Vengo de una familia que no habla mucho sobre los sentimientos. Casi siempre nos limitamos a los chistes, el sarcasmo y los deportes. Mientras crecía, quizás el mayor pecado (así lo veíamos) era ser solemnes y francos. Así que todos nos sorprendimos cuando un Día de Acción de Gracias, de la nada, nuestros papás anunciaron que empezarían un nuevo ritual para ese evento. Las 20 o 30 personas que estábamos ahí reunidas para la comida teníamos que compartir algo de lo que estuviéramos agradecidos.
Con los años, esta práctica tomó las propiedades repetitivas que tienen todas las ceremonias. Algunas personas expresaron gratitud por su salud, o por los amigos y la familia. Cada año, mi tío abuelo daba las gracias por ser demócrata, y nuestro amigo Art se ponía estratégicamente a su lado en el círculo que formábamos para decir que él estaba agradecido por “inhabilitar su voto”, y todos se reían. Mi cuñado, quien es introvertido, bromeaba con mis padres sobre el horror del temido “círculo de agradecimiento”.
Pero el temido círculo se convirtió en parte de la razón por la que el Día de Acción de Gracias es mi celebración favorita. Es un día que enfatiza la necesidad de agradecer.

Al menos, es eso es lo que ese día puede ser en el mejor de los casos. Kisha James, de la tribu Wampanoag en Aquinnah, en Nueva Inglaterra, dijo el año pasado en la estación de radio pública de Boston WBUR que ella no se oponía a las reuniones de Acción de Gracias, sino que rechazaba la mitología falsa que rodea a la celebración.
“Trata de separar tus fiestas de Acción de Gracias de la mitología de Acción de Gracias”, sugirió, “así que no más peregrinos e indios, no le describas a tus hijos el primer Día de Acción de Gracias como una especie de comida amistosa, como nos enseñaron en la escuela”. No necesitamos el mito de origen que oculta la opresión violenta a las comunidades nativas, pero sin duda, como cultura, necesitamos la práctica de agradecer.
Practicar la gratitud es fundamental para casi todas las tradiciones religiosas y espirituales. Y todos tenemos mucho qué agradecer. Tenemos el asombroso privilegio de vivir en este planeta que está diseñado de manera singular para que los humanos puedan nacer, respirar, crecer, trabajar, cultivar y crear. Tenemos cuerpos que conocen el placer de comer fresas, guacamole y las palomitas con mantequilla. Escuchamos risas y olemos el vapor caliente del café.
Ejercer la gratitud nos enseña, como lo expresó la teóloga Christine D. Pohl, “el obsequio de nuestra existencia total”. Esta actitud de apertura —vivir como alguien que es beneficiaria agradecida de los regalos que recibimos— es el camino a la alegría, porque nos recuerda que no tenemos que ser los creadores y cuidadores de nuestra vida. La gratitud es la manera en la que abrazamos la belleza sin apretarla con tanta fuerza que la estrangulemos.
Ver la vida como un regalo implica reconocer que no podemos —y de verdad que no podemos— mantener nuestro mundo funcionando solo por nuestro esfuerzo, voluntad y fuerza. La mayoría de las mejores cosas de la vida solo se pueden recibir y conservar si mantenemos las manos abiertas. Al igual que la historia de los israelitas que recibieron maná de Dios en el desierto, recibimos lo que necesitamos por pura suerte, pero el maná no se puede acaparar, no podemos aferrarnos a él. En cambio, entender nuestra existencia como un obsequio nos permite ver que, aunque nuestra capacidad para controlar el mundo es limitada, se nos da lo que necesitamos, todos los días.
Quizás tu Día de Acción de Gracias sea ideal, repleto de comida abundante, en compañía de tu familia, amigos conviviendo entre risas. O tal vez quemarás el pavo, quizás apenas te las arregles, tal vez te sientas solo o herida por tu familia y amigos. Aún así, hay regalos ordinarios y agradecimientos que dejamos pasar pero que están ahí cada día.
“Incluso en estas humildes bellezas”, dice Thomas Wingfield, el personaje principal en la novela del escritor George MacDonald, “hay algo que tiene su raíz más profunda que tu dolor; que, a nuestro alrededor, en la tierra y en el aire, dondequiera que el ojo o el oído puedan alcanzar, hay un poder que siempre respira en signos, ahora en una margarita, ahora en una ráfaga de viento, una nube, una puesta de sol, un poder que mantiene una relación constante y dulce con el mundo oscuro y silencioso dentro de nosotros”.
