Culturas en diálogo

El 2008 ha sido designado por el Consejo de Europa, Año Europeo del Diálogo Intercultural. Europa ha sido y es lugar de encuentro entre diferentes culturas, bien por haber sido tradicionalmente territorio de asilo político, bien por las diferentes oleadas de flujos migratorios externos o internos, bien por las fracturas religiosas o bien por la incorporación reciente de los denominados países del Este al proyecto político de la Unión Europea. Pero ha sido también portadora de un etnocentrismo universalista y de un colonialismo cultural, en cuyo nombre se han cometido grandes tropelías históricas.

La actitud que se ha adoptado ante la presencia de los diferentes, ante el otro, ha girado históricamente en torno a tres teorías: las frentistas, las de la indiferencia y las filosofías dialoguistas. Las primeras consideran la relación con el otro en términos de enfrentamiento. La única vía posible sería el choque o la lucha entre culturas o religiones, que solo podría acabar en el aniquilamiento, es decir, la exclusión o eliminación del enemigo. El otro, si no es capaz de asimilarse totalmente al modelo cultural dominante, si no se convierte en semejante, es considerado un extraño o un enemigo a eliminar. Este tipo de teorías consideran que los seres humanos solo pueden tener una identidad única. En el fondo, existe una doctrina de la desconfianza, del odio y del desprecio hacia el que piensa y vive de manera diferente.

Junto a esta postura radicalmente fundamentalista ha existido una actitud menos agresiva, pero no menos conservadora, que sería aquella que practica la indiferencia, el desconocimiento y el aislamiento de los diferentes tras una simbólica muralla de contención o un gueto identitario, a veces incluso bajo el paraguas protector de la multiculturalidad y la tolerancia pasiva del que se supone que está equivocado.

Las tesis dialoguista o de la interculturalidad tienen como punto de partida el respeto a los diferentes, con el objetivo de evitar que se conviertan en antagónicos. Las propuestas del diálogo intercultural surgen como propuestas éticas que tienen la virtud de situarnos en un contexto de transgresión de espacios culturales e identitarios inicialmente cerrados y, en ocasiones, opuestos. Se trata de romper las fronteras espaciales y temporales, en las que frecuentemente están encerradas las culturas y las religiones. Romper las fronteras de las identidades exclusivas, de la dominación cultural y de la exclusión, pero también las del atraso y la desigualdad social y económica en las que están confinadas muchas personas pertenecientes a diferentes culturas, religiones o identidades sociales. Lo que está en juego es la voluntad de compartir y de convivir. En el diálogo intercultural el único enfrentamiento posible sería el de las palabras, enlazadas en una conversación continua. Por ello, se ha de abordar sin rodeos un diálogo acerca de las diferencias normativas de cada cultura, con el objetivo de que la sociedad reflexione sobre la construcción de sus propios universales, para poder integrar a todos en un proyecto común de convivencia.

Dicho objetivo de integración solo se podría alcanzar con políticas de reconocimiento recíproco de la diversidad cultural. Las personas necesitamos ser reconocidas en nuestra propia identidad para evitar sentimientos de inferioridad o de opresión. Este, no lo olvidemos, es uno de los grandes logros de la sociedad democrática: la igualdad en el reconocimiento que conlleva la igualdad en la participación. El reconocimiento recíproco remite a la comprensión de la raíz de los diferentes modelos normativos de cada cultura y sus correspondientes contextos de pertenencia y legitimación. Esto es ciertamente difícil, porque lo primero que surge cuando nos situamos frente a otra cultura probablemente es incomprensión, desconfianza y enfrentamiento, porque, como decía Malinowski, "para poder juzgar, hay que estar allí". El error radica en querer juzgar a los otros, a las otras culturas, con el parámetro de los fundamentos de nuestra propia cultura. Sobre todo cuando se trata de culturas no relacionadas históricamente, resulta problemático entender una tradición con las herramientas de otra sin caer en una postura de superioridad.

La reciprocidad en el reconocimiento facilita, pues, la integración en un proyecto social y político común, especialmente en los supuestos de los actuales flujos migratorios que llegan a los países la Unión Europea. Cuanto más respeten los derechos del diferente y su cultura o religión, más fácil será la integración. Porque no debemos olvidar que el reconocimiento ha de ser bidireccional y la integración, mutua. Finalmente, el reconocimiento recíproco permite e incluso legitima la crítica y la discrepancia. Es decir, el derecho a criticar hábitos y costumbres legítimamente y sobre la base del respeto.

Ahora bien, para que las propuestas éticas y políticas del diálogo intercultural puedan obtener resultados satisfactorios en la UE y en cualquier otra parte del planeta, creo que es imprescindible su vinculación con el desarrollo social, económico, educativo y medioambiental de todos. Si no se consigue erradicar la pobreza y las desigualdades socioeconómicas, cada vez mayores en todos los países del mundo, e integrar a los excluidos del actual sistema económico global, difícilmente tendrán éxito las propuestas de diálogo entre culturas. Quedarán limitadas a lo meramente accesorio, con una importante carga de hipocresía añadida, y perderán su potencialidad transformadora de la realidad y de la historia.

María José Fariñas, profesora de Filosofía del Derecho de la Universidad Carlos III de Madrid.