Cuidado con los vecinos

La opinión generalizada la semana pasada sobre si Siria cumpliría el plan de cese el fuego del ex Secretario General de las Naciones Unidas Kofi Annan era la de que dependía de Rusia. Estábamos volviendo a la política de la Guerra Fría, en la que Occidente era reacio a recurrir a la fuerza y Rusia estaba dispuesta a seguir armando y apoyando a su satélite. Así, pues, Rusia tenía la mejor baza: la de elegir la presión que estaba dispuesta a ejercer sobre el Presidente de Siria, Bashar Al Asad, para que cumpliera el plan.

Si esa opinión fuese correcta, no cabe duda de que el Irán tendría una baza igualmente importante. Al fin y al cabo, Annan también visitó Teherán. Parece que la tradicional geopolítica de equilibrio de poder está vivita y coleando.

Pero se trata, en el mejor de los casos, de una opinión parcial que obscurece tanto como revela. En particular, pasa por alto la importancia decisiva y cada vez mayor de la política y las instituciones regionales.

Una solución a largo plazo de la crisis de Siria depende tanto de Turquía y de la Liga Árabe como de los Estados Unidos, Europa y Rusia. Pensemos en las otras cosas que sucedieron la semana pasada: el Gobierno de Turquía dijo con toda claridad que, si el plan de Annan no daba resultados, recurriría a otras medidas.

Los funcionarios turcos llevan meses haciendo proclamaciones similares, pero ahora las tropas sirias han disparado hacia el interior de Turquía para perseguir a rebeldes del Ejército Sirio Libre que habían escapado cruzando la frontera, mientras que el número de refugiados civiles sirios ha experimentado un marcado aumento. La semana pasada, el Primer Ministro, Recep Tayyip Erdoğan elevó la apuesta espectacularmente al decir que tenía “muchas opciones” y añadir: “Además, la OTAN tiene obligaciones en relación con las fronteras de Turquía, conforme al articulo 5”.

El artículo 5 del Tratado de la OTAN establece que un ataque a un miembro de la OTAN debe considerarse un ataque a todos y que todos acudirán en ayuda de él. Naturalmente, otros miembros de la OTAN podrían discrepar de que Siria haya atacado de verdad a Turquía, pero, si este país invocara el artículo 5, la negativa a ofrecer asistencia podría tener consecuencias desagradables para la alianza en conjunto y Asad sabe perfectamente que, a no ser que esté dispuesto a permitir que el Ejército Sirio Libre utilice a Turquía como zona de seguridad, será imposible evitar otros incidentes fronterizos.

La importancia del artículo 5 radica en que, si se puede demostrar de forma creíble que Turquía y sus aliados están actuando en legítima defensa, no tienen que solicitar la aprobación del Consejo de Seguridad de las NN.UU. De ese modo la propuesta de Erdoğan entraña un cambio fundamental que obliga a Asad a afrontar la perspectiva de un zona de seguridad de facto impuesta militarmente para la oposición civil.

El aspecto más profundo al respecto es el de que las organizaciones regionales, incluida la OTAN, constituyen el primer nivel de legalidad y legitimidad necesarias para una utilización lograda de la fuerza. Si la Liga Árabe no hubiera apoyado una zona de prohibición de vuelos y no hubiese estado dispuesta a recurrir a las NN.UU. a ese respecto, los Estados Unidos no habrían apoyado la intervención en Libia.

De hecho, suponiendo que Asad no empiece a demoler ciudades enteras, no me imagino otras circunstancias en las que los EE.UU. apoyarían incluso una intervención limitada en Siria sin la aprobación de la Liga Árabe y de Turquía. Ésa es la razón por la que hemos visto a todos decir “tú primero” respecto de Siria, pues los turcos dicen que necesitan apoyo occidental, los EE.UU. dicen que necesitan apoyo regional y los dos dicen que necesitan apoyo de las NN.UU.

Si dirigimos la atención allende Oriente Medio, África brinda la mejor prueba para una geopolítica basada tanto en las potencias y las instituciones regionales como en las grandes potencias tradicionales. Mientras Annan ha estado haciendo todo lo posible para resolver la crisis de Siria, ha habido levantamientos en Senegal, Malí, Malawi y Guinea Bissau que otras potencias regionales se han apresurado a abordar. En particular, la Unión Africana (UA) ha actuado repetidas veces con miras a aplicar la Carta Africana sobre la Democracia, las Elecciones y la Gestión de los Asuntos Públicos.

En el Senegal, una violencia a punto de estallar acompañó las recientes elecciones en las que se permitió al Presidente Abdoulaye Wade presentarse a un tercer mandato sin precedentes. La primera vuelta obligó a Wade a disputar una segunda vuelta con Macky Sall, momento en que la UA se apresuró a enviar una misión de observación de las elecciones, compuesta por miembros de 18 países africanos, para juzgar si las elecciones fueron legales y los resultados “reflejaron la voluntad del pueblo senegalés”, No podemos estar seguros de qué efecto tuvo la misión en las decisión final de Wade de reconocer su derrota ante Sall, pero saber que la región estaba observando debió de ayudarlo a recapacitar.

La situación en Malí es más complicada, pues entraña un movimiento secesionista en acción, además de un golpe de Estado el 21 de marzo, pero, después de éste, la UA y la Comunidad Económica de los Estados de África Occidental (CEDEAO), respaldadas por las NN.UU., se apresuraron a suspender la pertenencia de Malí a la UA, impusieron sanciones económicas y diplomáticas al país y aplicaron limitaciones a los viajes de los dirigentes del golpe. Poco más de dos semanas después, la CEDEAO anunció que había llegado a un acuerdo con los dirigentes del golpe para devolver el gobierno a los civiles a cambio del levantamiento de las sanciones.

Asimismo, a principios de abril el Presidente de la UA, Jean Ping, se apresuró a condenar en los términos más contundentes un golpe de Estado en Guinea Bissau.

Quienes interpretan todas las iniciativas en el escenario internacional desde el punto de vista de la eterna lucha por el poder y el prestigio nunca carecerán de pruebas al respecto. La forma como se está plasmando en Siria la rivalidad saudí-iraní es un ejemplo destacado de ello, pero el deseo de los países de poner fin a las matanzas en su vecindad o de imponer el cumplimiento de las normas regionales tiene su propia fuerza. Cada vez es más frecuente que, cuando una institución regional se niega a actuar, a las potencias de fuera de la región les resulte difícil intervenir y, cuando una región se une para actuar, la intervención por parte de potencias exteriores resulta menos necesaria o más eficaz.

Anne-Marie Slaughter, a former director of policy planning in the US State Department (2009-2011) and a former dean of the Woodrow Wilson School of Public and International Affairs, is Professor of Politics and International Affairs at Princeton University.

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