Cuba: Una huelga de hambre, un cerco policial y la dignidad de la comunidad artística

Denis Solís, un joven rapero cubano contestatario, llamó “penco (cobarde) envuelto en uniforme” a un policía que el pasado 7 de noviembre entró a su casa a acosarlo sin su permiso. Filmó el altercado con su celular y colgó el video en sus redes sociales. En un juicio sumarísimo, sin abogado defensor, Solís fue condenado por desacato a ocho meses de privación de libertad.

En Cuba, estos atropellos comunes podían pasar antes sin demasiado escándalo, la máquina represiva solía disfrazar con bastante eficacia sus constantes episodios de injusticia. Pero ese manto, luego de años de resistencia de distintos grupos de oposición política, parece haber sido desgarrado de una vez, para no volver a zurcirse. Denis Solís forma parte del Movimiento San Isidro (MSI), y sus integrantes lanzaron por su liberación una impactante campaña de solidaridad que en menos de una semana ya han reinventando varias veces.

El MSI es una organización tentacular de arte y activismo con sede en La Habana Vieja, coordinada por el artista Luis Manuel Otero, y cuya vocación ecuménica y carácter anfibio hacen difícil clasificarla. Ahí se reúnen raperos del gueto, profesoras de diseño, poetas disidentes, especialistas de arte, científicos y ciudadanos en general. Si bien nadie puede encerrarlos en un concepto mínimo, en una cláusula más o menos exacta que defina a qué se dedican, los que menos pueden hacerlo, los que menos saben de qué va el asunto —y por eso actúan cada vez de modo más desquiciado, visiblemente exhaustos— son las fuerzas del orden.

El rapero cubano Denis Solís, detenido por elementos de la Policía en Cuba, lo cual ha descadenado protestas del gremio artístico. (Cortesía Denis Solís) (Cortesía Denis Solís)
El rapero cubano Denis Solís, detenido por elementos de la Policía en Cuba, lo cual ha descadenado protestas del gremio artístico. (Cortesía Denis Solís) (Cortesía Denis Solís)

Luego de la detención de Solís, cuyo paradero no se conocía, miembros del MSI se reunieron frente a la estación policial de las calles Cuba y Chacón y exigieron una respuesta inmediata. Ese día los encerraron a todos, los distribuyeron por distintos calabozos de la ciudad y, cerca de la medianoche, los liberaron. La acción se repitió en un par de ocasiones, pero cada vez con más integrantes dispuestos a sumarse. Como no hubo respuesta alguna de la Policía, más allá de las detenciones rutinarias, Otero durmió en un banco a la intemperie frente a la estación, y dijo que no se marcharía de ahí hasta que no tuviera noticias de Solís. Otras colegas, como Anamely Ramos, hicieron lo mismo.

Los que observamos desde afuera podemos comprobar cómo el gesto individual adquiere, gracias al peso de la verdad histórica, la fortaleza simbólica de la multitud. De repente, todas las energías de la masa inerte nacional se concentran en un punto y el MSI se convierte en una mancha al rojo vivo en el mapa anémico de la temperatura cívica cubana. La energía se articula alrededor de ellos en forma de calor. Mucha gente curiosa del barrio, como si asistieran estupefactos al espectáculo de una fogata chisporroteante, los miran desde lejos, porque queman, pero tampoco pueden dejar de mirarlos, porque seducen.

Tanto el peligro que representan como la seducción que inspiran se explica porque quizá sean los únicos cubanos de la isla que hoy estén viviendo en democracia, un animal exótico que en 60 años nadie ha visto con vida en ese país. Los vertiginosos cambios de rumbo y la lógica veleidosa de las estrategias del MSI los convierten en un colectivo casi irrastreable incluso para los medios de prensa que pretenden cubrir sus acciones de manera minuciosa. Uno tiene la sensación de que siempre está llegando tarde a los sucesos que allí se gestan, como si, en vez de hechos, habláramos de destellos, estelas de cosas que ya pasaron. En menos de un chasquido, el movimiento se encuentra en otro lugar.

Pero, ¿qué significa vivir en democracia? Probablemente vivir encerrados, porque la calle en Cuba es una cárcel. Este 16 de noviembre, en el aniversario 501 de La Habana, la poeta Katherine Bisquet organizó desde el MSI un evento llamado “Susurro poético”, una suerte de peregrinación pacífica colectiva que se detendría a leer poesía en distintos puntos estratégicos como podían ser la casa de Denis Solís, la esquina en que lo detuvieron, la estación policial de Cuba y Chacón, y lugares patrimoniales como la Alameda de Paula o el Convento de Santa Clara, sitio que recoge la tradición de la protesta cívica cubana.

Era una forma de delinear los circuitos reales de la ciudad, la reconfiguración libre de los territorios políticos. Al reescribir la ruta de la represión con su lectura de poesía, el MSI no busca borrar u olvidar las demarcaciones arbitrarias, sino acentuar a través de un gesto de paz el peso de esa cultura del abuso en la memoria nacional, que no se desdibuje entre las ruinas urbanas las figuras latentes del miedo. El grafito de la resistencia no pinta nada que no esté de antemano, solo visibiliza el aura fantasmal del totalitarismo.

Justo cuando el “Susurro poético” iba a llevarse a cabo, el Tribunal Provincial Popular de La Habana denegó la solicitud de habeas corpus presentada por Otero en favor de Denis Solís y reconoció que el recluso se encontraba en la prisión de Valle Grande.

En respuesta, la acción poética del grupo se convirtió en un encierro en la sede del MSI, hasta que una vecina a la que entregaron dinero para que les comprara comida fue interceptada por la Seguridad del Estado, que rodeaba la sede y le confiscó los bienes. Ese detalle trajo una escalada de resistencia mayor, que ahora mismo no se sabe dónde puede terminar, pero cuyo límite espantoso, si no hubiese diálogo, no parece otro que el foso de la inmolación. Hoy viernes 20 de noviembre, cuatro miembros del grupo se encuentran en huelga de hambre y otros tres en huelga de hambre y sed.

Tal como informó el MSI ayer 19 en su cuenta de Facebook, “agentes de la Seguridad del Estado vertieron un líquido oscuro —presuntamente ácido— por debajo de la puerta principal de la casa, y también desde la azotea, muy cerca de la cisterna donde almacenamos el agua”.

Las demandas ya no se reducen solo a la liberación de Denis Solís, sino que van directamente contra el estado de pobreza generalizado y la falta sostenida de libertades civiles. El ácido regado en San Isidro merece leerse como la dictadura en estado líquido, descomposición que proviene del susto. El círculo de San Isidro, en la expansión de su encierro, parece dispuesto a fundar su propio país, siguiendo aquellas líneas de Botas Locas, la canción de Sui Generis escrita alguna vez contra otro régimen militar: Si ellos son la patria / yo soy extranjero.

Carlos Manuel Álvarez es periodista y escritor cubano. Ha publicado el libro de crónicas ‘La tribu’ y la novela ‘Los caídos’.

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