Cuestiones de democracia e izquierda

No parece descabellado decir que nos dirigimos hacia una era más autoritaria. Constantemente se observan señales en esa dirección, incluso en las sociedades occidentales que la mayoría consideramos democracias consolidadas sin darles más vueltas.

Leyendo la autobiografía de Arthur Koestler, un escritor húngaro que puede ser tratado de gran héroe o gran villano del siglo XX, según los gustos o según la época comunista o anticomunista a la que nos refiramos, uno se topa con algunas citas interesantes a propósito de la democracia. Una alude a cómo vieron los progresistas contemporáneos la irrupción del nazismo en Europa y dice lo siguiente: «Decíamos democracia como rezando, y poco después la nación más grande de Europa votó, mediante métodos perfectamente democráticos, la entrega del poder a sus propios asesinos».

Otro debate puede girar en torno a la dificultosa capacidad de las democracias para superar el nivel de los estados. En su libro Post-Democracy, Colin Crouch considera que la democracia es «un sistema que tiene dificultades para elevarse por encima de los niveles nacionales». En los tiempos que corren, los estrechos niveles nacionales constituyen seguramente el mayor obstáculo para el desarrollo de la democracia, y sin embargo hay corrientes que defienden esos niveles nacionales, tanto por la derecha, lo que parece más natural, como por la izquierda, lo que suscita interrogantes.

Un ejemplo cercano nos servirá de muestra: Euskadi tiene un régimen económico particular muy ventajoso y que objetivamente puede pecar de insolidario. Hace algún tiempo, discutiendo sobre ello, un compañero me dijo que ese régimen no podía tocarse puesto que nunca lo aceptaría el PNV. Pero justamente el PNV es un partido de la derecha nacionalista y es natural que adopte esa posición, mientras que otra cosa muy distinta es ver a partidos de izquierda, y no solo a los socialistas, que no intenten corregirlo. La política de Podemos no debería ser la misma que la del PNV, y sin embargo hay una identificación exacta en este asunto.

Cuando vemos que lo mismo ocurre con la CUP, nos preguntamos si realmente estos partidos son de izquierda o son simplemente una emanación temporal de la derecha nacionalista. La preocupación crece cuando Jordi Pujol pone a David Fernàndez como ejemplo de que la educación funciona en Catalunya. Que un banquero diga que un anticapitalista es un buen ejemplo de que la educación funciona en Catalunya, debería hacernos reflexionar a todos, incluido al propio Fernàndez, para evitar que la CUP se convierta en una especie del PSUC que tuvimos durante la Transición, con la gran desbandada posterior de muchos de sus miembros hacia la derecha nacionalista más recalcitrante.

Volviendo a la democracia, un síntoma de que la democracia liberal no se ha consolidado es la existencia de democracias iliberales o autoritarias que están surgiendo por todas partes. La expresión democracia iliberal la acuñó Fareed Zakaria en un artículo publicado en Foreign Affairs en 1997. Algunos países más o menos exitosos dentro de esa categoría son Rusia, China, Turquía o Pakistán, países que no son propiamente liberales y que incluso se puede cuestionar si son democráticos, aunque celebren elecciones periódicamente. Una característica de las democracias iliberales es que el poder pone en entredicho las funciones de la oposición, y eso también lo estamos viendo en nuestros pagos.

En las Memorias de Arthur Koestler hay otras citas que merecen recordarse. Una de ellas dice: «Venerábamos la voluntad de las masas y su voluntad resultó ser la muerte y la propia destrucción». Naturalmente, Koestler puede referirse aquí tanto a la Alemania de los años 30 como a la Unión Soviética. En ambos casos, las masas respaldaron gustosamente las políticas de unos líderes que extraviaron a la sociedad. En ambos casos, se pretendía lo que ya anunció Leon Trotsky unos años antes: «Nuestra meta es la reconstrucción total del hombre», utopías que estuvieron a punto de acabar con la civilización.

Pero quizá la democracia iliberal sea el menos malo de los regímenes a que pueden aspirar países como los mencionados más arriba. La alternativa puede que no sea la democracia liberal tradicional sino un autoritarismo más agudo. De hecho, es lícito preguntarse si la democracia liberal, que tantos logros ha obtenido en los últimos dos siglos en Occidente, seguirá estando vigente en un futuro próximo. Mi impresión es que no existe una respuesta clara a esa pregunta.

Eugenio García Gascón, periodista.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *