Curas milagrosas y gente magnética: las noticias falsas de Brasil son bastante extrañas

La hidroxicloroquina no tiene efectividad contra la COVID-19. No. Definitivamente no. Pero los brasileños todavía no están seguros. Después de todo, apenas hace unos días el primo de un amigo reenvió por WhatsApp una noticia que afirmaba que las camas de cuidados intensivos en la ciudad de Miracatu están vacías porque el alcalde adoptó el “tratamiento preventivo” contra la COVID-19 del presidente Jair Bolsonaro: hidroxicloroquina, ivermectina y azitromicina. Bueno, en Miracatu no hay ningún hospital. Pero, de todos modos: ¿cómo podemos estar seguros?

Esta es solo una de las decenas de noticias falsas sobre los tratamientos para la COVID-19 que circulan en las redes sociales, incluido uno que aboga por la hidroxicloroquina “nebulizada”, la nueva obsesión de Bolsonaro. Trascurrido más de un año de la pandemia, las afirmaciones falsas todavía se multiplican. ¿Es cierto que los cubrebocas reducen el flujo de oxígeno a los pulmones y pueden provocar cáncer? ¿El coronavirus es un arma biológica creada por China? ¿Qué hay sobre el involucramiento de Bill Gates, Mark Zuckerberg y George Soros? (Los verificadores de datos han estado muy ocupados).

Miracle Cures and Magnetic People. Brazil’s Fake News Is Utterly Bizarre
Illustration by The New York Times; Photographs via Getty/NIH

Incluso ahora, después de la muerte de medio millón de ciudadanos, los brasileños difunden afirmaciones delirantes de que los hospitales están vacíos y se entierra viva a la gente para inflar las estadísticas del coronavirus. El año pasado, cuando se disparaban las muertes diarias, abundaban las historias sobre ataúdes vacíos y entierros simulados. Es casi como si los brasileños no pudieran (o no quisieran) aceptar que las cosas pueden estar en verdad tan mal y se refugiaran en la paranoia, la sospecha y la conspiración. En esto, por supuesto, tienen un guía: Bolsonaro ha buscado difundir mala fe y desinformación en cada oportunidad.

Tal vez esto les resulte familiar. Después de todo, ¿no son las noticias falsas y la negación de la COVID-19 problemas globales? Pero Brasil tiene algo especial. Un grupo interdisciplinario de investigadores brasileños descubrió que este país no solo es uno de los que más afirmaciones falsas tienen en el mundo —solo en India y Estados Unidos hay más—, sino que, además, en Brasil la desinformación está bastante aislada de la de otros países. Los investigadores concluyen que esto podría ser “una prueba fehaciente de que el país se está distanciando del debate científico actual”.

Parece bastante acertado. En Brasil, algunas falsedades han estado por encima del sentido común y no hay nada que podamos hacer al respecto. Por ejemplo, cada vez que vas a un supermercado, una tienda o incluso a un consultorio, alguien te mide la temperatura con un termómetro para la frente, pero lo apunta a la muñeca. Esto se debe a triunfo aplastante de una noticia falsa que afirmaba que los termómetros infrarrojos pueden dañar la glándula pineal del cerebro.

Si esa es la política oficial, imagínense lo que ocurre en casa. Al principio de la pandemia, mi padre compartió con timidez un video (acompañado de un “me pregunto si será verdad”) en el que se afirmaba que el vinagre detenía mejor el virus que el desinfectante de manos (pensé que, al menos, el olor delataría a los negacionistas). Otro pariente le tenía mucha fe a hacer gárgaras con agua con sal después de asistir a eventos sociales porque supuestamente evita que el virus se aloje en la boca y luego baje a los pulmones. Algunos brasileños se preguntaban si el coronavirus podía tratarse con aspirinas. Otros se negaban uno de los grandes placeres de la vida: evitaban reventar las burbujas del plástico de embalaje proveniente de China, con el argumento de que hacerlo liberaría aire cargado de virus.

Como era de esperarse, en los últimos meses ha proliferado la desinformación sobre las vacunas: al parecer, las vacunas pueden causar diez tipos de cáncer, infertilidad, enfermedades autoinmunes, pensamientos suicidas, ataques cardíacos, reacciones alérgicas, ceguera y “homosexualidad”. Pueden alterar nuestro código genético. Vienen con un microchip (o nanobots) para recabar datos biométricos. Y suelen fabricarse con células de fetos abortados.

Personalmente, me encanta la afirmación de que las personas que han completado su cuadro de vacunación pueden conectarse a las redes wifi o sincronizarse con dispositivos Bluetooth, o que las vacunas vuelven magnética a la gente. (¿La evidencia? Videos de gente que se pega monedas a los brazos). De hecho, la palabra “COVID” podría ser un acrónimo de Certificado Internacional de Vacunación con Inteligencia Artificial (no funciona en ningún idioma).

“Es como elegir desde qué lado de la Tierra plana vamos a saltar al vacío”, señaló Luana Araújo, especialista en enfermedades infecciosas, durante la investigación parlamentaria sobre el manejo de la pandemia por parte del gobierno. Con esa frase podría haber descrito cualquiera de nuestras múltiples creencias extrañas. Pero se refería a la persistente promoción que realiza nuestro gobierno de fármacos ineficaces para prevenir o curar la COVID-19. Y ese es el meollo del asunto: cuando el propio presidente, con la ayuda del aparato estatal, comparte información falsa sobre la pandemia de manera sistemática, en realidad no se puede esperar que la gente dude cuando se le dice que el té de boldo puede curar la COVID-19 en tres horas.

A falta de una campaña de información pública sobre el virus —Bolsonaro declaró hace poco que no se necesita, porque “todo mundo sabe qué está ocurriendo”—, muchos brasileños se ven obligados a confiar en la información parcial disponible en las plataformas de las redes sociales. Esto da un enorme poder a quienes diseminan noticias falsas.

Por ejemplo, escucho con frecuencia que las vacunas y la hidroxicloroquina son en esencia lo mismo porque ni las primeras ni la segunda han sido probadas científicamente. Hasta Bolsonaro lo ha dicho varias veces. Por supuesto, dicha aseveración es falsa, pero el engaño funciona. Una investigación reciente reveló que, siguiendo el ejemplo de su presidente, cuya respuesta a la prueba positiva fue recurrir a la hidroxicloroquina, casi uno de cada cuatro brasileños ha tomado algún medicamento “como tratamiento preventivo” para la COVID-19. En comparación, solo el trece por ciento de los brasileños han completado su cuadro de vacunación.

Sin embargo, el poder de sugestión de Bolsonaro tiene sus límites. Puede que sea capaz de hacer que la gente crea en una cura milagrosa o en el plástico burbuja asesino. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, hay un hecho que no puede borrar: el virus ha cobrado la vida de más de 520.000 brasileños.

Vanessa Barbara es editora del sitio web literario A Hortaliça, autora de dos novelas y dos libros de no ficción en portugués, y colaboradora de Opinión.

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