Cuestión de números, quizá

Quizá sea una cuestión de números, o de contexto internacional, pero el ambiente viene cargado. El pasado domingo, de madrugada, a eso de las cinco, entró la primavera, y dos niñas de 1 y 2 años se ahogaban en la noche del Egeo. Luego, en las 24 horas siguientes han seguido llegando a Lesbos y alguna otra isla más de 1.500 personas. Se conoce que las mafias y los desesperados que huyen no han entendido bien el 'acuerdo de la vergüenza'. Y en la última semana, en siete días justos, 4.900 personas han sido rescatadas en aguas mediterráneas por la parte del Magreb, 650 por una fragata española, el resto por la marina italiana, se ve que a esta parte no llegan tampoco los ecos del mencionado acuerdo.

Mientras, en Idomeni quedan unas 10.500 personas, acorraladas, pero que no piensan dar un paso atrás, porque están convencidos de que esto del exilio es como ir en bicicleta, solo tiene marcha adelante, si te paras, vas hacia atrás o te caes. En el 2015 han llegado a Grecia casi 900.000 refugiados, y en lo que va de 2016, algo más de 150.000. ¡Ah! En España han sido admitidos 1.800.

No crean, las cifras importan, y mucho. Echando la vista atrás uno recuerda que en los inicios de la guerra fría, hacia 1951, cuatro o cinco futbolistas de un equipo húngaro consiguieron huir del régimen comunista de su país -dice la leyenda que en un camión militar soviético- y llegar a la Europa libre. Hubo codazos para acogerlos, pero es que eran cuatro o cinco y se llamaban Kubala, Kocsis, Czibor y Puskas, incluso Franco financió una película que creo recordar se llamaba 'Escogimos la libertad' o algo así.

En los años 60, guerra fría a tope, el régimen soviético se dedicó a soltar en cuentagotas a algunos disidentes, gentes con un valor moral a prueba de todo, como Andrei Siniavski, Iuri Daniel... Y en los 70, algunos más como Leonid Pliuxt, a quien en lugar de encerrar en una cárcel le metieron varios años en un psiquiátrico para locos peligrosos, y sobre todo el legendario Solzenitsin. Una parte de la izquierda europea, sin haber puesto los pies en el gulag, les miraba entonces por encima del hombro porque no eran lo bastante 'socialistas'.

Ahora parece no importar, pero como venían de uno en uno, o de dos en dos cada año, los gobiernos occidentales se los quitaban de las manos. Y ellos, debo decir, quedaban de entrada confusos de tantas atenciones, pero conocerles y tratarles de cerca era hacer un máster acelerado en derechos humanos. La guerra fría simplificaba mucho la visualización del problema, el mundo se dividía en dos, en blanco y negro, pero sobre todo, la frontera entre ambos bloques era estanca, hermética.

Ahora ni el mundo es bipolar, ni la divisoria entre los bloques es estanca, ni sabemos cuántos bloques hay, ahora la conflictividad a escala mundial es como un caleidoscopio del horror. Ahora todo se complica. Para empezar ahora vienen, los que huyen de todo tipo de situaciones que no aguantaríamos ni cinco minutos, por cientos de miles al año (literalmente), y van hacia donde saben que por mucha crisis que haya, hay algo que las televisiones, los medios de comunicación y las redes les muestran a diario: se llama esperanza de sobrevivir. A la vez, la utilidad del arsenal de viejas normas legales para gestionar cosas como las diferencias entre el emigrante y el exiliado se ha esfumado.

Llegan digamos que 3.000 kurdos en unos días, que pueden ser de Siria, Irak o… ¡Turquía! Y, ¿cómo los catalogas? ¿Como emigrantes socioeconómicos? ¿Cómo refugiados políticos? ¿Los devuelves a Turquía? Las normas jurídicas con que afrontamos esta tragedia global, supranacional por definición, en primer lugar son 'nacionales' (de estado-nación), y en segundo lugar son del siglo pasado o anteriores. El desajuste entre derecho necesario y derecho posible, en el supuesto de que haya voluntad política colectiva para abordar el problema de modo humanitario, nunca ha sido tan grande.

Pero las cifras son tozudas, y para empezar a procesar administrativamente la bolsa de refugiados que ahora ya hay en Grecia, sin contar con lo que sigue llegando por todas las otras vías de entrada a Europa, hace falta reclutar unos cuatro o cinco mil especialistas de inmediato, organizar las infraestructuras necesarias, procesar datos, ah, y tan audaz plan calcula que, en suelo griego, se tramitarán los casos de forma individual -legalmente se ha de hacer caso por caso- a razón de dos por minuto. Faltan los intérpretes, la verificación de que los pasaportes que presentan no son falsos y muchas cosas más. ¿Alguien puede decir en serio que los jefes de Estado y de Gobierno no sabían hace una semana que las leyes internacionales prohíben las deportaciones masivas? Tardaron tres días en admitirlo, entre cumbre y cumbre.

Pere Vilanova, Catedrático de Ciencia Política (UB).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *