Cuestión de confianza

Hace dos años y medio había una corriente de opinión favorable al rescate para evitar que la economía española cayese en un profundísimo agujero. Desde ámbitos parecidos se pone ahora en cuestión la capacidad del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para abordar dos grandes desafíos: Cataluña y el auge de Podemos. Pues bien, ni España necesitó ayuda exterior, al modo de Grecia o Portugal, ni hemos caído en ese profundísimo agujero que nos pronosticaban. ¿Por qué si hemos superado la peor recesión de la historia moderna algunos nos niegan la capacidad de afrontar nuevos retos?

España, en efecto, estaba hace tres años en una situación de grave riesgo. Veníamos de una burbuja inmobiliaria y de crédito, un elevado déficit exterior y un saldo fiscal inmanejable. Lo peor, con todo, no eran las cifras. Lo más agobiante era la desconfianza que arrastrábamos mezclada con una gran certeza: los problemas solo crecían y crecían; el hoyo era cada vez más profundo. Quizá a esto le podríamos llamar incapacidad o algo peor.

Algunos dijeron que el Gobierno actual y el país en su conjunto eran también incapaces de resolver estos problemas sin ayuda, sin pedir el rescate. Otra vez la falta de confianza. Ya sabemos lo que el rescate ha supuesto en otros países. La decisión del presidente Rajoy de limitar la ayuda al sector financiero y confiar en la capacidad de la sociedad española de salir adelante sin condicionantes externos se ha demostrado con el tiempo la más correcta.

Quizá esto merecería el reconocimiento de quienes ahora ponen en duda otras habilidades para afrontar desafíos en el terreno político, ni más ni menos difíciles, solo distintos, aunque en el fondo muy relacionados. El problema soberanista en Cataluña y el fenómeno de Podemos como nueva fuerza política de corte populista, mezclado con los casos de corrupción y el temor a que una tercera recesión en Europa acabe por arruinar nuestra recuperación económica, están en las coordenadas del presente. Imaginen cuál sería el panorama actual si no hubiéramos sido capaces de generar confianza resolviendo los problemas heredados.

Empecemos por Cataluña. No es posible la independencia con nuestra Constitución. Esto lo saben incluso los que defienden la escisión. Pero más allá del aspecto legal –esencial pero no exclusivo–, el conjunto de España necesita a Cataluña, y al revés. Cataluña ha precisado ayuda para pagar sus deudas y el Gobierno de España no lo ha dudado un minuto. Y el conjunto de España necesita a Cataluña, uno de los motores de la economía española, para consolidar la recuperación. Estamos mejor juntos que separados, y eso lo saben los propios catalanes cuando perciben que la vía independentista es incompatible, por ejemplo, con la pertenencia a la Unión Europea y a la zona euro y con la estabilidad financiera. Soy partidario del diálogo dentro de la legalidad y estoy convencido de que esa va a ser la verdadera vía.

La irrupción de Podemos en el panorama político tiene mucho que ver con el descontento ciudadano por los casos de corrupción, que yo desde luego comparto. Es verdad que son episodios aislados que no comprometen todo el sistema, pero lo dañan y la gente percibe que, mientras la crisis les ha golpeado con dureza, otros se enriquecían aprovechando los supuestos privilegios de lo público. La decisión del presidente del Gobierno de sacarlo todo a la luz indica una actitud muy diferente a la del pasado. El FROB ha denunciado ante la Fiscalía más de cuarenta operaciones sospechosas de las antiguas cajas nacionalizadas, así como el asunto de las tarjetas black de Caja Madrid.

Ambos temas, Cataluña y Podemos, no son tenidos en cuenta en estos momentos por los mercados a la hora de valorar la deuda española. Después del simulacro de referéndum y de unos resultados no validados democráticamente, el escenario de la independencia de Cataluña está todavía más fuera del radar. Nuestra prima de riesgo permanece estable desde hace meses y así ha seguido estos días, incluso con ligeros recortes. Las subastas de deuda se desarrollan con normalidad, hasta el punto de que ya tenemos cubiertas prácticamente todas las necesidades de financiación a medio y largo plazo de este año. En 2015 vamos a emitir menos que este año en términos netos.

Lo que sí nos está afectando más de cerca es el riesgo de una tercera recaída en Europa. Soy optimista al respecto. Creo que factores como la devaluación del euro, la caída de los precios de las materias primas y la determinación del BCE de tomar medidas para combatir el riesgo de deflación son decisivos para superar el actual bache. El Pacto de Estabilidad contiene, por otra parte, dosis de flexibilidad, y confío en los propósitos reformistas de Francia e Italia y en la apuesta de Alemania por seguir siendo la locomotora europea.

España no es inmune al entorno europeo, pero hay una cuestión que ha cambiado radicalmente respecto al pasado. Antes éramos la rémora; si Europa no tiraba, nosotros nos hundíamos. Ahora todas las previsiones nos dan un crecimiento diferencial sostenido para los próximos años respecto a nuestros socios; nos dicen que nuestras exportaciones van a seguir aumentando, que vamos a tener superávit exterior y que estamos en la buena dirección para resolver lo que hoy es el principal problema, el desempleo. Acabamos de obtener una buena nota en los test a la banca española, después de un intenso proceso de saneamiento y recapitalización, lo que es condición imprescindible para la recuperación económica.

Se puede discutir si el ritmo de la recuperación es más o menos lento, pero nadie puede negar, sin ser profundamente injusto, el enorme esfuerzo que ha hecho la sociedad española para no caer en ese «profundísimo agujero». Y tampoco se puede poner en cuestión la determinación del Gobierno –en última instancia, del presidente Rajoy– de emprender reformas con coste político. Lo realizado hasta ahora nos avala y nadie nos da argumentos sólidos para conocer en qué cuestión importante nos hemos equivocado. Ni siquiera aquellos que fallan habitualmente en sus pronósticos catastrofistas.

Luis de Guindos Jurado, ministro de Economía y Competitividad.

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