Cuidado, saleroso

Por Fernando Savater, catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid (EL PAÍS, 10/06/06):

Quizá la más conocida de todas las citas de Abraham Lincoln sea esa en la que afirma que "se puede engañar a parte de la gente todo el tiempo o a toda la gente parte del tiempo, pero no se puede engañar a toda la gente todo el tiempo". Pese a su venerable retórica, parece algo digno de ser recordado en el actual tira y afloja político a raíz de que ETA declarase su forzoso alto el fuego permanente. Subrayo lo de "forzoso" para que nadie olvide que no se trata de una concesión generosa de la banda, sino de un callejón sin salida al que ha llegado no porque se haya cedido a sus exigencias, sino porque se la ha acorralado -nacional e internacionalmente- sin ceder a ellas. Sin embargo, ETA no se ha disuelto, ni ha entregado las armas, ni ha desaparecido de la noche a la mañana (sus idas y venidas por Francia revelan que sigue activa aunque en suspenso, a la espera de ver qué es lo que le conviene hacer). Es posible que aún siga enviando cartas de extorsión a los empresarios: en cualquier caso, es seguro que nos ha mandado una carta de extorsión colectiva a todos los españoles, a través del Gara y de sus portavoces habituales de Batasuna, con exigencias políticas y territoriales muy claras. Y es el momento de recordar lo que siempre se ha recomendado a quienes recibían esas cartas: que no pagasen, aunque ello implicara correr riesgos. Supongo que tal consejo es válido también para el chantaje colectivo y no sólo para el individual...

Por decirlo suavemente, la actitud del Gobierno en esta tesitura está llena de contradicciones que nos preocupan cada vez más a quienes hemos querido democráticamente confiar en su gestión del asunto. De ahí el recordatorio de la frase de Lincoln citada más arriba. Si de lo que se trata es de que representantes institucionales se reúnan con los jefes de la banda para organizar con ellos el abandono definitivo de las armas, salidas individuales judicialmente aceptables para los terroristas, acercamiento gradual de presos, etc., el asunto puede resultar más o menos vidrioso, pero sin duda merece la pena intentarlo. La "mesa con ETA", por llamarla así, puede despertar preocupación o llamadas a la prudencia, pero no escándalo. Lo que en cambio parece imposible de asumir por instinto de conservación democrático es mezclar esas conversaciones con otras de corte político en las que se involucrarían en un totum revolutun los portavoces del terrorismo, el resto de los partidos nacionalistas y acólitos en busca de réditos por el fin de la violencia (tras haber obtenido tantos antaño de la violencia misma) y los representantes de los partidos constitucionales, es decir, de los ciudadanos que han padecido estos años la coacción terrorista. Y todo ello en una segunda "mesa", "espacio" o lo que sea, situada fuera del Parlamento y de las instituciones, que quedarían así visiblemente suspendidas y entre paréntesis derogatorios como ETA siempre ha pretendido.

Si yo no les comprendo mal -y a estas alturas comprenderles bien no resulta precisamente fácil-, el Gobierno y el PSE dan por buena y necesaria esta segunda mesa, ayer decían que "en ausencia de violencia" y hoy parece que también con violencia, al menos latente y amenazante. Una pregunta cándida pero necesaria y que sin embargo aún no he escuchado: ¿alguien puede facilitar a los ciudadanos un solo argumento a favor de la necesidad o de la oportunidad de tal mesa, aunque haya acabado la violencia terrorista? ¿Es que acaso hay temas que no pueden tratarse en el Parlamento, que es la institución destinada al debate político en democracia? Si los partidos que van a reunirse en ese foro son legales, ¿por qué no van al Parlamento, como han venido haciendo hasta ahora, y marcan los cánones constitucionales? Si algunos no son legales, ¿por qué los demás van a reunirse institucionalmente con ellos, poniéndose a su altura, en lugar de presionarles con su no reconocimiento fáctico para que se legalicen cuanto antes? Se dice que después de la violencia, vendrá la política. ¿Qué política? ¿No se ha hecho política democrática hasta ahora en el País Vasco? ¿No se han sometido a elecciones los candidatos constitucionales amenazados, aun sabiendo que tenían muy limitadas sus posibilidades de expresión política por la violencia terrorista? ¿No han muerto Gregorio Ordóñez, Fernando Buesa y tantos otros por intentar hacer política, contra viento y marea? ¿Resulta ahora que los nacionalistas del PNV y EA, que llevan gobernando, haciendo y deshaciendo a su antojo educativa e informativamente, monopolizando la política en el País Vasco gracias a que los demás están acogotados por ETA, aún necesitan nuevas concesiones del Estado y más manos libres para blindar definitivamente su espuria hegemonía? ¿Hay que concederles alguna compensación ya que en el futuro van a perder la ventaja política que les atribuía la actividad de ETA?

