¿Cuotas lingüísticas?

Las plataformas de contenido se están convirtiendo en blanco de las iras de todo tipo de ofendidos e indignados por lo que en ellas se dice o el modo en que se dice. Recientemente, se ha conocido la demanda que contra Netflix ha presentado la ajedrecista rusa Gaprindashvili por considerar sexista y denigrante una de las frases pronunciadas en la serie Gambito de dama. En su momento, desde España se exigió a Netflix modificar el subtitulado de la película Roma, del mexicano González Iñárritu, para ajustarlo estrictamente al español de la versión original. Asimismo, el Gobierno de Cataluña ha reclamado que la nueva Ley General de Comunicación Audiovisual obligue a los prestadores de servicios televisivos a incluir cuotas mínimas de producciones en las lenguas cooficiales de España.

Las denuncias y reivindicaciones sobrevuelan las etéreas redes sociales amenazando con aterrizar sobre cualquier afirmación, expresión o manifestación lingüística que se considere sospechosa, perjudicial o inadecuada. En materia de lengua, no obstante, pueden distinguirse las cuestiones de contenido de las de forma, y las que afectan a la modalidad de emisión, de las relativas a las lenguas de los productos audiovisuales. Así, en cuanto a los contenidos emitidos a través de las plataformas, cabría preguntarse dónde comienza la responsabilidad del proveedor de servicios y dónde termina la de los autores y guionistas. Si por su contenido fuera, los editores e impresores de la obra de Francisco de Quevedo serían hoy condenados por mil delitos de odio.

Los asuntos referidos a las modalidades y a las lenguas de emisión son tal vez menos llamativos para el gran público, pero no menos relevantes. Las plataformas televisivas presentan un menú para elegir el idioma del audio y del subtitulado de cada producto, y esto nos lleva a una primera constatación: que la tecnología permite emitir cualquier película, serie o documental en cualquier lengua, tanto en su oralidad como en los subtítulos. De este modo, no hay impedimento técnico para que una producción catalana pueda verse, oírse o leerse en alemán –o en su versión original– ni para que cualquier producción alemana pueda seguirse en su versión original o en italiano.

La controversia sobre doblajes o versiones originales ha quedado obsoleta, para bien del gremio de la traducción, siempre tan maltratado. Bien cierto es que la obra audiovisual en versión original es una vía directa para acceder a una particular visión del mundo y a unos valores culturales inherentes. Pero las versiones originales no tienen por qué implicar la desaparición ni de las versiones dobladas ni de los subtítulos, tanto en las lenguas originales como en las de los receptores. La tecnología ha abierto las puertas a la elección de los consumidores, según sus necesidades, que pueden venir marcadas por las limitaciones de visión o audición, por el aprendizaje de idiomas o por el simple gusto personal.

La segunda constatación que se desprende del menú digital de las plataformas es que estas no ofrecen todos sus productos en todas las lenguas, ni en el audio ni en el subtitulado, sino en aquellas que supuestamente interesan al mercado concreto al que se dirigen, dado que la oferta audiovisual de HBO, Netflix o Amazon no es única ni universal. Es en esta selección donde se entrecruzan las razones comerciales con las políticas y las culturales. Aun así, la sociedad está en deuda con los proveedores de servicios de comunicación porque están permitiendo a todos sus abonados el acceso a versiones originales, en distintas lenguas… ¡y en diferentes variedades dialectales! En España, este hecho es especialmente significativo por la larga tradición de doblaje que ha caracterizado a nuestro cine. Tal tradición no solo ha negado el conocimiento de la voz real de los grandes mitos del cine internacional, sino la posibilidad de ofrecer a la ciudadanía una mejor formación en la diversidad y el plurilingüismo, corrigiendo la falsa imagen de homogeneidad según la cual personajes del mundo entero y de perfiles geográficos y sociales completamente dispares se expresan en un único idioma y con unos mismos registros sonoros.

Sin embargo, aún queda la responsabilidad de decidir los idiomas que han de integrar la oferta televisiva. A este respecto sería conveniente un diálogo entre las empresas y los agentes culturales y educativos, con el fin de remediar la ausencia de algún idioma relevante para el conjunto de la comunidad receptora. Recordemos: la tecnología lo permite; además, los costes que supondría son de punto asumibles. Por eso el diálogo viene a ser más decisivo que la imposición de cuotas lingüísticas. Para un gallegohablante, puede ser importante oír o leer en gallego el cine de Galicia, pero también el cine de Francia o de Suecia. Las plataformas están en condiciones de ofrecer la posibilidad de que cada persona decida si quiere hacerlo en gallego, en inglés, en español o en versión original. Si para alcanzar tal realidad es necesaria una inversión, el gasto merecerá la pena; mucho más que otros presupuestos dilapidados en fastos absurdos o en campañas de propaganda política que en nada mejoran la vida de la gente. En todo caso, no sería una cuestión de cuotas por lenguas, resuelta por la tecnología, sino de cuotas que den visibilidad a las producciones de distinta procedencia geográfica o sociocultural.

Las cuestiones lingüísticas no son asunto menor en materia audiovisual. Los medios de comunicación son instrumentos de la política lingüística de los Estados, por lo que sus actuaciones no son inocuas. Por esta razón, las plataformas televisivas tienen mucho que mejorar en lo que se refiere a su oferta lingüística y al modo de presentarla, aunque ello no ensombrece unos avances de los que todos nos beneficiamos: empresarios, técnicos, creadores, productores, traductores y espectadores. Bastaría con conjugar adecuadamente los intereses comerciales particulares con las necesidades culturales y educativas de cada país para que los proveedores quedaran satisfechos en su negocio y los ciudadanos, en las expectativas marcadas por su pluralidad.

Francisco Moreno Fernández es profesor Humboldt de la Universidad de Heidelberg y catedrático de la Universidad de Alcalá.

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