By Kofi A. Annan, secretary general of the United Nations (THE WHASINGTON POST, 24/01/06 - EL PAÍS, 03/02/06):
Cuando visité Darfur el pasado mayo me sentí esperanzado. Hoy soy pesimista, a menos que se logre organizar otra gran campaña internacional en las próximas semanas. En mayo visité una aldea cuyos habitantes habían regresado después de huir de la violencia, y vivían con relativa seguridad gracias a la presencia de los soldados de la Unión Africana (UA). Es cierto que no era más que un comienzo. Gran parte de la vasta región seguía presa de la violencia esporádica, con más de un millón de personas que todavía vivían en campamentos. Pero gracias a una masiva operación de ayuda dirigida por Naciones Unidas, el número de personas que fallecían de hambre o enfermedad estaba disminuyendo de forma espectacular. Se había declarado un alto el fuego, aunque cabe reconocer que incompleto. En Abuja, Nigeria, avanzaban las conversaciones de paz, hábilmente mediadas por representantes de la UA, entre el Gobierno sudanés y los movimientos rebeldes. Se esperaba que se pudiera alcanzar un acuerdo a finales de año.
Había otros signos positivos. El Consejo de Seguridad de la ONU había remitido el asunto a la Corte Penal Internacional y, en principio, había decidido aplicar sanciones dirigidas a individuos que podían ser identificados como responsables de las atrocidades de los dos últimos años. Ojalá pudiera decir ahora que todas estas iniciativas han dado sus frutos, que Darfur está en paz y en la senda de la recuperación. Desgraciadamente, ha ocurrido lo contrario. En muchas partes de Darfur, se cuentan por miles las personas que siguen siendo asesinadas, violadas y expulsadas de sus hogares. La cifra de desplazados ya ha alcanzado los dos millones, mientras que tres millones más (la mitad de la población total de Darfur) dependen de la ayuda internacional para los alimentos y otras necesidades básicas. Muchas zonas de la región se están volviendo demasiado peligrosas para que llegue a ellas el personal de ayuda humanitaria. Las conversaciones de paz todavía están lejos de llegar a una conclusión. Y ahora, los combates amenazan con extenderse a la vecina Chad, que ha acusado a Sudán de armar a los rebeldes en su territorio.
A pesar de una crisis financiera crónica, los soldados de la UA están desempeñando una valiente labor sobre el terreno. La gente se siente más segura en su presencia. Pero son demasiado escasos: una fuerza de protección de sólo 5.000, con otros 2.000 policías y observadores militares, para cubrir un territorio de las dimensiones de Tejas. Carecen del equipamiento y de las amplias competencias que necesitarían para proteger a la gente amenazada o para hacer que se respete un alto el fuego que actualmente rompen por norma general los rebeldes, y también la milicia Janjaweed y las fuerzas gubernamentales de Sudán. El 12 de enero, la UA decidió renovar el mandato de la misión hasta el 31 de marzo, al tiempo que en principio expresaba su apoyo para la transición a una operación de la ONU este año. Todavía se está debatiendo el momento de esa transición.
Ello pone al Consejo de Seguridad Nacional de la ONU en una situación de relieve. La Carta de la ONU otorga al Consejo una responsabilidad primordial en la paz y la seguridad internacionales. Y el pasado septiembre, en una primera ocasión histórica, todos los miembros de la ONU aceptaron unánimemente la responsabilidad de proteger a las poblaciones del genocidio, la limpieza étnica, los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad, y se comprometieron a emprender acciones por medio del Consejo de Seguridad cuando no lo hicieran las autoridades nacionales. La transición de las Fuerzas de la UA a la operación de paz de la ONU en Darfur es ahora inevitable. Para que la transición sea efectiva, se necesita, y pronto, una decisión en firme del Consejo de Seguridad. Pero que nadie piense que esta crisis se puede resolver simplemente dando a la actual misión de la UA un manto de la ONU. Cualquier nueva misión requerirá un mandato firme y claro que le permita proteger, por la fuerza si fuera necesario, a los que estén amenazados, además de los medios para hacerlo. Esos medios deberán ser mayores y más móviles y estar mucho mejor equipados que la actual misión de la UA en Sudán. Los países que dispongan de los activos militares necesarios deben estar preparados para hacer uso de ellos.