El Día de Acción de Gracias nos pide en voz baja que practiquemos el agradecimiento por los encantos humildes de los que están hechos nuestras vidas, para tomarnos un tiempo para ver la relación constante y dulce que da quien hace un buen regalo.
Sentirse agradecida no siempre ocurre de forma natural. El agradecimiento es algo así como un músculo que podemos ejercitar. Así como podemos desarrollar la ingratitud, el privilegio, la amargura o el cinismo, podemos fomentar la gratitud, la humildad apreciativa, el deleite y la alegría. Para lograrlo, aquí hay algunas formas prácticas de cultivar la gratitud este Día de Acción de Gracias y durante todo el año:
1. Haz listas. Podrías hacer un repaso de un día o una semana y anotar todos los regalos que recibiste, cosas tan esenciales como el hecho de poder respirar o tan frívolas como conseguir un buen lugar para estacionarte. En una semana terrible, puedes enumerar momentos de alegría en medio del caos. En una buena semana, puedes tomarte un momento para celebrar cada regalo.
Mi mejor amiga de la secundaria tenía una lista pegada en la pared de su cuarto de cosas que le daban alegría: chips de tortilla, nadar, bromas internas. A Journal of Thanksgiving de Nicole Roccas anima a escribir una lista de acciones de gracias diarias durante tres años.
2. Escribe notas de agradecimiento. Seré honesta y confesaré que detesto escribir cartas de agradecimiento, esos gestos forzados de etiqueta en los que recorres nombre por nombre para intentar decirles algo nuevo sobre la sopera que te regalaron en tu boda. Como pastora, he visto la manera en la que esta costumbre aplasta a las personas justo cuando más necesitan un descanso, durante las transiciones importantes de la vida, como tener un hijo o en momentos de duelo después de una pérdida.
Dicho esto, me encantan las cartas de agradecimiento espontáneas y no obligadas. La gratitud nos recuerda que somos profundamente dependientes entre nosotros y de Dios. Toma un momento para agradecerle por escrito a tus amigos o familiares que te rodean. Un año, durante más o menos un mes, le escribí notas de agradecimiento breves y diarias a mi esposo y descubrí que esa práctica deliberada me hizo más agradecida con el tiempo. También puedes considerar escribir notas de agradecimiento ocasionales a personas a quienes quizás no conoces tan bien pero en quienes te apoyas en el día a día: tu cartero, conductora del autobús o maestro.
3. Escribe tu propio salmo. Los salmos son maneras poéticas de expresar agradecimiento a Dios. Puedes leer un salmo de acción de gracias, como el salmo 111 o el salmo 34, y cambiar las palabras para reflejar las cosas buenas de tu vida. Por ejemplo, el salmo 34 dice: “busqué al señor, y él me respondió, y me libró de todos mis temores”. Yo podría escribir: “busqué al señor, y él me respondió, y ayudó en una conversación difícil con una amiga”. O mi hijo se alivió de una infección estomacal. O me ayudó con el miedo al fracaso. Otra opción es escribir de cero un poema o una canción. Incluso si es terrible, probablemente vas a ser mejor solo por escribirla.
4. Haz una obra de arte o un santuario. Para quienes suelen ser más visuales, en lugar de enumerar las cosas por las que están agradecidos, puedes pensar en un espacio donde puedas dibujar, hacer un collage o representar objetos que te recuerden los regalos que recibes en tu vida. La pieza puede incluir fotos, palabras sueltas u objetos. Puedes usar la creatividad y ver si te ayuda a notar bendiciones, grandes o pequeñas, en tu día.
5. Da una caminata de gratitud. Cuando mi hija, quien ahora tiene 11 años, era muy pequeña, inventó algo llamado el “juego de lo hermoso”, que consistía en caminar por nuestro barrio y decir las cosas que nos parecían hermosas. Me ayudó a ver cuánta bondad paso por alto con regularidad. De la misma forma, puedes salir a la calle (a pie, en bicicleta o en coche) y dar las gracias en silencio por lo que hay a tu alrededor: tu cafetería favorita, una explosión de hojas de colores otoñales en un árbol, la escuela que ves a tu paso, los guardias que vigilan algunos cruces, algún vecino amable, el sigilo de las calles de la ciudad por la noche.
Por mi parte, estoy agradecida con ustedes, lectores y suscriptores de mi boletín. Me aseguraré de mencionarlo en el círculo de agradecimiento este año. Que tengas un Día de Acción de Gracias muy alegre y lleno de agradecimiento.
Tish Harrison Warren es pastora de la Iglesia anglicana de Norteamérica y autora de Prayer in the Night: For Those Who Work or Watch or Wee.