que permitió que miles escaparan de la Isla. El problema para el régimen es que ahora las protestas no exigen escapar, sino quedarse y por eso demandan libertad. Expulsar gente es un negocio redondo para dictadores, se quitan presión interna, reciben remesas y utilizan la emigración como arma diplomática: “si me impones sanciones, millones emigraran, dejaran de ser mi problema y se convertirán en el tuyo”. Lo que está ocurriendo en Cuba es un golpe a la política de chantaje migratorio cubana que también ha usado Venezuela.

El discurso de Díaz-Canel llamando a la represión masiva es una bofetada a la paciencia que europeos y canadienses han tenido con el régimen. Además, conlleva enormes riesgos internos porque es un cambio severo en su doctrina de seguridad basada en evitar matar. Hacen sentido las informaciones sobre policías que se niegan a reprimir o de otros que abandonan sus uniformes, algo que de alguna manera el Gramma reconoce cuando dice que hay revolucionarios confundidos en las protestas. Ya hay muertos y desaparecidos, la pregunta es entonces, ¿saldrán las Fuerzas Armadas a matar a cubanos hambrientos para defender un modelo que el propio Fidel Castro reconoció que no funciona? Las protestas han colocado a la dictadura frente al aparente dilema de: “matar o no matar”, si no matan crece la protesta y si matan el régimen se suicida.

La despedida del comunismo cubano ha sido demasiado larga y esto es peligroso. Quizá estas protestas no sean el final, pero sí pueden ser el principio del fin. La solución no es matar, sino reformar. Cuba no necesita una matanza de su pueblo ni un final trágico para quienes gobiernan. La salida debería ser negociar una apertura democrática, permitir partidos y medios de comunicación independientes, realizar elecciones, reconciliarse con el exilio, abrir la economía a la inversión externa y liberar las capacidades empresariales de los cubanos. En fin, construir una salida donde nadie necesite irse y todos puedan regresar. Los hermanos Castro perdieron la oportunidad de entenderse con Carter y Clinton y se burlaron de los acuerdos con Obama. Pero nunca es tarde para corregir. Pocos días antes de la caída del muro de Berlín, Erich Honecker, primer ministro de Alemania Oriental, rechazaba realizar reformas y pronunció un discurso donde presumió que su país era la 10ª economía del mundo. Mijaíl Gorbachov dijo entonces unas palabras proféticas: “La vida castiga a quienes la posponen”. Lo que vino después todos lo conocemos.

Joaquín Villalobos es consultor para la resolución de conflictos internacionales.

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