Curva en el túnel

Comienza un curso que no es como los demás. Hemos pasado agosto con un ojo medio pegado y el otro observando las cosas que pasaban con cierta displicencia, propia de los azucarados rigores estivales. Los debates y pactos sobre el futuro del euro. La agonía del maldito régimen libio. El hambre en el Cuerno de África. El huracán Irene, menos devastador de lo que se pronosticaba. En primer plano, los políticos, que han tratado de llamar la atención sin que, hasta ahora, hayan logrado el efecto deseado con sus aspavientos.

Todo esto se ha acabado. No empieza un curso, sino una época. En el mundo, en Europa, en España y de rebote en Catalunya. Del mundo ya hablaremos, que es muy ancho. Sobre Europa, no hay que añadir gran cosa a lo que ya sabíamos, sino que el nuevo pacto de solidaridad interna empieza por asegurar la disciplina de los que hasta ahora han pensado que vivían en el continente de Jauja. Esto afecta a España, y de qué manera. Para Alemania, Francia y el resto de los nórdicos y los grandes, quizá no habrá un antes y un después del temporal del euro, sacudido por los mercados. Para nosotros, sí. El después, lo que vendrá, será muy diferente no del antes, los años de crecimiento sostenido que parecieron milagrosos, sino del mientras tanto, que es la situación actual.

España entró en el túnel de la crisis con un engaño colectivo, encabezado por el presidente Zapatero, pero del que muchos participaron. El túnel, ahora sabemos que lo era, y larguísimo, fue tomado por un bache. La reactivación rápida parecía posible con las medidas tradicionales de estímulo, aún más porque Rato y Solbes cumplieron los deberes del déficit. Había reservas. Pero se esfumaron en cuatro días, con las desgraciadas consecuencias de todos conocidas. Suponiendo que no se hunda el euro, los factores específicos españoles de la crisis quedarán atrás. Todos atrás menos uno que, por desgracia, es el más difícil de resolver. Se trata del modelo de crecimiento. Llega más turismo y gasta más. Las exportaciones salen a buen ritmo. Pero el ladrillo está parado y nunca más volverá a ser lo que era, ni conviene. Para volver a una nueva primavera económica, para salir del túnel de verdad, es imprescindible invertir en economía productiva y en nueva economía.

Esto, España no lo sabe hacer. No ha sabido nunca. No interesa. No está preparada ni siquiera para establecer el diagnóstico. Los socialistas, que lo podrían reconocer, se niegan a admitir la inmensidad de sus errores. Los populares creen que todo se arreglará si mandan ellos y disponen de cuatro técnicos solventes para los asuntos más serios. El crédito de los socialistas en cuanto a fórmulas para mejorar la economía se encuentra muy por debajo de cero. El de los populares, aunque inexistente, gana por contraste. Para muchos, es como una purga que hay que tomar, no porque se confíe en ella, sino porque no queda nada más en el armario de las medicinas. Zapatero no lo puede ver porque debería horrorizarse ante el espejo. Rubalcaba se equivoca al querer ocultar la magnitud del desastre socialista.

Por ello parece adecuada la metáfora de la curva en el túnel. La luz al final no se ve, ni se verá en los próximos años, pero el túnel traza una curva. El giro a la derecha es inexorable, y va para largo. Rajoy ha aprendido a no dar pasos en falso como Aznar y Zapatero. No prometerá el oro y el moro y se dedicará al terciopelo. Obtenga o no la mayoría absoluta en la primera ocasión, se consolidará a base de evitar errores. Solo necesitará aprovechar el descrédito de la izquierda y poco más.

No nos encontramos, pues, en la perspectiva de la alternancia, sino del cambio de época. Así como Felipe González marcó el rumbo de la democracia española sirviéndose del descrédito de la derecha, manchada de franquismo, Rajoy llevará a España por el surco de Aznar, pero con una prudencia y una paciencia tan sólidas como la propia determinación para hacer de España un país fiel a su historia. Justo lo contrario de la obstinación enfermiza que llevó a Aznar a la perdición y abrió el paréntesis de Zapatero que ahora está a punto de cerrarse sin el más mínimo atisbo de gloria. La izquierda española ha lanzado miserablemente por la borda una oportunidad de oro. Tardará en tener otra. Incluso es posible que ella misma se haya echado de cabeza al mar.

Sin salir del túnel, España está ahora a punto de dar un giro importante. Tiempo de duelo por todos aquellos que rechazan la España eterna. Crespón negro para los que han creído o aún querrían creer en la otra España. En relación no ya con la crisis, sino con el mundo y la modernidad, la España eterna ha transitado siempre por un túnel. Ahora se ha metido por el agujero de la crisis y se adentra en él con el regreso triunfal del aznarismo. Rajoy pondrá sordina, pero ya se empiezan a sentir las estridencias. ¿Qué se puede hacer? Cualquier cosa menos bajar la cabeza. La realidad es la que es, no siempre, y menos ahora, la que se desea. Pero esto no es motivo para dejar de quererla cambiar.

Por Xavier Bru de Sala, escritor.

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