Cumpleaños real

La víspera de la Epifanía, el día de Reyes, una celebración un tanto difuminada por la secularizada globalización que representa Papá Noel, el rey Juan Carlos I de Borbón celebra su setenta cumpleaños, ya rebasada la treintena ejerciendo la máxima magistratura del entramado constitucional. El aniversario llega como alivio de un año tortuoso.

Percances personales (separación de su hija mayor); protagonismo mediático (reprimenda a Chávez; exigir la unidad de los políticos en la lucha contra ETA); objeto de ataques e insultos (caricaturas groseras de su familia; quema de fotos; demandas de abdicación). Ha sido un año duro para el que la historia de España probablemente reconocerá como el monarca más influyente, a la altura de ilustres antecesores imperiales. La preocupación por el futuro de la monarquía constitucional merece la atención de los ciudadanos, de los expertos en política y de la misma familia real.

Es un hecho incuestionable que a la muerte del general Franco, quien lo nombró como sucesor, prácticamente nadie podía apostar por la supervivencia de Don Juan Carlos. Había accedido al máximo cargo del Estado español con el pecado original de ser producto del régimen dictatorial que atenazó al país durante cuatro décadas desde que, en 1936, se procedió al acoso y derribo de la Segunda República.

Curiosamente, este corto experimento democrático se puso a andar gracias a la renuncia del abuelo de Don Juan Carlos, el rey Alfonso XIII, quien consideró como fracaso personal el triunfo de los partidos de izquierda en las elecciones locales de 1931. Don Alfonso marchó silenciosamente al exilio y en 1938 nació en Roma su nieto, hijo de don Juan, conde de Barcelona, quien había sucedido a sus hermanos en la línea dinástica, por abandono o enfermedad.

Al terminar la contienda fratricida en 1939, consolidada la dictadura franquista, los círculos monárquicos se sintieron atrapados entre la tentación de apoyar al régimen autoritario o apostar por la senda de la democracia liberal. Don Juan, a pesar de que al inicio se ofreció a colaborar con el bando de Franco en la guerra, vislumbró el futuro de la dinastía. Fue humillado cuando el dictador decidía romper la línea sucesoria y señalar a Don Juan Carlos en 1969 como protagonista de un experimento entre la restauración y la instalación de un nuevo régimen inspirado en el franquismo. Pero el hijo de Alfonso XIII, pragmático, aceptó que el adolescente Juan Carlos se educara en España, única manera de que algún día pudiera reinar sin ser considerado como extranjero, hablando una variante del español con acento.

Paradójicamente, en los últimos años del dictador y muy especialmente en el periodo inicial de la reinstauración democrática, las fuerzas ultraconservadoras se mostraron reticentes ante la figura del joven y aparentemente inexperto para rellenar los zapatos del dictador. Curiosamente, fueron los partidos de izquierda (incluido el comunista, reconstruido tras un largo exilio por Santiago Carrillo) los que más apostaron por la monarquía parlamentaria. La consideraban como garantía de la consolidación democrática, que se hizo palpable con el triunfo del Partido Socialista liderado por Felipe González en 1982. Tres años antes, el PSOE se había despojado de la etiqueta marxista y quedaba homologado con el resto de los partidos socialdemócratas europeos. Don Juan Carlos dijo en broma (pero en serio) que a él lo habían «legalizado», como a un partido cualquiera en la clandestinidad.

Con una memoria portentosa, Don Juan Carlos no solamente cumplió con el guión que se había propuesto ya antes de la muerte del dictador (a quien en el fondo le importaba muy poco el futuro de su régimen). Además, supo evitar las tentaciones de establecer una 'corte' y menos un 'consejo de notables', optando por la legalidad constitucional y por seguir las directrices del gobierno libremente elegido. En momentos adecuados (como el 23 de febrero de 1981 con el intento de golpe de Estado), supo recordar que la aceptación del maridaje con los militares sublevados le costó el trono a su abuelo (al haberse plegado al pronunciamiento del general Primo de Rivera) y a su cuñado Constantino de Grecia (que se sometió a las demandas de sus coroneles).

El 70% de los españoles considera positivo el papel de la monarquía. Si Don Juan Carlos renunciara al trono y luego se presentara como candidato a presidente de la República, ganaría contundentemente. Más difícil tarea va a tener su hijo, Don Felipe: la mayoría de los españoles son 'monárquicos juancarlistas'. Con la futura reina Letizia, se va a tener que ganar el puesto como su padre. Sabe que cometiendo una fracción de los errores de la familia real británica, la monarquía sería abolida. El apoyo popular es personal y condicionado.

Feliz cumpleaños, Don Juan Carlos; y suerte, mucha suerte, Don Felipe.

Joaquín Roy