El Juzgado de lo Penal número 2 de Tarragona ha condenado a un año de cárcel a Benbrahim, imán de Cunit (Baix Penedès) , y a nueve meses a Abderramán el Osri, presidente de la asociación Casa Islámica de Cunit, por «coacciones graves» a Fátima Ghailan, mediadora cultural del consistorio. La sentencia incluye una orden de alejamiento y la prohibición de comunicarse con la mediadora durante dos años. Hasta aquí, todo parece razonable. A partir de aquí, todo son desaciertos. Osri ha dicho que no ve necesario dejar de liderar la comunidad musulmana del municipio y cierra el tema diciendo: «Es cosa de nuestra comunidad». Por su parte, Judith Alberich, alcaldesa del consistorio, afirma que se trata de un conflicto privado. Pues bien, a mi entender no es ni una cosa ni otra.
No es cosa de una comunidad. La afirmación del señor Osri esconde algo mafioso, caciquil, y, por supuesto, está lejos de ser la afirmación de alguien a quien le importe la democracia. De hecho, antes de que estallase el conflicto que ahora se ha juzgado un informe del ayuntamiento ya describía la comunidad que preside Osri como una asociación unipersonal, centrada en su persona. De ningún modo el señor Osri se puede sentir con el derecho de representar a toda la comunidad musulmana de Cunit. A lo sumo es el representante de un grupúsculo de gente que tiene una visión intransigente del islam. Fátima también es musulmana y no parece encajar bien en esta comunidad. Como ha quedado demostrado, los condenados se creen con el derecho de decidir quién es y quién no es un buen musulmán.
No es tampoco un conflicto privado. Esta afirmación me recuerda lo que antes pasaba con el maltrato a las mujeres. Nadie movía un dedo porque era un conflicto privado, un asunto doméstico. Han hecho falta muchas campañas de sensibilización social para que penetrase en el imaginario social que el maltrato a las mujeres es cosa de todos. Esta manera de entender una agresión no hace más que dejar solas a las víctimas e incrementar su sensación de indefensión. Y, al mismo tiempo, no anima a la denuncia a personas que pueden tener problemas similares.
Por su parte, la Comisión Islámica, órgano representativo del islam ante el Gobierno español, ha optado por una neutralidad más que indignante. «No pediremos a los musulmanes de Cunit que cambien de líderes», ha afirmado su secretario general, Riad Tatary. Mimon Jalich, secretario de la Unió de Centres Islàmics de Catalunya, ha sido uno de los pocos representantes de una parte de la comunidad musulmana que han dicho claramente que por el prestigio del islam habría que expulsar a los condenados de la asociación.
Escribo este artículo porque no me resigno a que se acepte con tanta naturalidad que este es un asunto de una comunidad. Precisamente es esta visión comunitarista de la sociedad la que no podemos permitirnos en una sociedad cada vez más mestiza, identitariamente rica y plural. Farhad Dalal, psicoanalista inglés, originario de la India y experto en dinámicas grupales y en conducción de grupos, dice que las culturas (y, a mi entender, también se pueden incluir las religiones) no son esas entidades unitarias y homogéneas que se nos quiere hacer creer. Están repletas de opiniones diversas y de conflictos. Lo mismo ocurre con los individuos. No puede haber una pertenencia auténtica. No es posible que exista una proclamación de pertenencia estricta que no pueda ser discutida.
Fátima Ghailan sufrió coacciones y asedio de personas que creen que solo se puede ser musulmán de la forma que ellas lo entienden. El fanatismo es contrario a esta idea plural de la identidad, de las culturas y de las religiones.
Y, en cambio, solo esta visión plural y compleja del individuo y de las culturas -que por otra parte defienden muchos más intelectuales, entre los que destacaría a TzevetanTodorov, Kwame Anthony Aappiah, Amin Maalouf, Abdelwahab Meddeb, Edward Said, Wole Soyinka, Amartya Sen y un largo etcétera- nos puede ayudar a no fragmentar nuestra sociedad en comunidades cerradas en ellas mismas que se ignoran o, aún peor, luchan para imponerse.
De ninguna manera una coacción o cualquier otro tipo de abuso se puede despachar como un asunto privado o como un asunto que incumba solo a una comunidad. Fátima Ghailan ha demostrado ser una mujer que tiene integradas perfectamente todas sus pertenencias en su identidad. Es musulmana, originaria de Marruecos, catalana y mujer libre. Y es perfectamente libre de decidir cómo vestir, cómo educar a sus hijos y con quién relacionarse.
Este es un caso importante porque nos muestra con claridad que la comunidad musulmana, como todas las comunidades, no es una. Y es muy posible que conflictos como este vuelvan a surgir porque, desgraciadamente, no son pocos los líderes religiosos que tratan de imponer su visión del islam en lugar de aceptar la complejidad de la comunidad a la que representan.
Said El Kadaoui Moussaoui, psicólogo.