Cuidado con los choques energéticos

Nuestra economía depende, como es lógico tras la Revolución Industrial, en un alto grado de la energía de que pueda disponer. Sus fallos originan choques energéticos que de inmediato se trasladan al resto de la economía. Es considerable la magnitud de este fenómeno. Basta para probarlo la relación de seis choques de este tipo, padecidos en España a partir de la I Guerra Mundial, eliminando los provocados por circunstancias bélicas, tanto en nuestra Guerra Civil como en la II Guerra Mundial.

El primero está ligado al carbón, como consecuencia del corte de importaciones de este producto a causa de la huelga de los mineros ingleses, cuando la política británica decidió, a partir de 1918, volver a todas las características –incluidas las salariales– de la preguerra. Basta consultar en «El Sol» las crónicas y artículos que sobre esto escribió ese gran economista que fue el profesor Olariaga, además buen conocedor del mundo británico, para comprender las consecuencias negativas que así se producían en la economía española.

Cuidado con los choques energéticosEl segundo choque importante fue el producido por la llamada «huelga de la Canadiense», nombre popular que recibía la empresa Barcelona Traction, prácticamente la monopolista del suministro eléctrico no solo en Barcelona, sino en la zona más industrial de Cataluña. Un debate en la sección de facturación originó que el anarcosindicalismo declarase una huelga que, literalmente, paralizó buena parte de la vida catalana. Para impedir desórdenes, con sus fusiles con la correa bicolor, se movilizó a los somatenes. Se vio al propio Cambó patrullando y fue preciso que la marina de guerra desembarcase efectivos para, por lo menos, asegurar la seguridad de los depósitos de agua. Este choque fue económico y también político. El general Milans del Bosch llegó a impedir que el gobernador civil designado por el Gobierno, desembarcase en la estación del ferrocarril, devolviéndolo a Madrid. El caos económico fue notable. Entre otras cosas, para resolverlo, el Gobierno decidió aceptar la jornada laboral de ocho horas.

El tercer choque estuvo a punto de producirse, y afortunadamente todo quedó en una angustia grande. El Gobierno de Primo de Rivera había creado el estatal Monopolio de Petróleo, arrendado a una empresa, obligadamente solo con accionistas españoles, la Campsa. Era la respuesta a una reunión en París de la Standard Oil, de la Shell y de Petróleos de Porto Pi del financiero Juan March, para repartirse monopolísticamente el mercado español. Sir Henry Deterding, de la Shell, visitó a Primo de Rivera y a Calvo Sotelo para advertirles que si seguían esa política, no podrían comprar petróleo en adelante en las empresas occidentales. Por eso se concertaron compras con la empresa soviética Nafta. Pero cuando los petroleros, con este cargamento, venían hacia España e hicieron escala en Argel, una acción judicial de la filial francesa de Petróleos de Porto Pi, bloqueó la posibilidad de que estos buques zarpasen. El agobio en España pasó a ser colosal. No se produjo el choque predicho por Deterding porque Primo de Rivera señaló con claridad a París que el mantenimiento de esa situación supondría el cese de la colaboración militar española en la acción conjunta para liquidar la guerra de Marruecos. Inmediatamente se dieron órdenes de París para que los petroleros zarpasen. Y a partir de la Gran Depresión, la Campsa tenía cola de suministradores. La profecía de Deterding de un choque petrolífero, no se cumplió.

El cuarto tiene el nombre de «restricciones eléctricas», generales en los años cuarenta. El golpe fue fortísimo, sobre todo para las regiones industriales, Cataluña en cabeza. Hubo que crear una institución para atender al paro obrero creado. Un dictamen elaborado por Castañeda y Redonet aclaró lo que sucedía. El bloqueo de las tarifas eléctricas, para frenar la inflación, supuso que la escasa capacidad inversora que poseía entonces la economía española, se dirigiese a actividades más rentables. Solo cuando se rectificó esa política disminuyó la escasez, que no se debía, como se decía, a una sequía, sino, como mostraba Castañeda y Redonet, a que la sequía era de capitales a los que interesase el sector.

El quinto choque fue el petrolífero. España, en el periodo 1960-1973, basó parte importante de su colosal desarrollo en la importación de un petróleo muy barato, a 1 dólar barril aproximadamente. Y de pronto, tras el conflicto de Suez, con la acción monopolística de OPEP y OPAEP, la subida colosal del crudo, golpeó con tal fuerza a nuestra economía, en todos los sectores además –dentro, recordémoslo, de una crisis económica internacional–, que al combinarse con el fuerte choque salarial del inicio de la Transición, provocó un auténtico caos que incluso llegó al mundo financiero.

El sexto choque es el originado por el intento de escape de esta situación, siguiendo el modelo francés de fuerte oferta de energía nuclear. La inversión en nuevas centrales se desarrolló por la iniciativa empresarial privada, fundamentalmente. Pero el parón nuclear, decidido por el Gobierno González, creó un golpe colosal, también para el sector público, que hubo de compensar este parón después de que había sido autorizada esa inversión. Aun sigue pesando sobre nuestra economía. Lamentables trabajos, como los de IDEA, no logran levantar la condena que merece esta decisión, científica y económicamente, absurda.

Y ahora experimentamos, además, el choque de la opción a favor de las renovables y el de la mala negociación de Kioto, que nos impone una carga financiera superior a la de otros países que contaminan más en relación con el asunto, por otro lado aun debatido científicamente del cambio climático vinculado a las emisiones de CO2, que ya nada menos que Arrhenius, había indicado como peligrosas.

Plagiando levemente un texto del libro La situación económico financiera de la actividad eléctrica en España 1998-2012 (Unesa, 2013), el estancamiento y la depresión que en diversas ocasiones ha castigado a la economía española, tienen, entre sus causas fundamentales «choques energéticos» porque la energía es «el elemento vertebrador de la actividad económica del país», por lo que se convierte, en los casos mencionados, en «un buen reflejo de la reducción de la actividad industrial y del consumo».

Juan Velarde Fuertes, profesor emérito de la Universidad Complutense.

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