Cuenta y razón de una victoria

Por Juan-José López Burniol, notario (EL PERIÓDICO, 26/01/06):

Uno. Catalunya es un pueblo con lengua, cultura y derecho propios, que conservó hasta el siglo XVIII sus particulares instituciones políticas. Perdidas éstas por una derrota, se concentró en un esfuerzo económico que --al asumir a tiempo la revolución industrial-- culminó en un periodo de plenitud. En éste, gracias a la exaltación romántica de la identidad nacional, así como a la inexistencia de una maquinaria estatal operativa, se desarrolló un cambio de mentalidad que cristalizó en el proceso de reconocimiento de la identidad catalana conocido como Renaixensa. Como ha escrito Hannah Arendt, "un pueblo se convierte en nación cuando toma conciencia de sí mismo de acuerdo con su historia".

Dos. El catalanismo es al principio --en palabras de Josep Termes-- "como la corriente de un río, que suma afluentes, procedentes de muchas tradiciones, que incorpora ideas de procedencia muy variada". O sea, "que no es ni un partido político ni una secta ni una escuela, sino que se configura como una forma de entender el país y de intercambiar iniciativas y orientaciones con otra gente".

Tres. Este catalanismo cultural adquirió pronto dimensión política, al desarrollar un proyecto alternativo de España fundado en su modernización. Ahora bien, esta voluntad de intervenir en la política española se frustró rápidamente. Como ha escrito Vicente Cacho, "la acumulación de experiencias adversas --provocadas por la ausencia de una nacionalismo modernizador de alcance español-- fue agostando toda esperanza de una transformación generalizada de las estructuras territoriales del poder, centrando cada vez más el esfuerzo en la afirmación privativa de la identidad catalana". Tras Almirall --sigue diciendo--, "el terreno estaba abonado para que, en el seno de la generación finisecular, una serie de jovencísimos profesionales --abogados en su mayoría-- diese un paso adelante en los años 90, hablando ya abiertamente de nacionalismo".

Cuatro. Surge entonces --indica Santos Juliá-- el relato según el cual carece de sentido hablar de patria grande y patria pequeña, pues patria no hay más que una -- Catalunya--, y lo que se llama patria grande --España-- es un Estado compuesto de varias agrupaciones que, ellas sí, tienen la condición de patrias. Esta afirmación de la identidad nacional frente al Estado identificó a éste como enemigo de la nación, pues todas las naciones --escribe Prat de la Riba-- "tienden a tener un Estado".

Cinco. Que esta doctrina y su correspondiente programa político se denominaran entonces regionalismo no debe llamar a engaño. El objetivo del nacionalismo catalán está claro desde hace un siglo: la conquista de un Estado propio. Y también resulta evidente su táctica: el posibilismo, es decir, lograr en cada momento lo que se pueda sin romper nunca del todo. Por ello, la voluntarista pretensión --que he compartido-- de ver en el nacionalismo catalán un proyecto alternativo de España debería reconsiderarse, pues este proyecto descansa --si existe-- en la reducción de España a una mera estructura estatal.

Seis. Sobre esta base hay que entender el actual proceso de reforma estatutaria. El proyecto de Estatut aprobado por el Parlament no es --a mi juicio-- tal Estatut, sino la Constitución de una nación sin Estado formal propio, pero que consagra su plena autonomía interna respecto del Estado del que accidentalmente forma parte, e instaura un sistema institucional de autogobierno separado del sistema estatal. Por ello sostengo que --desde la óptica nacionalista-- el día 30 de septiembre del 2005 ha pasado a ser la fecha más importante de la historia de Catalunya desde el decreto de Nueva Planta, pues --aquel día-- el 90% de los representantes del pueblo catalán aprobó un Estatut de máximos. A partir de ahí, es irrelevante que las negociaciones ulteriores supriman o enmascaren los aspectos más duros de la propuesta. El valor que como hito ha cobrado aquella fecha es irreversible.

Siete. El nacionalismo catalán ya había ganado --en Catalunya-- las batallas cultural y mediática. Ahora, gracias al impulso visionario y a la tozudez de Pasqual Maragall, al respaldo imprescindible del PSC y a la doble intervención decisiva del presidente José Luis Rodríguez Zapatero, ha ganado también la batalla política. Esta contribución de los socialistas a la victoria nacionalista --que jamás imaginé-- provoca tal cantidad de preguntas, que prefiero aparcar el tema.

Ocho. La aprobación definitiva del Estatut no resolverá el contencioso catalán, que seguirá planteado en términos aún más acuciantes y agrios. Xavier Bru de Sala lo ha dejado claro: "Acabe como acabe esta ronda del proceso catalán hacia el autogobierno, tampoco vayan a creer que tardaremos otro cuarto de siglo a iniciar el siguiente. A no ser que la observación de los grandes vectores de la historia señalados sea un completo error ... este Estatut quedará obsoleto o se verá pronto como tal. En cuanto las formaciones que apoyan al catalanismo recuperen fuerzas, volverán a la carga. Y será bueno para España. Y desde Madrid nos harán la pelota".

Nueve. Hasta aquí mi narración de los hechos. No valoro. Esto es lo que hay. No obstante, pensando en los intereses de España --nación que muchos sentimos como propia--, no debe prolongarse esta agonía. España corre un grave riesgo de cantonalización que enervaría sus potencialidades, hoy mayores que nunca en un mundo globalizado. Hay que llegar hasta el fondo y plantear --desde la perspectiva de los intereses de ambas partes-- la única alternativa posible: o un Estado federal que no se cuestione cada dos por tres, o la secesión de Catalunya. No ha lugar para relaciones bilaterales. Llevarían al caos.