La ONU necesitará meses para desplegar unas Fuerzas semejantes. Mientras tanto, debemos mantener y reforzar la misión de la UA. No podemos permitirnos ninguna brecha o el debilitamiento de las Fuerzas que se encuentran actualmente sobre el terreno. En mayo del año pasado, la UA y la ONU organizaron una asamblea de donantes en Addis Abeba para recaudar dinero y apoyo logístico para la misión de la UA, y se ha programado una segunda asamblea para el 20 de febrero. A su vez, la gran operación de ayuda debe proseguir y ser financiada en su totalidad, de modo que el pueblo de Darfur siga recibiendo agua potable, comida y otros suministros de necesidad vital. Por último, y sobre todo, debe presionarse mucho más a todas las partes -tanto a los grupos rebeldes como al Gobierno- para que respeten el alto el fuego y se comprometan con las conversaciones de paz de Abuja, asumiendo verdaderamente la urgencia de la situación. Las actuales demoras son inexcusables. Cuestan vidas a diario. Se debe recordar a los negociadores su responsabilidad personal. Una cosa está clara: cualquiera que sea la Fuerza externa que se envíe a Darfur, ésta sólo podrá ofrecer, en el mejor de los casos, una seguridad temporal a la gente. Sólo un acuerdo político entre sus líderes puede garantizar su futuro y el retorno de dos millones de personas a sus hogares.
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When I visited Darfur last May, I felt hopeful. Today I am pessimistic, unless a major new international effort is mustered in the coming weeks.
I visited a village whose people had returned after fleeing from violence and were living in relative safety, thanks to the presence of troops from the African Union (A.U.). True, this was only a beginning. Much of the vast region was prey to sporadic violence, with more than a million people living in camps. But thanks to a massive relief operation led by the United Nations, the number dying from hunger or disease was falling dramatically. A cease-fire, admittedly flawed, was in place. Peace talks between the Sudanese government and the rebel movements, ably mediated by A.U. representatives, were proceeding in Abuja, Nigeria. It was hoped that agreement could be reached by the end of the year.
There were other positive signs. The U.N. Security Council had referred the situation to the International Criminal Court and had decided in principle to apply targeted sanctions to individuals who could be identified as responsible for the atrocities of the past two years.
I wish I could report that all these efforts had borne fruit -- that Darfur was at peace and on the road to recovery. Alas, the opposite is true. People in many parts of Darfur continue to be killed, raped and driven from their homes by the thousands. The number displaced has reached 2 million, while 3 million (half the total population of Darfur) are dependent on international relief for food and other basics. Many parts of Darfur are becoming too dangerous for relief workers to reach. The peace talks are far from reaching a conclusion. And fighting now threatens to spread into neighboring Chad, which has accused Sudan of arming rebels on its territory.
Despite a chronic funding crisis, A.U. troops in Darfur are doing a valiant job. People feel safer when the troops are present. But there are too few of them -- a protection force of only 5,000, with an additional 2,000 police and military observers, to cover a territory the size of Texas. They have neither the equipment nor the broad mandate they would need to protect the people under threat or to enforce a cease-fire routinely broken by the rebels, as well as by the Janjaweed militia and Sudanese government forces.
On Jan. 12, the African Union decided to renew the mission's mandate until March 31, while expressing support, in principle, for a transition to a U.N. operation this year. The timing of this transition is still being discussed, including at this week's A.U. summit in Khartoum. This puts the Security Council on the spot. The U.N. Charter gives the council primary responsibility for international peace and security. And in September, in a historic first, U.N. members unanimously accepted the responsibility to protect populations from genocide, ethnic cleansing, war crimes and crimes against humanity, pledging to take action through the Security Council when national authorities fail.
The transition from the A.U. force to a U.N. peace operation in Darfur is now inevitable. A firm decision by the Security Council is needed, and soon, for an effective transition to take place.
But let no one imagine that this crisis can be solved simply by giving the present A.U. mission a "U.N. hat." Any new mission will need a strong and clear mandate, allowing it to protect those under threat, by force if necessary, as well as the means to do so. That means it will need to be larger, more mobile and much better equipped than the current African Union mission. Those countries that have the required military assets must be ready to deploy them.
Such a force would take the United Nations months to deploy. In the meantime, the A.U. mission must be maintained and strengthened. We cannot afford any gaps or any weakening of the force in place. Last May the African Union and the United Nations organized a donor conference in Addis Ababa, Ethiopia, to raise money and logistical support for the A.U. force. A follow-up conference is planned for Feb. 20. At the same time, the massive relief operation must continue, and be fully funded, so that Darfur's people continue to receive clean water, food and other vital supplies.
Finally, and above all, much stronger pressure must be brought on all parties -- the rebels as well as the government -- to observe the cease-fire and commit themselves to the Abuja peace talks with a sense of urgency. The current delays are inexcusable; they cost lives every day. Those negotiating must be reminded of their personal responsibility.
One thing is clear: Whatever external force is sent to Darfur can provide at best only temporary security to the people there. Only a political agreement among their leaders can secure their future and the return of 2 million of them to their homes.