Cuidado con la curva del 20-N

Después de medio siglo, se diría que el final de la violencia en Euskadi fuera a ser cosa de las semanas que median hasta el 20 de noviembre. No digo que en cuestión de días no tengamos sobre la mesa el comunicado final, el del cese de negocio de la organización ETA, como apuntan personas tradicionalmente bien informadas como Xabier Arzalluz. Todos aspiramos a que esa intervención que se rumorea a través de la BBC sea el comunicado y vaya más allá del matiz o la adhesión a la reflexión del colectivo de presos (EPPK). Pero, de momento, la gestión de la expectativa también ha estado en medio de todo el asunto, y quienes la manejan con más acierto, a tenor de los resultados electorales y la opinión pública en Euskadi, pueden manejar también la tentación de administrarla a plazo.

En las últimas semanas se han sucedido noticias de calado. Ekin, la organización responsable del control político del MLNV, heredera de aquella histórica Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS), apaga públicamente las luces de un negocio que llevaba tiempo sin clientes. La sustitución de su actividad política por el vigente proceso de concentración de fuerzas auspiciado por la izquierda aberzale había vaciado de contenido a Ekin. Es un gesto orientado en la dirección correcta, aunque tiene más contenido desde la perspectiva de la propia izquierda aberzale que incidencia en la realidad política vasca o española.

De igual modo, el comunicado de ETA en el que acepta una comisión internacional de control del alto el fuego se ofrece como antesala de un inminente anuncio definitivo de la banda. Demasiados viajes lleva ese cántaro a la fuente. Tantos, que su única función es romperse porque no acarrea ya agua que merezca la pena beber. Que llegue ya ese final definitivo y se abra la fase técnica de control de desarme y el subsiguiente proceso político, sin ETA, que permita acceder al tuétano de eso que se viene en llamar conflicto vasco, que no se acabará con el fin de la violencia, pero que se podrá afrontar con aire mucho más fresco.

La propia existencia de una comisión de verificación suena ya a terreno conocido. A favor de la que encabeza Ram Manikkalingam juega estar desprendida de un lastre que venían arrastrando los mediadores de Brian Currin: no tiene un vínculo de parte. Si a Currin se le reprochó la función de valedor de la izquierda aberzale ante terceros, el caso ahora es diferente. Aunque choque con las dificultades que el momento político -y electoral- impone para que su función sea efectiva. No hay Gobierno saliente ni entrante dispuesto a aceptar su verificación del alto el fuego de ETA. Lo que debería llevar a la organización a cerrar de una vez la persiana y que esa comisión verifique luego su desarme.

En la montaña rusa de la política vasca ha ganado un espacio propio el lendakari Patxi López. Su decálogo por la conciliación no llega a ser un plan de paz porque carece de hoja de ruta, pero ha atraído sobre sí la atención mediática con su declaración a favor de un cambio en la política penitenciaria y por abogar implícitamente por la legalización de Sortu. Lo nuevo de la reflexión de López es que el secretario general del PSE haga suyo un planteamiento que otros lendakaris antes que él ya abanderaron con severo coste político y personal. Pero nada de lo dicho es ajeno a posicionamientos previos del Parlamento vasco ni desconocido por la sociedad vasca. A instancias, eso sí, del PNV.

En este apartado, se sostiene con dificultad la presunción de que el mensaje de López venga a favorecer la orientación del debate en la campaña de Rubalcaba. Lo digo porque es una tesis sostenida mediática y políticamente desde las filas del PP. La insistente defensa numantina de la fórmula policial para tratar el problema vasco ha sido tan cerrada durante tanto tiempo por parte de PSOE y PP que nadie puede creer ahora que una estrategia de mano tendida fuera a ser premiada por el electorado al que aspira movilizar el candidato socialista.

El carril de la reflexión nos ha puesto en la antesala de las elecciones generales y la expectativa de una notable victoria de Mariano Rajoy. En ella se enmarca la oferta del presidente del PNV, Iñigo Urkullu, de dar a un Gobierno de la derecha la misma cobertura que se le ha ofrecido a Rodríguez Zapatero para afrontar el final de ETA. Pese a las críticas que esto le ha acarreado desde la izquierda aberzale, esta es consciente de que, si su futuro tiene que desenvolverse en una mayoría del PP, deberá adaptarse a ella. Aunque su discurso electoral no admita ante su base social el ruego privadamente mantenido en los últimos años para que el PNV medie por su supervivencia política ante populares y socialistas.

En toda montaña rusa, el momento crítico para el descarrilamiento son las curvas. La del 20-N apunta a un giro severo a la derecha. Un subsiguiente endurecimiento policial y judicial conllevaría el riesgo de hacer saltar los raíles de este proceso. Porque aunque una mayoría aplastante de la propia izquierda independentista sepa ya que la violencia es su derrota, quedan ciegos suficientes para enjugar su fracaso en dolor ajeno.

Iñaki González, periodista.

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