Cuba regresa al presente

Durante los últimos años, desde que se consumó la desintegración del imperio comunista, un cubano ha sido una especie de oráculo andante. En cualquier lugar, le esperaba siempre la misma pregunta enfilada al futuro: ¿en Cuba, qué va a pasar? Pues bien, ahora, por fin, en Cuba las cosas están pasando. Por decirlo de algún modo, los cubanos hemos vuelto al presente. La secuencia de los hechos recientes, y el primer desenlace de estos, indica que tal vez no estemos ante un manojo de síntomas desconectados: unos estudiantes que ponen contra las cuerdas al presidente del Parlamento, unos disidentes liberados sin previo aviso, y ahora, de súbito y sin que lo hubiera imaginado un solo analista ni filtrado agencia alguna, Fidel Castro renuncia. Para no variar, y unos pasos por delante de los demás, él mismo ha sido el emisario de su propio final.

Esta capacidad de anticipación había sido una de sus ventajas sobre sus opositores. Y tiene que haber sido un muy mal trago la ejecución del último cálculo, el de la magnitud más comprometida y definitiva; la medida del fin de su propio tiempo en el poder. A ese poder, que fue absoluto, le ha sido proporcional la concentración, también absoluta, de la mirada enfocada hacia todos y cada uno de sus actos, como si la isla se circunscribiera únicamente a esa voz, a esa gestualidad y a esa imagen.

Obsesionados con Fidel Castro, los especialistas han desatendido con frecuencia a los ciudadanos comunes de ese país, a las nuevas generaciones, a cualquier simple mortal que tuviera una solución que presentar. Por eso mismo, hoy resultan tan sorprendentes los signos descubiertos de una sociedad en tránsito, las demandas reales de sus inaplazables necesidades de cambios. Las teorías han sido tantas como los modelos propuestos para el futuro. Reservas enteras de think tanks han analizado "la situación" durante décadas y aconsejado programas que van desde la ruptura a la rusa, con terapia de choque incluida, hasta el cambio tutelado por el partido único, en el estilo de Vietnam o de China.

Claro que la capacidad para medir los ritmos de la política no es hereditaria. Y al poder cubano que salga de la Asamblea Nacional del domingo se le presenta la novedad de que tal vez ya no dependa de él, al menos del todo, el dominio del tempo político. Puede que, en la actual situación, el ritmo y la intensidad de este compás vengan marcados desde otros ámbitos de la sociedad. Toda una ironía que, al final, después de tantos recursos empleados en dibujar el futuro de la isla, los agentes del cambio no estén en el Ejército, la disidencia, el exilio, o la Iglesia (los sujetos predestinados a comandar la transición según la ingeniería liberal o la hidráulica socialista), sino en unos ciudadanos no previstos, que han estado fuera del foco habitual y ahora exigen su momento.

Las nuevas tecnologías, restringidas allí, han mostrado indicios originales. El mismo Fidel Castro, que empleó inicialmente la televisión como un medio de didáctica ideológica (no hay ningún régimen socialista que haya sido más televisivo) se retira para continuar como un blogger en su última ocupación. En un Estado cuyos mecanismos de control son predigitales, Youtube ha mostrado a unos estudiantes que acosan con sus críticas al presidente del Parlamento cubano. Frente a una cultura cuya prensa es precaria y ha quedado, en todas sus orillas, como un arma de combate, emergen centenares de blogs en internet que se ocupan de airar o discutir cualquier asunto. En ese país tan abundante en el monopolio de la opinión y los comunicados oficiales, se ha acabado la impunidad para guardar las verdades.

A menos que ocurra una improbable sorpresa, Raúl Castro ocupará el puesto de mando principal de eso que se llama "la transición cubana". Es igual de improbable que gobierne concentrando en sus manos unas magnitudes tan absolutas de poder como Fidel. Y, aunque es un hombre de 76 años, uno de los fundadores de la revolución y un militar, es de esperar que el sentido común le indique, con los datos en la mano, que no podrá gobernar sin transformaciones. Esa premonición ya sería, por sí misma, un paso de importancia. No queda mucho tiempo, ni mucho espacio, y habrá que administrar muchos asuntos terrenales, incluido el descontento. En esta situación, la represión no parece una salida factible, pues ya no se podrá esgrimir, para justificarla, la coartada de que las voces de la incomodidad son producto del imperialismo, de Miami o de la disidencia, sino de gente que se califica como "revolucionaria" en las asambleas comunistas.

En todo caso, hace mucho tiempo que Cuba dejó de ser una revolución para convertirse en un estado más del modelo comunista. Solo que ese modelo ya no se corresponde con un sistema mundial, ni el mesianismo podrá utilizarse más como estilo político, ni se podrá echar mano de aquellos emplazamientos al sacrificio bajo la promesa de una redención futura para los cubanos. Aquí y ahora. He ahí el espacio, y el tiempo, del que se dispone para empezar. Las dos palabras claves que han puesto en evidencia al próximo mandatario de ese país que está obligado a gobernar en presente.

Iván de la Nuez, editor cubano.