Daños colaterales del Estatut

Por Antonio Franco. Director de EL PERIÓDICO DE CATALUNYA (EL PERIÓDICO, 23/01/06):

Tenemos pacto para el Estatut. Habrá Estatut. Posiblemente será un buen Estatut. Hay muchos indicios de que será el Estatut que necesita Catalunya para afrontar su futuro con más medios materiales y más autogobierno, dentro de la lealtad y la solidaridad con España. Pero los daños colaterales causados y sufridos en su difícil elaboración crean un escenario poco triunfal. Quizá por eso, el entusiasmo popular es perfectamente descriptible. Tenemos pacto para el Estatut pero queda mucho trecho y mucho trabajo para conseguirlo. Primero, acabar de reelaborarlo a gusto de todos los que respaldan el acuerdo que acaba de conseguirse. Luego vendrá la tramitación en el Congreso, obtener la aquiescencia del Tribunal Constitucional y revalidarlo en Catalunya. En todo ese recorrido nos acompañará la segura hostilidad de los adversarios políticos directos de José Luis Rodríguez Zapatero, pero también la de los que recelan de Catalunya y la de quienes no quieren o temen un equilibrio interno español políticamente más descentralizado que el que ha regido hasta ahora. EL MUCHO trabajo que deben hacer los políticos a partir de ahora para culminar formalmente la elaboración y la aprobación del Estatut, será una tarea menor si la comparamos con la que hay que hacer a partir de ahora, tanto en el ámbito político como en el social, para cauterizar, en la medida de lo posible, en Catalunya y en el resto de España, las heridas y los desgastes abiertos en los dos últimos años. En Catalunya lo más urgente es recuperar la ilusión colectiva. Gran parte de la opinión pública está cansada y desmotivada por todo lo que ha visto y oído en la tramitación. Además de disconformidad con la excesiva estatutitis de esta legislatura, hay una palpable decepción por el partidismo de los políticos y por la situación general que se ha creado. Con los matices subjetivos que comporta la ideología de cada uno, predomina la impresión de que los que gobiernan están flojos en eso, en gobernación, en capacidad de llevar las riendas. Y eso se atribuye a la falta de cohesión entre los tres partidos que dirigen la Generalitat, a una carencia de verdadera lealtad interna entre ellos, a la excesiva distancia que hay entre los planteamientos del PSC y de Esquerra, y a un déficit de liderazgo real --creado por la diabólica matemática de los escaños del Parlament, pero ayudado por la manera personal de ser de Pasqual Maragall- - en la presidencia de la Generalitat.

CREO QUE para la mayoría de la calle tampoco resulta satisfactoria la actuación de la oposición. La radicalización de Convergència al exigir un Estatut de máximos después de haber estado callada sobre este tema durante las dos décadas largas que ha gobernado, o sus exigencias sobre la futura financiación tras haber tragado ella, a cambio de gobernar tranquila, los pésimos pactos económicos que han acabado poniendo a Catalunya al borde del abismo, no engañan a nadie: CiU antepone frecuentemente sus intereses partidistas a los generales. Por lo que respecta al PP catalán, lo menos que se puede decir es que, gestos simbólicos aparte, ha estado esencialmente callado, como si no fuese con él, durante la agresión anticatalana más significativa que se ha vivido desde la muerte de Franco. De cara a España, ahora los catalanes hemos de conseguir restablecer la confianza deteriorada. Costará mucho superar el hondo recelo rebrotado incluso entre quienes no son específicamente anticatalanes. Por supuesto que eso también es tarea de ellos. Pero ha sido descorazonador ver cómo subjetividades y apriorismos que se creían en buena medida superados, no sólo estaban ahí, latentes, sino que han rebrotado con relativa facilidad en cuanto alguien se ha tomado la molestia de azuzarlos. Muchos errores catalanes han facilitado ese hostigamiento, y de forma especial la desbocada política declarativa de Esquerra y Convergència. Pero sería injusto no decir que la locuacidad irresponsable de muchos dirigentes del PP y del PSOE, así como de los altavoces mediáticos del centralismo rancio y del anticatalanismo visceral, ha estado cuanto menos a su altura. Negociar el Estatut ha roto, por otra parte, otros equilibrios sensibles. El protagonismo de Artur Mas, en sus dos reuniones cara a cara con Zapatero, tanto al final de la fase catalana de la negociación como en la que acabamos de vivir ahora, puede convertirse en una bomba de relojería para el PSC y Esquerra dentro de Catalunya. Asimismo es un órdago significativo para el president Maragall. Convergència ha logrado recuperar y proyectar, desde la oposición, con relativa facilidad, la centralidad política de la que le desplazó el pacto que configuró al tripartit.

HAY ALGO DE virtual y poco real en ese protagonismo de Convergència y Mas. No existiría la menor posibilidad de un nuevo Estatut como el que se está acordando si el PSC no tuviese su actual fuerza, tanto en Catalunya como dentro del PSOE. Tampoco, si no estuviese el socialista Zapatero gobernando en Madrid. En la misma línea, posiblemente no habría la menor posibilidad de un Estatut con avances tan sensibles si tras las últimas elecciones catalanas no se hubiese producido el entendimiento entre el PSC y Esquerra, fundamentalmente entre José Montilla, Josep Lluís Carod-Rovira y Joan Puigcercós, y si luego ese pacto no se hubiese redondeado con Joan Saura e Iniciativa. Por otra parte, más allá del trabajo de todos los ponentes y los negociadores, el verdadero eje del acuerdo final lo han establecido Pedro Solbes y Antoni Castells al acercar laboriosamente y con juego limpio sus posiciones, aceptándose los argumentos efectivamente racionales.

PESE A ELLO, la política catalana, y quizá también, más adelante la española, pueden quedar predeterminadas por la entrevista de Zapatero y Mas. En realidad, el verdadero papel de Mas y Convergència ha sido administrar con acierto y en todas direcciones presión a partir del momento que detectaron que los demás protagonistas tenían necesidad moral de que ellos estuviesen en el pacto. Josep Antoni Duran Lleida, por ejemplo, ha puesto inteligencia y trabajo en la tarea de acercar posiciones, pero al final han sido las actitudes de los demás --las excesivas ganas socialistas de que hubiese Estatut después de todo el desbarajuste que se ha creado, y los complejos de ERC para no parecer en ningún caso que es menos nacionalista que CiU-- las que le han dado la aureola de victoria moral a los sucesores de Jordi Pujol a pesar de que el éxito del Estatut, si acaba siéndolo, en realidad tiene muchas otras claves.