A favor de la segunda mesa de partidos sólo puede haber dos argumentos, aunque nadie se moleste en darlos explícitamente porque son difíciles de sostener en público. El primero es que ya se ha pactado bajo cuerda con los nacionalistas -tanto con los que muerden como con los que de momento llevan el bozal puesto- que habrá semejante concesión política para que ETA opte definitivamente por la jubilación. Será el momento de buscar una fórmula en la que "todos los partidos vascos se sientan cómodos". Ahora bien, no existe una mágica fórmula política según la cual puedan estar simultánea e igualmente cómodos los partidarios de los derechos ciudadanos y los que piensan que los derechos son inherentes a los territorios, los que mantienen que el ser -es decir, la identidad étnica- cuenta más que el estar -o sea, la igualdad constitucional- y quienes opinan lo contrario, los que creen que sólo hay que abrir el estado de derecho por arriba, hacia la unidad europea, y los que desean desguazarlo por abajo, hacia las inacabables y legendarias "realidades nacionales" que vayan proponiéndose. Hay que elegir también aquí, como es preciso elegir entre educación confesional o laica, guerra preventiva o prevención de la guerra, asistencia social justa a quien padece cargas familiares extraordinarias o simple caridad privada, etc. A fin de cuentas, el final político de ETA no puede ser más que el refrendo de la Constitución, es decir, de las normas para la libertad de todos, o el refuerzo del nacionalismo obligatorio y omnicomprensivo que consigue en esta "nueva etapa" más privilegios. O lo uno o lo otro, pero todo a la vez y por igual, desde luego que no.

El segundo argumento a favor de la mesa de partidos (y su paso previo, el entendimiento torticero del PSE con Batasuna) es que sin tal concesión queda bloqueado el "proceso de paz" (¿) y ETA puede volver a las andadas. Ante eso, no podemos sino remitirnos a lo aconsejado en caso de recibir una carta de extorsión: por el bien de todos, resistir y no pagar. ¿Que Batasuna bloquea no sé qué? Pues es problema suyo, porque los que están ilegalizados son ellos y ellos son los que necesitan normalizar su situación para gozar de lícitas ventajas institucionales. O espabilan ahora o tendrán que prolongar su "apartheid" hasta que lo insostenible de su posición les lleve a ceder. Los demás no tenemos prisa. ¿Que ETA se enfada? Y ¿qué va a hacer? ¿Volver al tiro en la nuca y el coche bomba en las circunstancias de la España y de la Europa actuales, que le son tan poco propicias? No cabe duda de que puede hacer sufrir todavía, pero lo que no consiguió antaño con vientos históricos más favorables, menos va a lograrlo ahora. Prolongará nada más la retahíla de sus presos y el sacrificio idealista e ingenuo de jóvenes arrastrados hacia la violencia. Los que tanto les hemos resistido ya, podemos resistirles un poco más todavía. De modo que ellos verán. El alto el fuego permanente es una noticia excelente si lleva a que los militantes dejen ETA y acepten la legalidad; pero sería muy malo si determinase que es la legalidad la que debe reconocer a ETA. Y hay que ser muy bribón o muy obtuso para decir que quienes ponen condiciones a la negociación no quieren la paz. ¿Paz? Los que hemos vivido décadas bajo la paz franquista y hemos padecido su propaganda ya sabemos algo de las ambigüedades de la palabreja... Aprendimos, por ejemplo, que la mayoría no quiere la paz (que si es verdadera se basa en la libertad), sino sólo que les dejen en paz, aunque sea encerrados en un corral.

Sin confianza no suele avanzarse, pero el exceso de confianza puede ser letal. El entrañable Miguel Gila contaba en uno de sus monólogos el caso de un conocido que pereció al cruzar la vía del tren. Sea por apresuramiento o por miopía, en el cartel que avisaba "Paso peligroso" leyó: "Pasa, saleroso". Y claro, le atropelló el expreso. Zapatero, resalao, ponte las gafas y mira bien a derecha e izquierda antes de lanzarte a cambiar de acera...